os 22 diputados de Morena estamos al fondo del Salón de Sesiones de Xicoténcatl 9, el antiguo Senado y hoy precaria sede donde se reúne la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México. Nos sentimos distintos y lo somos. Nuestro grupo es el único que en su totalidad fue electo por el voto popular, constituimos una representación democrática, nos llevó a este episodio histórico la voluntad popular en un proceso electoral poco promovido, apresurado e ignorado por indiferencia o consigna de los grandes medios de comunicación.
En los otros grupos conviven algunos diputados electos con otros designados, lo menos que se puede decir de ellos es que independientemente del valor personal, reconocimiento social o grado académico de sus integrantes, los grupos son híbridos y carecen del timbre de orgullo democrático, propio en esta ocasión sólo de Morena; hay otras diferencias que no pueden ignorarse ni pasar inadvertidas, con independencia de historias políticas o méritos personales de diputados constituyentes.
Somos diferentes también porque Morena como partido no apoyó y sí combatió hasta donde fue posible, y sigue señalándolo como algo negativo para México, el paquete de reformas derivadas del llamado Pacto por México convenido por el presidente Enrique Peña Nieto junto a grupos políticos que marcaron con ello su destino.
También en forma natural, por diversas causas, incluida una injusticia, nos distingue de los demás el lugar que ocupamos en el salón. En la parte baja a la derecha, cercana a la mesa directiva y frente a las tribunas está el PAN; el diluido PRI al centro y a la izquierda el PRD, reforzado por personajes distinguidos nombrados por el jefe de Gobierno.
Nosotros, arriba y a todo lo ancho del salón, en los lugares que nos permitió el acuerdo de todos los demás, por lo visto aliados en esto como lo han estado antes en otras circunstancias y espacios, y como sin duda estarán en debates y comunes intereses. Desde ahí, en la montaña, hemos llevado el peso mayor de las discusiones, uno de nuestros diputados afirmó, no sin razón, que abajo está el oficialismo y arriba la oposición.
André Maurois, en su Historia de Francia, recuerda en prosa elegante la colocación de los diputados en la Asamblea Nacional en el París de la Revolución y de la Comuna: Los girondinos sentábanse a la derecha
, la izquierda ocupaba la montaña
y defendiendo un programa claro frente a los titubeos de los demás, pugnaba por la salud pública
y la depuración social. Entre la Gironda y la Montaña, se extendía un tercer partido silencioso
, la Llanura se le denominó, sin organización ni identidad, pero con votos; partido gozne dirían ahora los especialistas en política moderna de acuerdos y acomodos, en sustitución de debates y convicciones.
Una comparación nunca explica todo ni es bien vista, a veces molesta a quienes son objeto de ella; no se puede repetir la historia como un espejo que refleja una imagen. En la Asamblea Constituyente nadie pretende, ni sería posible, repetir la conformación de aquella Asamblea Nacional que cambió al mundo, pero en algo se le parece.
La estructura de la asamblea tiene características propias; hay partidos reales y ficciones de partidos, está el viejo instituto oficial, con su larga historia antidemocrática; otros, sostenidos con alfileres del presupuesto, útiles al sistema. En su composición humana individualidades destacadas, conocedores, provienen algunos de la administración, otros de la academia y muchos de las luchas sociales. Hay golpeadores, habrá trampas dialécticas y no faltarán quienes caigan en ellas. Sabemos en general que se comparte la intención de sacar adelante una buena constitución y avanzar en un nuevo parlamentarismo.
Como los jacobinos estamos arriba, en la montaña, a 20 escalones de la tribuna, dispuestos a recorrer ese camino cuantas veces se requiera, cuando el interés de la ciudad lo amerite, siempre que la convicción nos lo exija.