oronto. Ya acercándose el final del TIFF ‘16, me queda hacer un repaso de los títulos satisfactorios vistos en los últimos días. Apuntaba ayer sobre lo que promete ser la favorita del festival, La La Land, de Damien Chazelle. Sin duda, se trata de la película más placentera del encuentro, un musical que si bien hace un homenaje a los clásicos del género –las producciones de la MGM de los años 50, así como la aportación francesa de Jacques Demy (sin su cursilería)–, no se siente como pieza de museo.
Chazelle ha dado un brinco en sus ambiciones desde su anterior Whiplash (2014) y aquí expresa con exuberancia los sentimientos de todo musical que se respete: el gozo de vivir y el gozo de estar enamorado. A través de la relación entre dos jóvenes de Los Ángeles, una aspirante a actriz (Emma Stone) y otro a jazzista (Ryan Gosling), a lo largo de las cuatro estaciones, el cineasta sorprende con su capacidad formal, plenamente expuesta desde el primer momento, una alucinante coreografía en plano-secuencia de todos los conductores atrapados en un freeway angelino, que se ponen a cantar y bailar al unísono.
Ya habrá oportunidad de hablar más sobre ese notable logro genérico cuando se estrene comercialmente en la cartelera. Será curioso constatar cómo reacciona el público mexicano, tan reacio al musical tradicional.
En el registro opuesto está Home, de la realizadora belga Fien Troch. Hablada en flamenco, es un drama familiar sobre un muchacho recién salido del reformatorio (por un delito que desconocemos) que es adoptado en el hogar de su tía, quien tiene un hijo de la misma edad. Utilizando el estilo directo de los hermanos Dardenne (paisanos, al fin y al cabo), pero sin su esperanza humanista, Troch establece con elocuencia cómo las opciones se reducen para jóvenes que, de alguna manera, han sido marcados por la sociedad. La mirada de la cineasta –recién premiada en la sección Orrizonti del festival de Venecia– es dura y nada concesiva, sobre todo a la hora de mostrar el dilema de otro joven personaje sofocado por su mamá devoradora.
Por su parte, el chileno Pablo Larraín participó –al igual que Werner Herzog– con dos títulos en el festival. Mucho más atractiva que Neruda para el público local, Jackie, su primera película hablada en inglés, es un recuento impresionista de los días vividos por la célebre primera dama estadunidense justo después del asesinato de John F. Kennedy. Apoyada en una compleja interpretación de Natalie Portman, el personaje es visto en una variedad de registros, desde el duelo hasta la altivez, pasando por su preocupación de que no se pierda el legado de su marido. Es la película más controlada de Larraín y tal vez la más efectiva.
Con estilo de sobra, Nocturnal Animals, segundo esfuerzo del diseñador Tom Ford como cineasta, combina dos narrativas con su mismo enfoque gélido. Una exitosa dueña de una galería de arte (Amy Adams) recibe la nueva novela de su ex marido (Jake Gyllenhaal), al tiempo que constata que el actual (Armie Hammer) le es infiel. La película ilustra la lectura de dicho texto, sobre cómo un hombre (también con el rostro de Gyllenhaal) sufre el ataque de unos delincuentes en una carretera desierta, resultando en la violación y muerte de su esposa e hija adolescente. La mirada sobre la gente privilegiada de Los Ángeles es fríamente despectiva, mientras que el recurso de la historia dentro de la historia es doblemente distanciador.
La cosecha ha sido buena en esta edición del TIFF. O uno ha tenido el acierto de escoger bien. El caso es que, ante la excesiva oferta de casi 300 largometrajes, uno se ha salido en una sola ocasión a media película, con la fallidísima I Am the Pretty Thing That Lives in This House (Yo soy la cosa bonita que vive en esta casa), cuyo inepto director, Osgood Perkins, supone que la atmósfera de misterio se consigue con imágenes oscuras, un nulo sentido del ritmo y voces susurradas.
Twitter: @walyder