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Isocronías

Desmantelamiento en Puebla

L

a Casa del Escritor en Puebla, que fue inaugurada por Wole Soyinka, duró 13 años. El gobierno del estado, representado por Rafael Moreno Valle, decidió por decreto (frase que muy bien puede leerse de otro modo) desaparecerla. ¿Desdén, menosprecio, desprecio por la cultura (en su mandato también desapareció la secretaría estatal respectiva)?

Aun cuando la palabra violencia suele siempre sonar un poco violenta, yo le llamaría llanamente así: violencia institucional contra la cultura.

Podría hacerse creer –no es mi perspectiva– que con las acciones mencionadas se afecta a un limitado, acotado sector, y que por tanto se trata de medidas sólo un poquito (¿soft?) violentas, drásticas quizá, pero hasta ahí.

De caer en tal garlito se olvidaría que, a más de lo que la Secretaría de Cultura nacional señala aún en internet (La Casa del Escritor es un centro de actividades culturales, un detonador de literatura. Por sus habitaciones han pasado infinidad de escritores, algunos de ellos: Beatriz Espejo, María Mendoza, Mónica Lavín, Jaime Augusto Shelley, Teodoro Villegas, Vicente Quirarte, Hernán Lavín Cerda, Sandro Cohen y muchos más [entre éstos el Premio Nacional póstumo Daniel Sada]. Es un punto de encuentro literario, donde talleristas, autores locales y venidos de otras ciudades se dan cita.), brindaba refugio a escritores exiliados, verbigracia el palestino Riad Beidas y el cubano José Prats Sariol, quien ya hace 10 años manifestó a Proceso: “Me desilusiona… que no haya recursos para traer a otro escritor perseguido”.

Sobre lo que llamaremos la vocación del entonces nuevo recinto (2003) Miguel Ángel Ceballos, de El Universal, recogió de voz de Pedro Ángel Palou, para esas fechas secretario de Cultura de Puebla) esta declaración: Es una apuesta por la palabra, por la libertad, por la creación, por el asombro, la sugerencia, el contacto que enseña, inquieta…

Leo en un artículo de Omar Nieto para La libreta de Irma que en una segunda visita el africano premio Nobel llegó acompañado por Svetlana Aleksievich, luego también galardonada por la Academia Sueca… Quizá todo esto no resulte histórico (adjetivo malamente demeritado desde hace tiempo por ya-sabemos-quiénes), sino exclusivamente anecdótico para un Ejecutivo estatal que según se dice da en mirar más por su futuro que por el futuro de sus gobernados, o que por el futuro, nada más –y, ¿ni modo?, nada menos.