o más sorprendente es la sorpresa misma. Si se mira bien, lo único nuevo es que el emperador presume su desnudez y ridiculiza a los cortesanos que pretendían que estaba vestido.
Sobran motivos y razones para que nos preocupemos los mexicanos, especialmente los que viven en Estados Unidos, por lo que se nos viene encima. Pero no debería sorprendernos el desprecio que se nos ha estado mostrando. Es muy antiguo. Fue la causa de que el Congreso estadunidense decidiera en 1847 quedarse solamente con la mitad de lo que había sido México: no querían tantos mexicanos en el país que estaban ampliando.
La actitud tiene algún fundamento. Hay razones sobradas para despreciar a las clases dirigentes mexicanas. Hasta hoy, sólo miran hacia el norte. Se curan en Houston. Como decía bien Monsiváis, son los primeros estadunidenses nacidos en México. ¿Cómo no despreciar a los que hoy, en estos días aciagos, se comportan como gallinas sin cabeza, mientras disputan sus pequeños botines?
No sólo los mexicanos estamos preocupados. Se preocupan también, con sobradas razones, personas de todo el mundo. Muchos estadunidenses están apenados y angustiados. No quieren verse en el espejo que les pusieron; menos aún en la oleada de expresiones de odio que se ha desatado. Algo semejante les pasa a los europeos, que tampoco quieren reconocer su despotismo, su racismo, su sexismo… disfrazado de savoir faire.
Lo único novedoso es haber descorrido el velo y mostrar, con cinismo y desfachatez, lo que por muchos años se intentó encubrir. Es novedad que ahora se vea cómo todo eso está en la naturaleza misma del régimen en que vivimos; que se define como democracia. No es por accidente que las dos sociedades que la inventaron, la ateniense, que acuñó el término, y la estadunidense, que le dio su forma moderna, hayan tenido esclavos. En los pasados 150 años se coloreó la esclavitud y se convenció a la mayoría de la gente que en las sociedades democráticas prevalece la libertad, que todas y todos pueden hacer lo que quieran, que Estados Unidos es the land of the free y que este elemento es la base del American Dream… Hoy, al fin, todos podemos ver lo que realmente es.
La ilusión no se derrumbó el 8 de noviembre. Fue un largo proceso. La insurrección zapatista animó los movimientos antisistémicos. Argentina en 2001 y los Indignados en España en 2011 fueron hitos del proceso. Occupy Wall Street marcó el despertar. Al señalar que ese régimen estaba al servicio del uno por ciento hizo posible que millones de personas pudieran decir en voz alta lo que hace tiempo sabían.
Desde Marx se señaló que el gobierno de la sociedad capitalista era el consejo de administración de la burguesía. Lo sabíamos. Estaba a la vista. Pero se creó la ilusión de que el Estado
, ese fantasma lingüístico útil para la manipulación, era también un espacio de gestión en que podrían cuidarse y atenderse los intereses de la gente. Populismos de diverso cuño alimentaron la ilusión. Hasta en los fascismos mucha gente la creyó. En las décadas recientes, las izquierdas la consolidaron: los gobiernos progresistas
se ocuparían de atender las demandas de todos. Así se vio incluso en Estados Unidos. Obama era prueba del fin del racismo. La señora Clinton lo sería del sexismo.
Lo novedoso, ahora, es que el emperador presuma su desnudez. Acepta ser el uno por ciento y que el sistema opera para su beneficio. Y afirma ser más eficiente que los políticos
para administrarlo. Confía en que la mayoría de la gente creerá lo que le han enseñado: que algo de la riqueza del uno por ciento cae en cascada para todas y todos. Y si no lo cree, la obligarán a aceptarlo.
A pesar de todo, la nueva conciencia forma ya una nueva esperanza. Se multiplican continuamente iniciativas y propuestas que crean alternativas, a las que les surgen aliados inesperados, hasta hace poco impensables. Quienes creían que Estados Unidos era una bendición para el mundo y que su sociedad era la mejor, empiezan a reconocer lo que es y lo que hace. Se forman, por todas partes, nuevas coaliciones de descontentos. Personas de muy diversos grupos e ideologías, que estaban enfrentadas o por lo menos fragmentadas, se unen hoy en la resistencia.
A ras de tierra, en la vida cotidiana, la gente construye autonomía y rompe, pasito a pasito, su dependencia del mercado y del Estado. Se ocupa por sí misma de comer, sanar, aprender, habitar… Empieza sembrando una maceta en el porche y al rato ya tiene un huerto en el traspatio. Inicia una pequeña rebelión contra la dictadura médica, tirando a la basura algunas píldoras, y al rato recupera su capacidad autónoma de sanar. Rompe una por una las cadenas que la atan a la domesticación educativa, dentro y fuera de la escuela; recupera la libertad de aprender…
La esperanza surge, sobre todo, cuando se observa cada día que alguna persona ha logrado al fin vencer al fascista que todos llevamos dentro, el que nos hace desear que alguien gobierne nuestra vida. Cada día, alguien, muchos, millones, empiezan a concebir y llevar a la práctica formas comunales de gobernar su propia vida.