ada cuatro años la historia se repite, pero ni como tragedia ni como farsa: lo hace reafirmando los valores más nefastos del colonialismo cultural de Occidente. Nada se escapa a la economía de mercado, menos el deporte, cuya evolución depende de su condición de espectáculo. Las normas y reglas cambian según las necesidades de las firmas patrocinadoras, las empresas y entidades financieras. Las grandes marcas trasnacionales del deporte cubren todos los ámbitos, desde el avituallamiento, bebidas isotónicas (rehidratantes), barras calóricas, papillas, hasta los mass media, canales de pago, televisión por cable, radios especializadas, periódicos ad hoc y comentaristas exclusivos. Futbolistas, tenistas, atletas, cualquiera es válido, siempre y cuando su fama traspase fronteras. Una cara conocida en la pantalla asegura audiencia.
Las grandes citas deportivas, olimpiadas y campeonatos mundiales de futbol, se convierten en un plato apetitoso para ser engullido por capitales especulativos. Inversores sin escrúpulos lanzan sus megaproyectos para hacerse con una parte del pastel y lograr altas tasas de rentabilidad en corto tiempo. Sin olvidarnos de las agencias de turismo, la industria hotelera y el sector servicios, nadie desea quedarse sin su tajada. Eso sí, se prefieren nichos seguros, fiables y con buena prensa. En países del primer mundo
, donde todo funciona como un reloj, no existen problemas de organización, transporte, instalaciones, seguridad o control sanitario. Nada desentona, al contrario, los comentarios son elogiosos hasta extremos inconcebibles. Se alaba la puntualidad, el clima, la cordialidad de los lugareños, los paisajes, el buen hacer de la policía, ni una sola mancha. Ni robos ni violaciones, nada de nada. Tranquilidad, paz y gobernabilidad.
En este contexto, los deportistas son el aderezo para el negocio. Ellos serán los portaestandartes de los pabellones, ídolos de una afición entregada y un buen cebo para mantener la atención frente al televisor de millones de personas. Si además se baten récords, mejor que mejor. Todo es publicidad, nada queda al azar. Todo se puede grabar y trasmitir al instante, por Twitter, Facebook, etcétera. En la ceremonia inaugural se pudo constatar que los atletas estaban más pendientes de sus teléfonos móviles que del desfile.
Pero claro, no es lo mismo celebrar unas Olim-piadas en Londres, Moscú, Múnich, Montreal, Atenas, Seúl, Helsinki, Atlanta, Sidney, Barcelona, Roma o Pekín que hacerlo en el tercer mundo
. Incluso, algunos países siguen presentándose, cambiando la ciudad de acogida. Sólo en dos ocasiones los Juegos Olímpicos han viajado fuera del primer mundo
: en 1968, la Ciudad de México, y hoy, Río de Janeiro. En ambos casos coincidía con el destacado liderazgo regional económico y político. En su momento México fue considerado un polo de desarrollo
y hoy Brasil se identifica como un país emergente que da vida al acrónimo BRICS (Brasil, Rusia, India y China). Eso sí, en esta ocasión, y algo similar ocurrió con México, la celebración ha estado rodeada de tópicos sobre corrupción, inseguridad, manipulación, intereses geopolíticos, en fin, cualquier excusa para desacreditar y marcar las diferencias con los centros hegemónicos de poder mundial. Los países subdesarrollados no están a la altura. Siempre hay argumentos para marcar distancias. Aunque en esta ocasión se han sobrepasado todos los límites.
La renuncia de algunos atletas a participar por miedo a contraer el virus del zika ha servido de excusa para cuestionar la idoneidad de las Olimpiadas en Brasil, a pesar de toda la información. Si ya era un hándicap, se ha puesto sobre la mesa la falta de seguridad, unas instalaciones defectuosas y, como siempre, el escándalo de la corrupción. Asimismo, se aducen las protestas para completar el cuadro. No hay análisis. Se mezcla y se emponzoña hasta convertir el evento en un fiasco. Sin embargo, se elude mencionar la pitada monumental a Michel Temer, presidente de facto, en la inauguración. Tampoco se habla de las ausencias, en unos Juegos Olímpicos, de muchos jefes de Estado y de gobierno en la ceremonia, como un rechazo al impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff.
Como ejemplo de este eurocentrismo cultural sirva el titular de el periódico económico de mayor tirada en España, Expansión, perteneciente al Grupo Unidad Editorial, propietarios de cabeceras como El Mundo y el diario deportivo Marca: Miedo y asco en Río 2016: atracos a punta de pistola, tiroteos, la amenaza del virus zika y el eterno problema de las aguas repletas de contaminación (...) el equipo danés de vela se ha visto inmerso en un fuego cruzado entre dos bandas rivales
. Eso ha sido lo más suave. El País, ABC, La Razón y La Vanguardia, entre otros, se unen a la campaña bajo el tremendismo y la descalificación. Pereciera ser que el mensaje es claro: nunca más unas olimpiadas en países del tercer mundo.