i bien en los planteamientos gubernamentales no se menciona de manera alguna que el objetivo real de la llamada reforma educativa
sea la privatización de la educación pública, los indicios de que, en esencia, esto es lo que persigue el gobierno de Peña Nieto para consumar el mayor de sus engaños al pueblo de México, son más claros cada día; de manera particular, con los anuncios recientes que resaltan la gratuidad de la enseñanza y de los libros de texto.
A un segmento importante de la población mexicana la idea de que el gobierno pretenda privatizar la educación le parece lejana y absurda, sabiendo que varios millones de familias viven en condiciones de pobreza que les impedirían pagar colegiatura alguna, además de representar una política contraria a la de los anteriores gobiernos.
¿Cuáles son las razones para privatizar la educación y cuáles los intereses que están en juego? ¿Hasta dónde podría llegar el proyecto privatizador y cuál sería la suerte de los niños de las familias más pobres? ¿Cuál sería el futuro del país que se construiría a partir de la instrumentación de este proyecto? Para contestar estas preguntas he preparado el artículo que ahora comparto con los lectores de La Jornada.
Comienzo dando una idea de las dimensiones del negocio que representa la educación básica, constituida actualmente por algo más de 25 millones de estudiantes, cuyo costo anual promedio para el gobierno fuese de 12 mil pesos por estudiante a costos actuales. Ello significa 300 mil millones de pesos por año. Esto implica que las dimensiones del mercado educativo permitirían en unos cuantos años generar fortunas de grandes dimensiones para unos cuantos empresarios amigos de los funcionarios en turno, y desde luego también para éstos, dados los niveles de corrupción.
Existen, sin duda, escuelas privadas de alta calidad; sin embargo, la mayoría presentan resultados similares o más pobres que los de las públicas (según resultados de Enlace 2008 a 2014), bien sea por carencias de recursos o por el afán de lucro de sus dueños. Pero el modelo en que están pensando los empresarios, deseosos de invertir en educación es diferente: la creación de franquicias educativas
, cadenas formadas por centenas o millares de escuelas que funcionen compartiendo una marca y un emblema en el que la calidad educativa
, tan en boca entre las autoridades actuales, pueda ser fabricada y atornillada
en el cerebro de los padres de familia con mensajes televisivos adecuados, lo que desde luego explica el interés en la educación de calidad
de Televisa y de Mexicanos Primero.
La generación de franquicias alternas, con costos diferenciados para las familias de diferentes niveles económicos, constituye hoy una experiencia real, lograda por el Tecnológico de Monterrey (ITESM) con sus diversos campus y su proyecto alternativo denominado Tec Milenio, así como la experiencia de la empresa asiática, dueña de la Universidad del Valle de México, con sus programas diferenciados para distintos niveles socioeconómicos. Todo sería así, cuestión de creatividad, mercadotecnia e inversión.
Por otra parte, los apoyos de la OCDE, el banco Mundial y el FMI al Presidente, por sus reformas estructurales, nos indican que esos organismos ligados a los grandes capitales financieros, también están interesados en el mercado educativo mexicano. ¿Cuál es la razón de estos intereses internacionales? Para encontrar la respuesta debemos ubicarnos en el fin de la Segunda Guerra Mundial, a partir del cual el capital estadunidense y de grupos financieros europeos obtuvieron enormes ganancias mediante financiar la reconstrucción de Europa y Japón (la metáfora de Rico McPato, nadando en una piscina de dinero, era falsa; el capital requiere ser invertido para crecer). El financiamiento de los grandes proyectos gubernamentales ayudó sin duda al desarrollo de nuestro país, constituyendo también sólidas utilidades para los diversos grupos financieros durante décadas.
Sin embargo, los avances tecnológicos de la informática y las comunicaciones digitales han permitido un crecimiento acelerado de las operaciones bancarias, haciendo posible el manejo de enormes volúmenes de créditos, que al ser colocados en los mercados de servicios y consumo de particulares, han incrementado las utilidades del sistema bancario en su conjunto. De esta manera, el sistema financiero puede triplicar o cuadruplicar sus ingresos, otorgando créditos personales para la educación, en comparación con esos mismos volúmenes de crédito otorgados al gobierno.
Por esta razón, los capitales financieros han destinado una parte importante de sus recursos a financiar la compra de automóviles, reduciendo a corto plazo las necesidades de los grandes proyectos de transporte púbico. ¿Cuál era el porcentaje de familias que podían tener un automóvil en 1960? Pareciera que hemos avanzado mucho, pero lo que ha sucedido es que hemos construido ciudades donde transportarse es más un dolor de cabeza que una solución inteligente, generando grandes utilidades para los bancos, las aseguradoras y sus dueños, acompañados de graves problemas de tráfico, contaminación y enfermedades para la población.
Un elemento decisivo para el éxito de estos negocios es la debilidad humana: además de buscar una solución al problema del transporte, vemos en los automóviles un medio para obtener estatus social. Me atrevo a afirmar que lo que se pretenderá vender mediante el negocio de la educación privada será igual, más estatus que conocimientos y competencias para los hijos, deformando la educación y la permeabilidad social.
Finalmente, para quienes dirigen el gobierno la privatización masiva de la educación les representaría una gran ventaja: la población a atender sería significativamente menor y además podría ser objeto de adiestramientos básicos y conocimientos mínimos, asegurándoles el control de esa población mediante un esquema clientelar de carácter nacional, ni más ni menos que la piedra angular con la que han soñado varios grupos de poder, la utopía del Mundo Feliz imaginada por Aldous Huxley, hace más de 80 años.
Esta es una de las razones y la dimensión de la lucha actual del magisterio disidente que se niega a aceptar la reforma y el modelo educativo que el gobierno y sus asociados pretenden imponernos de manera autoritaria, con el apoyo de los más oscuros intereses. Por ello el soporte de la sociedad toda a los maestros es fundamental. Debemos impedir la instrumentación de esta política.
Sólo hay algo a lo que los hombres con cargos públicos temen más que la educación de sus súbditos...
Arturo Pérez Reverte, Hombres buenos.
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