todos nos sorprende el Guernica de Picasso o Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya, pero pocos conocen el más minucioso registro que se ha hecho de la guerra y que le debemos a Otto Dix.
Dix padeció dos guerras mundiales y la incomprensión de su arte por parte de tirios y troyanos. Los nazis buscaron borrarla de la faz de la tierra y a los aliados su pintura les pareció demasiado subversiva e incluso enferma.
Los nazis confiscaron más de 150 de sus obras y las quemaron, y los franceses las miraron de lado. Unos y otros vieron con los óleos y aguafuertes de Dix lo que no querían ver: el horror de la guerra, los límites del miedo, la angustia, la muerte masiva, el destructivo poder del absurdo, la ambición idiota. Si la guerra es la política llevada por otros medios, la política es idiota o una simulación monstruosa.
Las pinturas de Otto Dix nos muestran cómo la barbarie todo lo merma: la solidaridad, la dignidad, el respeto, la justicia. ¿Por qué pintar el horror y las tristezas de la vida, la carne ajada y la humanidad vencida? Meryl Streep lo sabe: la violencia verbal es antesala de la física; el crimen individual es preámbulo del masivo, aunque Donald Trump desdeñe sus dichos.
Dix sabía que difícilmente alguien se atrevería a colgar sus cuadros en los muros de su casa y que ninguna galería estaría dispuesta a exhibirlos. Hace unos días Teresa del Conde escribió en estas páginas que para un espectador desprevenido producía salir horrorizado de la exposición, sobre todo si se trataba de mujeres, pues podría parecerles que el pintor es un misógino empedernido, más que un pacifista a ultranza o un enemigo acérrimo de la prostitución como símbolo corruptivo
.
Pero a Dix no le importaban las lecturas equivocadas que hicieran de sus cuadros: sólo confiaba en sus ojos y seguía su voz interior para caminar hacia alguna parte sin preocuparse del sentido.
Al pintor le gustaba ver con sus propios ojos los temas primigenios de la humanidad y en el campo de batalla encontró la pasión y la violencia.
La guerra desde la mirada de Dix mata y resucita. Destruye y crea. Por eso necesitaba presenciarlo todo con sus propios ojos y se la pasaba dibujando en las trincheras. No quería recordar las cosas, quería detenerlas como habían ocurrido. Por eso sus obras representan a una humanidad vencida en la que hasta los vencedores pierden. Quería presenciar en persona todos los abismos insondables de la vida
. Por eso iba a la guerra. Por eso consideró que Europa había vencido a dos guerras, pero había perdido su fortuna.
A veces pensamos que las guerras dan al traste con valores básicos como el respeto, la dignidad, la justicia, la bondad, la razón, la verdad. Que esa es la razón de los feminicidios, la pérdida de la autoestima, el desprecio al individuo o la indiferencia ante el sufrimiento. Pero las guerras sólo completan lo que habíamos iniciado mal hace tiempo.
Prostitutas, moribundos, ciegos, mutilados, locos y montones de cuerpos rotos son la gloria de los generales, los ministros, los políticos. La virtud y el poder supremo, como lo vemos en sus cuadros, no van de la mano.
La intención de Dix era aproximarse lo más posible a su presente, mostrar la actualidad más allá de las ideologías. Sabía que mirar a partir de las certezas
nos alejaba de los hechos, de las cosas. Para él forma y color no bastaban para suplir la emoción duradera.
Pasión y violencia es el nombre de la exposición que se exhibe en el Munal, la cual nos permite acercarnos a este artista cuya constante fue la intensidad en la experiencia límite de la guerra.
Imposible mirar la obra de Otto Dix impunemente. Sus imágenes se adhieren, sus atmósferas nos hacen ver que los nubarrones presagian la tormenta, que la violencia mínima desemboca en el huracán de la guerra.
Mejor aún: Dix nos muestra que la guerra, más que la continuación de la política por otros medios, es el colapso de la civilización, el fin del hombre. Acercarse a la obra de este pintor excepcional es atreverse a mirar el lado oscuro de nuestra naturaleza. El lado B que muchas veces nos rehusamos a mirar.