spectaculares construcciones, esculturas, monolitos, estelas y un sinfín de objetos de las ricas culturas que poblaron el territorio que hoy llamamos México, nos han deslumbrado a lo largo de los siglos.
Con algunas excepciones, la mayoría muestran, desnudas de color, la piedra o argamasa con que fueron realizadas. Lo mismo sucede en general con edificaciones y piezas notables de otras culturas del mundo.
Hace tiempo que se conoce que estuvieron pintadas con vivos colores; sin embargo, a partir del siglo XVIII se impuso el gusto por el color natural de los materiales con los que las crearon. Este canon estético ha permanecido hasta nuestros días, lo que ha llevado a que se piense que siempre fueron así.
De hecho, cuando nos enfrentan a un objeto del pasado con vivos colores, solemos sentir un rechazo que nos hace sentirla falsa o exagerada.
En el majestuoso Palacio de Bellas Artes recientemente se inauguró la exposición El color de los Dioses. Esta muestra incluye la exhibición de reconstrucciones polícromas de esculturas grecorromanas y prehispánicas junto a piezas originales. Esto permite apreciar los colores que habrían tenido en sus orígenes y comparar como lucen ahora. Es importante porque el colorido solía tener un significado que al conocerlo nos permite comprender más profundamente la cosmovisión de esas culturas ancestrales.
Es una experiencia interesante pararse frente ambas piezas e intentar modificar nuestro gusto o ser capaces de disfrutarlas de ambas maneras.
La exposición sólo con piezas grecorromanas se presentó en los museos del Vaticano, Harvard, Británico, Getty Museum, Atenas, Estambul y Pergamon, donde millones de visitantes tuvieron la oportunidad de observar las reconstrucciones a color de algunas esculturas clásicas junto a los originales que perdieron la cromática.
Al decidir presentarla en nuestro país dentro del Año Dual Alemania-México, se propuso incluir una sección mesoamericana, que permitiera apreciar el uso de los colores en la escultura precolombina.
La idea fue todo un acierto como podemos comprobar al admirar las piezas, algunas notables, que se trajeron de los museos Nacional y de Xalapa de Antropología, del Virreinato y del Templo Mayor.
También se puede visitar en otras salas del bello palacio, una exposición que nos acerca a la vida y obra de Adolfo Best Maugard, pionero en la enseñanza del arte con visión nacionalista, e influyó de manera relevante en la formación de muchos artistas mexicanos. Desarrolló un método que se impartió en las escuelas primarias del país, así como en las normalistas; Maugard afirmaba que a través del dibujo decorativo el niño explotaría su propia creatividad.
Tuvo cercana amistad con artistas como el Dr. Atl y Armando García Núñez. La influencia que tuvo de ellos se muestra en paisajes como Los volcanes del Valle de México. Otra de sus inspiraciones fue la arquitectura rural.
Maestro de Rufino Tamayo, Manuel Rodríguez Lozano y Julio Castellanos, entre otros, él mismo fue un buen artista. Se muestran tres magníficos autorretratos de distintas épocas.
En la exposición podemos apreciar cinco ejes rectores, que conducen al espectador por la evolución del artista. Estudió y experimentó el dibujo de la indumentaria tradicional mexicana y se inspiró en su iconografía.
La comida fue en el luminoso espacio que alberga el restaurante de Bellas Artes, con la vista de los refulgentes y coloridos mármoles que adornan el amplío vestíbulo, por cierto, todos mexicanos y a lo alto uno de los murales de Rufino Tamayo.
No resistí volver a pedir el gazpacho, que según un amigo español es de los mejores que ha degustado. De plato fuerte pidió un guachinango a la veracruzana y yo el pollo en salsa de nuez de la India. De postre compartimos el pastel de zanahoria, especialidad de la casa. El dilema fue escoger el aperitivo ya que aquí preparan los mejores manhattans y martinis.