Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de enero de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Esperando a Mr. Trump
L

os descalabros de la política exterior mexicana de los últimos meses no tienen parangón. Las asignaturas pendientes de eso que solíamos llamar nuestra política de Estado se abultan y nos abruman, en medio de una de las coyunturas más adversas y hostiles que hayamos vivido como pueblo, nación y Estado. La tentación de dar por terminada la caminata es enorme y embarga a ridículos émulos de los polkos del siglo XIX, pero también a la pléyade de realistas y cultores del pragmatismo corriente que se han apoderado del escenario de la política en los últimos lustros. En realidad, todo está de nuevo por hacerse.

¿Qué política exterior, de Estado o de gobierno puede desplegarse si se carece de una mirada estratégica? Al echar por la borda esta visión que no por elemental es fundamental, los gobiernos de la alternancia y siguientes cultivaron los tristes y lamentables frutos que hoy nos tienen descobijados. Al haber renunciado a la idea del Estado, desde el Estado mismo, con la consigna de que con el mercado abierto y la competencia democrática todos nos haríamos buenos, virtuosos y productivos, y lo que usted quiera agregar, tanto las dirigencias de la política que abría al pluralismo y la de los negocios que, curiosamente gozosos asistían a la apertura gigantesca del mercado interno, también renunciaron a las posibilidades y habilidades de control y negociación en gran escala con los intereses foráneos, así como con la miríada de negociantes y logreros, condotieros y revólver a la orden que toda apertura rupturista del viejo orden trae consigo. Aquí y en China.

En la antigua URSS esta apertura llevó a la debacle al sistema de dominación posclasista y burocrático que Stalin había fincado, pero no le sucedió un arreglo capitalista que pudiera combinarse con la democracia explosiva que desató el glasnost con el que Gorbachov buscaba coronar su ambiciosa mutación estructural. Los frutos envenenados de esa frustrada combinación los encarnan el presidente Putin y su neoautoritarismo plutocrático, pero también las mafias que han inundado el espacio ruso de la política y los negocios.

Aquí no se llegó a tanto, pero el escándalo interminable de la corrupción de gobernantes y validos, se ha vuelto incandescente hasta amenazar con incendiar no sólo la pradera sino los salones y las salas donde se da cita la barata hoguera de las vanidades que trajo consigo el neoliberalismo ramplón de fin de siglo. De todo esto, la única curiosidad que nos queda es la vertiginosa capacidad de adaptación a los nuevos modos de que han hecho gala los tristemente célebres mirreyes de que nos ha contado con maestría Ricardo Raphael.

¿Qué nos queda para dar la bienvenida a un rufián rijoso y majadero? Con perdón del pleonasmo, digamos que en primer término nos queda la memoria de unos esfuerzos, en momentos una gesta, por constituirnos en Estado nacional seguro y orgulloso de serlo, como los encarnó el gran general y presidente Cárdenas, y trataron de mantenerlo como política de Estado los gobiernos posteriores, de López Mateos a López Portillo, pasando por Echeverría y aterrizando en el presidente De la Madrid, quien con Esquipulas y las guerras centroamericanas fue objeto de una de las ofensivas más arteras de la derecha estadunidense en el gobierno del presidente Reagan.

Dignidad y firmeza siguen con nosotros, a pesar del sentimiento de derrota y frustración que embarga a grandes grupos y alimentan los agoreros del Grand Finale. Es cuestión de arriesgarse, saber que se fallará y estar dispuestos a intentarlo una y mil veces con tal de fallar mejor (Beckett). Pero también, vista la insolente arrogancia y nuestra aparente y real debilidad, urge imaginar nuevas fórmulas retóricas que aunque imperfectas den paso a renovadas formas de entender y hacer la política. Una política, hay que señalarlo, que tiene que ser democrática, que se valide y convalide en y con la participación ciudadana, haciendo de las futuras contiendas electorales espectáculos ejemplares de civilidad y compromiso republicano y, si se me permite, patriótico.

Los fardos y los huecos son múltiples, porque nos dejamos llevar por un absurdo canto de las sirenas que hizo de la política un mal chiste y de la economía un juego de azar y de abalorios que alejó el crecimiento y el bienestar para los muchos y extendió la mucha, inicua desigualdad. De eso tendrá que encargarse, con claridad y seriedad, la política democrática rediviva y regenerada que nos mereceremos y nos exige demostrar y demostrarnos como un pueblo capaz de ser nación y de reconstruir un Estado a la altura de los terribles cambios del mundo, cuya cara más aciaga dibuja la máscara del señor presidente Trump y sus legiones.

Contra la hora de unos hornos alucinantes, que nos convocan a negarnos como especie y como historia, es de voluntad y voluntarismo de lo que tenemos que hablar… Y hay que hacerlo ya antes de que este Leviatán desfigurado avance en la demolición anticivilizatoria en la que se ha empeñado.

¿Hasta cuándo toleraremos que políticos, empujados por la sensualidad del poder, pretendan obtener ventajas electoralistas de modo tan poco digno? Hasta parece que la gente ha perdido su sentido del humor al extremo de que ese adagio francés el ridículo mata ya ha dejado de tener validez.

Albert Einstein, Derechos humanos, 1954, en Mis creencias.