l desconcierto que revolotea amenazador sobre el futuro priísta refuerza su intensidad con sus dramáticas novedades. No bien capotean sus pasadas desgracias cuando se les acumulan nubarrones que, una vez más, les presagian tormentas. El desequilibrio impuesto a ese cuerpo partidario por las pérdidas electorales de este año no le ha permitido recobrar un mínimo de reposo a sus tribulaciones. No bien se ven en el umbral de su desgracia presente cuando les aparece, de sopetón, un nuevo litigio por demás pernicioso. Una y otra vez han tenido que buscar refugio en distractivos emergentes o en el escurridizo olvido sin poder aliviar sus fuertes latidos de ofuscamiento. Los postreros días de agosto, con sus lluvias torrenciales han sido bastante peores que los famosos idus de marzo para los romanos. Han tenido que apechugar, en silencio y con espanto, derrumbes adicionales de su tambaleante dirigencia formal.
Capitaneados, desde las aparentes sombras palaciegas, por un ubicuo secretario de Hacienda –que pretende pasar desapercibido–, el priísmo recibió, al unísono, sonoro cañonazo en su mera línea de flotación: el peor rebufe en lo que corre del presente sexenio. Las voces y maniobras desarrolladas en la cúpula decisoria, pretendidamente discretas, han quedado expuestas sin tapaderas ni algodones. El desaguisado ha sido de tal tamaño que imposibilitó el esfuerzo de pasarlo sin sus múltiples detalles y, sobre todo, sin protagonistas específicos. Don Luis Videgaray paga, ahora, los platos rotos de una vajilla diplomática para pretendida astucia aventurera. Después de la visita del copetón candidato, los intentos para curar heridas, suavizar afrentas o controlar daños han sido inútiles. Defenderse ante el vendaval de acusaciones sustentadas, reproches airados y señalamientos de errores concretos, se ha trocado, sin más, en páramo de oficialistas alegatos cerriles, casi obscenos. Sostienen que había necesidad de enfrentar el peligro del republicano: lo conseguido, por el contrario, le dotó de presidencial plataforma para relanzar, hasta con saña, una campaña de mayores groserías contra los inmigrantes nacionales. Uno por uno fueron expuestos en Arizona y ante una muchedumbre alucinada, vestigios personalizados de actos criminales de migrantes (mexicanos) ilegales. Ningún caso, del montón de hazañas sobresalientes, bien documentadas por lo demás, que amparan la presencia latina
en esas tierras de soñado destino fueron mostradas.
De manera consecuente, el fallido trasiego diplomático reveló preparativos sucesorios inocultables. El pequeño grupo de personajes insertados alrededor del presidente Peña son claras señales de la influencia del señor Videgaray. La misma prepotencia burocrática del funcionario es indicio de sus displicentes maniobras para exhibir sus palancas dentro del reducido ambiente cupular. De cara a esta realidad burocrática, el priísmo de base queda frente a la factible intentona, muy a pesar del descrédito sufrido, de un candidato presidencial a la antigua usanza: uno que descenderá de las cúspides. Los entretelones, aireados sin pudor, son muestra clara de ello. Sin respeto alguno por la opinión y sentires de los cuadros militantes de abajo se viene preparando el acto mayor. Y los que ahora sólo pueden husmear algo de esos enrarecidos aires, llegado el momento, desconcertados, bajarán, de nueva cuenta, la testuz y acatarán la decisión. Algunos cuantos podrán retobar pero, en seguida, pondrán en la balanza sus propias y pesadas ambiciones e intereses sosegadores de pasiones. Mientras mayores sean aquéllos, menos furias y resistencias. Su única esperanza de rebelión radicará en aquel, o aquella que, desde muy dentro, pueda encontrar resonancia en la extensa base de simpatizantes, que todavía pueden ser decisivos.
Los descalabros sucesivos del Ejecutivo federal, que bien se conocen y catalogan, no son gratuitos. Tampoco aparecieron de la nada ni están conectados con causales ignotas fuera de toda previsión. El desgarramiento de un gobierno no sucede por accidentes incontrolables o desgracias inmerecidas, sino que está bien arraigado en sus capacidades e historia. Una administración cuyo listón de mérito radica en una colección de reformas, llamadas estructurales con engolamiento tecnocrático, no logra el reconocimiento buscado con base en ellas. En especial cuando sus contenidos fueron diseñados desde fuera y para beneficio, en exclusiva, de élites y plutócratas. La acelerada proletarización de los trabajadores, advertida con rigor por las estadísticas del empleo y el ingreso, muestra sin tapujos los reales arrestos de la reforma laboral. La aparente ineficacia de la recaudación de impuestos, cuya evasión es señero logro mundial, respalda, sin miramientos, a los capitales de mayor envergadura. De esos intríngulis reales, de estructura, dimana la explosiva injusticia social prevaleciente apenas contenida. La superposición de criterios financieros sobre los de corte humano para invitar a Trump, es el seco, inexperto, infértil talante de un cuerpo de asesores y demás funcionarios allegados a la cima, por completo alejados del ánimo y sentir popular.
El traslado de un grupo, con ilusas bocanadas de grandeza, desde una provincia hasta la complejidad federal, conlleva preparativos inevitables y muchas limitantes. Pretender un despliegue diplomático de envergadura, sin trasteos previos y dilatados, ha permitido este monumental error que ahora lamentamos. La negativa de la señora Hillary Clinton para aceptar la invitación que también le fue extendida, agranda el socavón de penas causado por la tonta maniobra desplegada.