En el hospital comunitario murieron cuatro de los pobladores
‘‘Nos lanzaron gases; tres bebés tuvieron crisis respiratorias’’, narra
Miércoles 31 de agosto de 2016, p. 5
Nochixtlán, Oax.
El hospital comunitario de Nochixtlán vivió el pasado 19 de junio como si se encontrara de pronto en medio de una guerra. Casi ocho horas de balaceras dejaron más de un centenar de heridos en los alrededores. Con 12 camas disponibles, cinco enfermeros y dos médicos de turno, el nosocomio recibió 45 heridos de bala; cuatro de ellos murieron en el lapso de dos o tres horas.
Desde los helicópteros, la policía disparó bombas de gas lacrimógeno en el techo del inmueble. En consecuencia, tres bebés recién nacidos tuvieron crisis respiratorias. De manera intermitente, los uniformados cercaron la clínica. A primeras horas de la tarde, un grupo de policías intentó entrar al hospital pateando la puerta y amenazando al vigilante que les impidió el paso.
Todo esto lo documentó el enfermero Juan Nicolás López, quien desplegó una doble función, consciente de que además de asistir en la emergencia era necesario dejar registro de lo que estaba ocurriendo. Comparte su testimonio con La Jornada.
Refiere que checó tarjeta en el Hospital de la Comunidad de Nochixtlán, dependiente del gobierno del estado, poco antes de las 8 de la mañana. Juan Nicolás es enfermero general titulado, con 24 años de experiencia.
A pocos metros del hospital ya había empezado el ataque policiaco contra el retén de los maestros de la sección 22. Junto con algunos compañeros el enfermero intentó acercarse al sitio del conflicto para prestar ayuda en caso de que hubiera heridos.
‘‘Cuando nos percatamos de la magnitud del enfrentamiento corrimos de regreso a la clínica a prepararnos para lo peor. Pero lo que se nos vino encima no lo podíamos ni imaginar. Fatídico.’’
A toda prisa el personal del nosocomio empezó a colgar los sueros, a disponer el material de curación y las camillas, a preparar el único quirófano, a apilar colchonetas y sábanas. Al final del día nada fue suficiente.
Muchos heridos, leves o graves, tuvieron que ser rechazados. Dos de ellos fueron trasladados en ambulancias al hospital de Huajuapan de León, pero no llegaron vivos.
La Defensoría de Derechos Humanos de Oaxaca tiene un registro de 98 lesionados por arma de fuego, más del doble que el censo del hospital. Y reconoce que puede haber un subregistro.
Según los censos de Servicios de Salud de Oaxaca (SSO), de los que este diario tiene copia, diez heridos ingresaron al Centro de Salud de Servicios Ampliados (Cessa) y 14 a la clínica local del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Clínicas y hospitales de Huajuapan de León, Tehuacán, San Andrés Sinaxtla y Juxtlahuaca también atendieron heridos de Nochixtlán y enviaron todas sus ambulancias disponibles.
Decenas más recibieron primeros auxilios en el kiosco y en la parroquia del poblado. Movidos por las alarmantes noticias, acudieron médicos y paramédicos de la región mixteca e incluso de los estados vecinos, Veracruz y Puebla. Significativamente, de Oaxaca no llegó ninguno. Según testimonios recabados por este diario, las clínicas privadas y los médicos particulares de la cabecera de Nochixtlán cerraron sus puertas ante la emergencia.
El director del hospital comunitario, Ramsés Enrique Guevara, estaba en día de descanso. Quiso manejar la crisis desde la capital de Oaxaca, con su celular. ‘‘No hizo el mínimo intento de llegar a Nochixtlán, que queda a 45 minutos en automóvil. Puso de pretexto el bloqueo’’, informa el enfermero. Días después, el director fue destituido.
Jesús Cadena Sánchez fue el primer herido que falleció –antes del mediodía– en el hospital comunitario; de sólo 19 años, es el más joven entre las víctimas. Se acercó al lugar de la refriega atendiendo al llamado del párroco de su colonia para ir a recoger heridos.
Llegó agonizante al nosocomio. Una bala le ingresó por el bajo vientre hasta la vejiga, le destrozó la vena iliaca y parte del intestino. Su mamá, Patricia Sánchez Meza, quien estuvo presente durante la autopsia, refiere que le enseñaron el proyectil. ‘‘Quedó en pedacitos. Supongo que era una bala expansiva, porque causó mucho destrozo dentro del cuerpo de mi hijo. Así consta en el acta de la autopsia’’. Y no fue el único caso.
Anselmo Cruz Aquino murió poco después. Era plomero y electricista, oriundo de Tlaxiaco. Según cuenta su hermano José Luis, una bala penetró por la barbilla, le atravesó la lengua, la tráquea y se alojó en el pulmón. Los intentos por reanimarlo fueron inútiles. Nicolás, el enfermero entrevistado, supone que puede ser otro caso de bala expansiva.
Para desde las 10:30 de la mañana el hospital ya estaba rebasado. Había heridos en el piso de las dos salas de espera y en los pasillos. Se retiraron los asientos de las salas para atender ahí a los pacientes sobre cartones o sábanas. Afuera se oía el sobrevuelo de los helicópteros de la policía.
De pronto, se escucharon dos golpes fuertes, uno en el techo y otro por la cancha de futbol aledaña. ‘‘Fueron bombas grandes de gas lacrimógeno. En un instante nos llenamos de humo. En medio del caos nos dimos cuenta de que los tres neonatos que teníamos presentaban signos de asfixia, lo mismo que sus madres, que habían parido la noche o el día anterior. No había dónde resguardarlos. Sólo pudimos tapar con sábanas mojadas las rendijas de las puertas y ventanas’’, recuerda Juan Nicolás. De los ocho fallecidos durante el ataque policial, cuatro murieron en ese pequeño hospital. Sus cuerpos fueron resguardados en el tanatorio, sobre el piso.
Dos víctimas más murieron instantáneamente en el sitio donde cayeron, frente al hotel Juquila. Los pobladores sostienen que francotiradores vestidos de civil dispararon desde la azotea contra la multitud. Juan Nicolás asegura que al hospital comunitario no llegó ningún policía lesionado. Hoy el hotel luce una fachada impecable, remozada, recién pintada. Opera con toda normalidad y nadie ha investigado a sus dueños.
A Juan Nicolás no le consta que en el hospital comunitario se hubiera recibido una orden del gobierno estatal de no dar atención a los heridos. ‘‘Sí cerramos las puertas. Pero eso fue cuando llegaron unos 20 policías queriendo entrar. El vigilante cerró. Los uniformados la emprendieron a patadas contra la puerta. Yo los vi. Estaban fuera de sí, como borrachos’’.
En el interior cundió el pánico y en cuanto se despejó el frente muchas personas tomaron a sus familiares heridos, graves o no, y se los llevaron por temor a que la policía regresara y quisiera detenerlos o rematarlos.
Quizá por ese temor, cuando Juan Nicolás volvió el fin de semana siguiente a cubrir su turno, sábado y domingo, ya sólo quedaba uno de los heridos del enfrentamiento, independientemente de la gravedad de los demás lesionados.
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