Opinión
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¿La Fiesta en Paz?

¿Qué hacer con la tauromaquia de México?

Gastado esquema reanuda la temporada

P

aís surrealista donde los haya –apariencias equívocas de realidades unívocas–, México, a pesar de sus políticos y su ciudadanía, aún posee el don de la magia, si no para expandirla al menos para asimilar con su rica sensibilidad la de otros, en esa perenne dependencia de mandatos ajenos como referente para valorarse a sí mismo, sólo proporcional a su desmemoria y ancestrales complejos, puntualmente reforzados por el sistema social que nos mata de a poquito.

Entre la infinidad de cosas que no acabamos de asimilar está, por ejemplo, un concepto claro, maduro y productivo de la relación sociedad-gobierno y, entre una de las muchas consecuencias de esa defectuosa relación, el desaprovechamiento del espectáculo taurino como forma transparente y eficaz de promover y enaltecer la tauromaquia de México, con 490 años de tradición por estas tierras, no obstante negligencias a cargo de empresarios, ganaderos, toreros, comunicadores, autoridades y público.

Luego de más de tres décadas en que la autoridad se desentendió de la tauromaquia como expresión genuina de los mexicanos, acatando el pensamiento único impuesto por algunos países, y de que los taurinos, sin medir riesgos, cayeron en el espejismo de la autorregulación neoliberal, el resultado no ha podido ser más desastroso: falta de bravura en las reses, ausencia de toreros suficientemente promovidos, carencia de formación en los públicos y plazas semivacías. Ah, y mero al último un antitaurinismo subvencionado por los del pensamiento único.

Ante este panorama, bastante más negro de lo que los positivos falsos piensan, ha surgido, al fin, una organización denominada Tauromaquia Mexicana Siglo XXI, cuyo objetivo es difundir y promover la cultura de la tauromaquia en nuestro país y que el jueves pasado, en la sede de la Asociación Nacional de Matadores, efectuó la presentación de los integrantes del Capítulo de la Ciudad de México, encabezados por Adolfo Martínez Urquidi, el matador José Saborit, director de Tauromaquia Mexicana; Manuel Sescosse, presidente de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia; Francisco Dóddoli, representante ejecutivo de la Asociación Nacional de Matadores; Alfredo Sahagún, presidente de la Asociación Mexicana de Empresarios Taurinos; Diego Martínez, de la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros; Joaquín Ordoñana, representante de las Peñas de la Ciudad de México, y Sergio León, representante de las Porras de la Ciudad de México. Ojalá que esos propósitos de unidad congruente por parte de los taurinos se traduzcan en diagnósticos maduros que empiecen de una vez por todas a rencauzar la fiesta de los toros en nuestro país, que ahora estrena un monopolio tan poderoso en lo económico como poco original en lo taurino. Nunca es ocioso recordar que el principal enemigo de la fiesta no son los antis, sino los propios taurinos, cuyos intereses pasan por encima de la tradición y de la afición. ¿Exagero?

Además de los carteles del 4 y 5 de febrero, que informamos aquí la semana pasada, con Ponce, Morante y Juli y fieras de Fernando de la Mora y Teófilo Gómez, la nueva empresa anuncia en enero varias repeticiones innecesarias. El 22, a un deslavado Miguel Ángel Perera, Juan Pablo Sánchez y Diego Silveti con reses de Montecristo. El 29, toros de Los Encinos para Sebastián Castella, Octavio García El Payo y Andrés Roca Rey, si antes no sufre otro percance, pues en el callejón no hay quién le explique la diferencia entre temeridad, quietismo y aguante. La corrida comienza de nuevo a las 16:30.