Gasolina: combustible social
Protestas en todo el país
Tortilla, transporte: inflación
EPN: ceder ante Trump
medio mes del inicio de las alzas en gasolinas y diésel, las protestas continúan. Este fin de semana hubo marchas y manifestaciones en varias partes del país (en la Ciudad de México hubo, además, asambleas populares organizativas y convocatoria a más movilizaciones), en un proceso que, al repudio inicial del gasolinazo, va sumando denuncias y demandas locales y regionales. Así se vio, en especial, en Mexicali y en Tijuana, donde una de las proclamas principales fue en contra del gobernador de Baja California, el panista Francisco Vega de Lamadrid, a quien llaman Kiko, por la privatización del servicio de agua potable, y por acusaciones de corrupción contra ese gobernador y los presidentes municipales, también panistas, de las dos principales ciudades de esa entidad. Además de las marchas multitudinarias, en Tijuana se continuó con la obstrucción temporal del paso en casetas internacionales.
Hay elementos notables en esta persistencia de la indignación social. Las movilizaciones, en las que participan muchas personas usualmente ajenas e incluso críticas de esas formas de protesta, se han mantenido a pesar del intento de poderes oscuros por instalar el virus del miedo a través de grupos manipulables, sobre todo en el estado de México, pieza central de las maquinaciones de gobiernos priístas. No hay líderes formales, organización permanente ni participación de partidos (Morena y el PRD han hecho actos puntualmente circunscritos a su ámbito partidista, sin mezclarse expresamente ni participar con ánimo protagónico en las movilizaciones populares). Incluso, resalta el hecho de que en varios de los lugares donde más recia ha sido la oposición al gasolinazo (particularmente en ciudades del norte del país) no haya estructuras partidistas y sociales de izquierda con suficiente fuerza, y el reparto de votos electorales suela darse entre PRI y PAN.
Esa protesta persistente y creciente se está nutriendo de dos elementos evidentes. Por un lado, con cada discurso, conferencia de prensa o declaración circunstancial, el presidencialismo peñista confirma a los mexicanos que no puede dar marcha atrás ni lo va a hacer (pues la viabilidad presupuestal depende de estas formas de financiamiento extraordinario), con un fraseo tecnocrático que genera más irritación social y con muy desafortunadas expresiones a cargo del propio Enrique Peña Nieto (¿qué hubieran hecho ustedes?
y la muerte de la gallina de los huevos de oro). Ese comportamiento declarativo de las autoridades constituye una forma de incitación al levantamiento cívico.
Por otra parte, tal como la gran mayoría de los mexicanos sabía y temía (aunque los altos funcionarios federales se esmeraban en asegurar lo contrario), el gasolinazo ha sido el preludio de una inflación generalizada. Ayer, en las tendencias de Twitter estaba en los primeros lugares la etiqueta #MexicoSinTortillas, que agrupaba los diversos comentarios y reportes relacionados con la elevación del precio de ese producto fundamental en la alimentación de los mexicanos. Con autorización oficial o sin ella, las tarifas del transporte público también son ajustadas por los concesionarios a la realidad económica derivada del primer golpe, el gasolinazo. Todo va subiendo de precio, en una economía que se agazapa, en espera de peores noticias.
El desasosiego nacional tiene como referente, además, la inminente toma de posesión del peor enemigo explícito de México desde la Casa Blanca, Donald Trump. Aún sin haber llegado al poder, el rubio multimillonario ha causado daños a la economía mexicana, como la supresión del proyecto automovilístico de la Ford en San Luis Potosí y las amenazas explícitas a otras marcas, en caso de que insistan en producir vehículos en plantas instaladas en México. La paridad cambiaria es otra de las áreas damnificadas. Y hay el temor de que pueda darse alguna maniobra contra las remesas enviadas por paisanos a sus familias en México.
Contra esa amenaza cantada, la administración de Peña Nieto no ha encontrado mejor fórmula que ceder la plaza y entregar al propio Trump las dos piezas centrales de lo que debería haber sido un eje de resistencia y ataque. El manejo diplomático en esta etapa peñista ha sido desastroso. El sexenio comenzó con José Antonio Meade Kuribreña como canciller, tan ajeno al tema de las relaciones exteriores como Claudia Ruiz Massieu, quien le sustituyó en 2015, y como Luis Videgaray Caso, nombrado éste para el cargo justamente por la presunta cercanía y buen entendimiento que tiene con el implacable verdugo que ahora despachará desde la Casa Blanca (la de Washington).
En materia de embajadores ante Estados Unidos, el peñismo ha transitado con un promedio de uno por año: Eduardo Medina Mora, quien luego dejó el cargo para ser impuesto como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; Miguel Basáñez Ebergenyi, académico, amigo de Alfredo del Mazo González y del propio EPN, despedido con malos modos; Carlos Manuel Sada González, con amplia experiencia diplomática, ahora a cargo de la subsecretaría para asuntos de América del Norte en la SRE y, el más reciente, Gerónimo Gutiérrez, quien fue alto funcionario en las administraciones de Vicente Fox y Felipe Calderón, con un perfil orientado a atender primordialmente los aspectos de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sin mayor sensibilidad ni vocación social, en un momento en que los paisanos requerirán de defensa y atención mucho más allá de lo burocrático.
Con ese cuadro de infortunios ya cumplidos o por cumplirse, resulta explicable que muchos mexicanos estén tomando conciencia combativa y se estén manifestando en las calles y las plazas. Falta ver si este despertar logra convertirse en acción cívica, social y política que sea perdurable y eficaz.
Y, mientras en el estado de México sigue la pugna entre priístas por la postulación de candidato a gobernador, y el flanco PAN-PRD continúa especulando con la posibilidad de presentar a Alejandro Encinas, ¡hasta mañana!
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