os fenómenos asociados a la hiperglobalización
, como el comercio exterior y la adquisición de empresas locales por grandes transnacionales, enfrentan una percepción crecientemente negativa, de manera marcada en los países desarrollados. En efecto, de acuerdo con un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), durante los últimos años se ha registrado un incremento en la convicción de que los mecanismos económicos mencionados generan desempleo y empujan hacia reducciones salariales, y en regiones como Estados Unidos, la Unión Europea y Japón dichas percepciones duplican el promedio global.
Otros efectos del actual modelo económico, vigente desde hace más de tres décadas, puestos de relieve por el organismos de Naciones Unidas, son la disminución de la desigualdad entre las naciones, acompañada de un marcado incremento de la misma dentro de ellas, así como que los sectores ubicados en las zonas más bajas y la más alta de la escala de distribución de los ingresos han visto mejoría de su condición, mientras la clase trabajadora y la clase media padecen un estancamiento en sus retribuciones.
Como la propia Cepal indica, estos fenómenos y las percepciones asociadas a ellos ya han tenido repercusiones importantes en el escenario global, de manera muy señalada en el abandono de la Unión Europea por Gran Bretaña –conocido como Brexit– y la victoria del candidato republicano Donald Trump en su empeño por hacerse con la Presidencia de Estados Unidos.
Estas recientes jornadas electorales evidencian la crisis de un modelo impulsado de manera vertical, mediante mecanismos opacos y siempre a contrapelo de controles democráticos. En efecto, sus inesperados resultados son vistos por clases políticas, analistas y no pocos ciudadanos como retrocesos en el proceso de globalización impulsado por organismos como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y las mayores corporaciones del mundo.
Al respecto, los movimientos en la distribución de la riqueza mundial muestran, por una parte, la generalización de programas asistenciales dirigidos a paliar de manera temporal las carencias de los más desfavorecidos, aquellos que se encuentran fuera de los circuitos del empleo, el comercio y el crédito. Por la otra, sin embargo, es indicativa de una demolición brutal del poder adquisitivo y la calidad de vida de quienes dependen de un salario o una pequeña empresa para proveer sus necesidades y las de sus familias, a la vez que delata la presencia de políticas fiscales, laborales, educativas y sanitarias regresivas, las cuales castigan a las clases medias en beneficio exclusivo de los grandes capitales.
Queda claro, entonces, que si se desea evitar la proliferación de actores y corrientes políticas que apelen a los discursos demagógicos y populistas para ganar la voluntad popular tanto en los países desarrollados como en las llamadas naciones emergentes, es imperativo un rediseño de las instituciones y mecanismos globales para que no se conviertan en nuevos focos de exclusión, y evitar que sus ventajas sean acaparadas por quienes ya se encuentran más favorecidos.