qué viene? Es claro que de aquí al 1º de diciembre de 2018 el país tendrá en la jefatura del Estado a un hombre cercado e inhabilitado por sus propias decisiones desastrosas, sus carencias maquilladas de virtudes y su portentosa capacidad para generar consensos en contra de sí mismo. Ya no se trata únicamente de los sectores democráticos y patrióticos que se opusieron desde el inicio a las reformas peñistas y de los gremios afectados por ellas y por la continuidad del neoliberalismo privatizador, corrupto y desintegrador. Es la coalición misma que detenta el poder –cúpulas empresariales, partidos del Pacto por México, cacicazgos regionales y sindicales, más otros integrantes aún menos presentables– la que encontró una oportunidad perfecta para autodisolverse.
La invitación a Trump y la imperdonable obsecuencia de Peña durante el encuentro ha sido el pistoletazo de salida para confirmar los deslindes con respecto del peñato. La mayor parte de quienes en su momento negaron o minimizaron el fraude con las tarjetas Monex y Soriana y aplaudieron la entrega de los recursos naturales al extranjero, la adhesión de México al Acuerdo Transpacífico, la participación en fuerzas multinacionales y otros actos de traición a los intereses nacionales, hoy se rasgan las vestiduras y se han lanzado a denostar a quien, hasta hace dos años, era defendido y retratado por ellos como un líder audaz, renovador y necesario. Las voces que hasta hace muy poco justificaban al poder victimario (de Atenco a Iguala), quienes se mostraban indulgentes ante la impudicia de la Casa Blanca, OHL e Higa, los programas de tele que antaño omitían pifias y atrocidades, ahora se indignan por la recepción de Estado que se brindó en Los Pinos al enemigo de los mexicanos. En privado, en los pasillos de la administración pública, muchos funcionarios no le perdonan a Peña que haya desbaratado en un cuatrienio el gran proyecto priísta de recuperación de la Presidencia, un proyecto que costó años de trabajo pero, sobre todo, astronómicas cantidades de dinero.
Se queda solo para lo que resta de su periodo. Si tuviera conexión con la realidad seguramente optaría por constreñirse a un ejercicio meramente administrativo y gerencial y a mantener un bajo perfil en los siguientes 27 meses. Pero la conflictiva crispación a la que ha llevado al país obliga a la Presidencia a emitir posicionamientos en torno a un montón de problemas y además sus inocultables fallos de percepción (no entiende que no entiende
) le impedirán guardar la estricta discreción para no empeorar los grados de repudio que enfrenta.
Es probable que en diversos rincones de las cúpulas del poder exista la tentación de prescindir del gobernante como una medida extrema de control de daños: sacarlo del cargo en forma anticipada podría ser una forma de soltar lastre, atribuir la responsabilidad de la catástrofe a un defenestrado y preparar de esa manera una recomposición del régimen oligárquico con miras a las elecciones previstas para 2018. Pero una presidencia interrumpida pondría en grave riesgo la continuidad del acuerdo que aglutina a la oligarquía política y empresarial: la preservación transexenal de la impunidad, la corrupción y el modelo económico. Ese pacto requiere, para su cumplimiento, de sexenios completos. De modo que no es probable que la oligarquía dominante intente una medida tan extrema como colocar al atlacomulquense en la situación de pedir licencia. Más bien parece lógico que el componente empresarial y mediático abandone al PRI y a sus suspirantes y busque otros seis años de corrupción, impunidad y neoliberalismo inflando una candidatura de Margarita Zavala de Calderón o de alguien por el estilo.
El lapso que le queda al peñato será, pues, desgastante, árido y potencialmente explosivo, con la Presidencia vilipendiada por el conjunto de la sociedad, los conflictos sociales irresueltos e irresolubles, el horizonte económico cargado de malos presagios y el desprecio y la animadversión del poder estadunidense, sea cual sea el vencedor en los comicios de noviembre. Está por verse, además, qué otras ocurrencias brotan del equipo de Los Pinos.
Peña y su puñado de incondicionales tienen por delante dos años de soledad que a los mexicanos nos van a parecer cien. Pero eso sí: al igual que la estirpe de los Buendía, no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra
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