El terremoto de 2010 los obligó a dejar su país y la crisis económica los expulsó de Brasil
En el Desayunador Salesiano del Padre Chava les ofrecen cena navideña, techo y misa que alterna español, francés y creole
Tardan hasta dos meses en llegar a la frontera mexicana
Lunes 26 de diciembre de 2016, p. 27
Tijuana, BC.
Gradys y John llevan un par de horas frente al módulo de atención a migrantes que se ubica junto al Desayunador Salesiano del Padre Chava, a unas cuadras de la línea fronteriza. Son parte de un grupo de casi 40 haitianos que llegaron a Baja California la víspera de Navidad y, como todos, van directamente al módulo porque quieren una ficha para formarse en la garita de San Ysidro y pedir asilo en Estados Unidos. Pero es 24 de diciembre y está cerrado.
Ella calza sandalias y un vestido de tela muy delgada. Tirita. En Tijuana, como casi nunca, llueve y sopla un viento helado. Sus grandes ojos negros gritan que tiene frío. Una camioneta con letreros del Grupo Beta de protección a migrantes se acerca a los recién llegados. Todos se agolpan. Los funcionarios no se bajan; les dicen que van a indagar en qué albergue hay lugar y luego regresan. Nunca vuelven.
Un rato después los salesianos les abren la puerta, pues la llovizna se ha convertido en un pequeño aguacero. Todos se arremolinan en un espacio pequeño y esperan. El desayunador está lleno, con más de 200 haitianos en casas de campaña que se instalaron en el patio y otros están alojados en las oficinas.
John y Gradys salieron de Río de Janeiro el 22 de agosto. Entonces ella tenía dos meses de embarazo. Brasil es un país muy hermoso, pero la economía está muy dañada
, dice John, de 30 años, licendiado en economía, carrera que estudió en Puerto Príncipe.
Cuatro meses tardaron en llegar a Tijuana (en avión, en autobús y a veces caminando) con ayuda de familiares que viven en Estados Unidos y con los ahorros de tres años de trabajo de John como operador de maquinaria pesada en Brasil.
Señalan intolerancia hacia los migrantes en Nicaragua
Estuvieron una semana en Tapachula, Chiapas, esperando una remesa para pagar los 950 pesos por cabeza que les costó el boleto del autobús, que tardó cuatro días en cruzar el país. Su primera escala internacional fue Venezuela, después Colombia, Panamá, Costa Rica y Nicaragua, que para la mayoría ha sido una pesadilla.
Anderson, quien ya tiene 19 días en el desayunador, cuenta que en Nicaragua no hay tolerancia alguna hacia los migrantes haitianos. No te regresan a Haití; te sacan a la frontera con Costa Rica, aunque le hayas pagado a la persona que te guía (un traficante) entre 500 y mil dólares. Y tienes que volver a pagar
.
Caminó por días en la selva colombiana y también en Nicaragua. El primer tramo del recorrido, por Brasil, lo hizo en avión. Hizo escala en Perú. Después siguió por Ecuador y Colombia. Salió de Brasil a finales de septiembre. Tardó más de dos meses en llegar a Tijuana.
Tiene 19 años. Llegó con sus padres a Brasil después del terremoto que devastó Haití en 2010 y decidió emprender el éxodo hacia el norte. Se expresa en un español más fluido (lo estudió en la secundaria) y es uno de los traductores del sacerdote Felipe de Jesús Fernández durante la misa de Nochebuena.
No todos son católicos. También hay evangélicos y de otras religiones. John y Gradys son adventistas del séptimo día. Apenas una docena toman la comunión y, en general, pese a los esfuerzos del oficiante para celebrar con mucha alegría el nacimiento de Jesús, la comunidad es reservada. El idioma es una limitante, pero hasta quienes hablan un poco de español prefieren ser discretos.
La misa se torna a ratos complicada por la traducción: ¿quién se sabe el Padre Nuestro en criollo haitiano o creole? Un seminarista salesiano traduce al francés una de las lecturas y el momento más emotivo es cuando una chica de la comunidad migrante canta en su lengua una pieza para la ocasión. Todos le aplauden. John platica que, más allá de la religión, la cena de Navidad es una tradición en Haití.
El Desayunador del Padre Chava, fundado en 1999 por el sacerdote salesiano Salvador Romo, quien murió en 2003, preparó una cena especial. Desde que los huéspedes son haitianos, un grupo de mujeres ayuda en la cocina para elaborar la comida que ellos acostumbran (no picante y frijoles con arroz que no tienen mucho que ver con los que se comen aquí).
Sin embargo, el cocinero del albergue –quien sólo sirve desayunos para repatriados mexicanos y centroamericanos– preparó unas carnitas deliciosas que todos aprecian. Arroz con frijoles amarillos, ensalada de papa y betabel complementan el plato. No acostumbran el ponche, así que cada uno recibe una lata de refresco.
Son 253 los convidados a la mesa –incluido el grupo de los recién llegados, que ocuparon las sillas de atrás–, y el padre Felipe insiste en tener paciencia y mantener el orden.
Sabemos que la situación no es fácil: estamos lejos de la familia y hubo un largo camino que recorrer para estar aquí, pero hoy celebramos a un niño que no tenía dónde nacer, y nosotros los recibimos con mucho gusto
, les dijo durante la homilía.
Y sí, esperan sentados la llegada de su plato. El equipo del desayunador, de alrededor de 10 personas, sirve en 15 minutos todas las mesas. Nos dejan pasar a la misa, pero los invitados no pueden tomar fotografías. No nos gusta el protagonismo
, dice el presbítero. Tampoco la política. Una alusión a la corrupción que genera problemas de migración masiva en el mundo, y nada más.
Terminan la misa y la cena y empieza la recolección de mesas y sillas. Algunos barren antes de tender cobijas en el piso. Los hombres que acaban de llegar dormirán abajo; mujeres y niños, en la primera planta.
Esta ola de haitianos que vivían en Brasil (el gobierno de ese país les dio facilidades para establecerse después del terremoto) permanecen en promedio dos meses en Tijuana, pero en abril de este año empezaron a llegar con el propósito de cruzar a Estados Unidos porque la crisis económica y política que derrocó a Dilma Rousseff trastocó todo.
Los que no tienen para pagar hospedaje, como el grupo que llegó ayer, van a los albergues –ya hay más de 20 en la ciudad, todos saturados–; otros rentan cuartos en la zona centro y se apiñan en ellos, o en habitaciones de hotel donde les permiten quedarse hasta cuatro por 200 pesos diarios. Anderson tiene cita para el 30 de enero.
Gladys y John tendrán que esperar a que abra el módulo de migración que administra el flujo hacia la garita. Tienen familia en Boston y Miami, pero han decidido que irán a Miami. Ella ya consiguió un pantalón, sudadera y calcetines para mitigar el frío, y John, cargar la batería de su celular para avisar a la familia que están en Tijuana.
Son 9 mil 959 kilómetros en línea recta entre Río de Janeiro, el lugar de donde partieron, y Tijuana (6 mil 188 millas).
Ellos tuvieron que dar vueltas y recorrer más que eso, quizá por ello él abre muy grandes los ojos cuando se entera que a Estados Unidos se puede cruzar caminando; que, una vez superada la línea, San Diego está a unos 29 kilómetros. Con visa o declaratoria de asilo, por supuesto.