l pasado viernes 25, por la noche, se conoció la noticia del fallecimiento del comandante Fidel Castro Ruz.
Una pérdida para Cuba y su pueblo; una pérdida también para la humanidad y en particular para los pueblos de América Latina, que tienen por delante un azaroso camino para lograr su cabal emancipación, ejercer con plenitud su autodeterminación y alcanzar las condiciones de bienestar y equidad, que recursos naturales, estructuras productivas, fortaleza cultural y avances de la ciencia y la tecnología dan certeza que son ideales más que posibles de alcanzar en nuestras naciones. Una pérdida para sus compañeros de lucha, para quienes recibieron su solidaridad, para familiares y amigos, que los tuvo muchos, en todos los continentes y con amplia diversidad de visiones.
Fidel Castro encabezó luchas triunfantes para derrocar a una sangrienta y corrupta dictadura y para rechazar la invasión de su patria. Junto con su pueblo, sufrió y resistió con dignidad el acoso implacable de los intereses políticos y económicos más poderosos en el mundo. Aun así, firme en sus convicciones, no dudó, cuando le fue posible, en practicar la solidaridad internacional para contribuir a la independencia de otros pueblos. El bienestar de los cubanos, el progreso de Cuba y un mundo sin dominadores ni explotados fueron las guías de su accionar.
Se ha ido un luchador. Queda un ejemplo. Y queda por delante una tarea para hacer realidad las aspiraciones de liberación, igualdad y progreso de todos los pueblos para vivir en un mundo fraterno y de paz.