l presidente de Estados Unidos, Barack Obama, renovó ayer sus críticas hacia el candidato presidencial republicano, Donald Trump, y cuestionó a las figuras prominentes del partido conservador que han expresado diferentes niveles de desacuerdo con el empresario, pero continúan con el apoyo oficial a su nominación. La actual andanada del mandatario se enmarca en la polémica desatada la semana pasada por Trump, quien atacó a la familia de Humayun Khan, un capitán del ejército estadunidense de origen paquistaní y practicante musulmán, que murió en 2004 víctima de un atentado suicida en Irak.
Las declaraciones del líder demócrata deben ubicarse en el contexto de la cultura política y electoral estadunidense, la cual difiere sustancialmente de la que, al menos de manera ideal, prevalece en nuestro país: al norte del río Bravo se considera parte de la normalidad democrática la participación del presidente y otras figuras de autoridad en el intercambio de opiniones durante las campañas electorales, e incluso el apoyo abierto a candidaturas específicas. Pero incluso en ese escenario resulta peculiar, por decir lo menos, que Obama, un estadista caracterizado por la moderación discursiva y la cuidadosa selección de los frentes en los cuales toma parte, se encuentre embarcado en una campaña de descalificación directa contra uno de los aspirantes a sucederlo en la Oficina Oval.
Aunque el estilo de Trump se ha mantenido constante desde que dio a conocer su intención de contender por la candidatura republicana el año pasado, parece que los recurrentes exabruptos y salidas de tono comienzan a pasar factura al magnate de los bienes raíces.
El lunes se dio a conocer una encuesta en la cual la candidata demócrata, Hillary Clinton, rompe el empate técnico que se mantenía entre los contendientes y supera ahora a su rival por siete puntos porcentuales, mientras ayer el legislador por Nueva York Richard Hanna se convirtió en el primer republicano en anunciar abiertamente su intención de votar por la ex senadora, debido a lo que argumentó como incapacidad de Trump para liderar a su partido y al país.
La defección de Hanna, que podría acompañarse por otras en las próximas semanas, resulta significativa en tanto revela el grado de incomodidad que generan las posiciones del empresario entre políticos curtidos en la defensa de las posturas más extremas y contrarias a lo que en los tiempos actuales constituye la normalidad institucional.
Si resultara ganador en las elecciones del 8 de noviembre, esta ubicación de Trump más allá del espectro de la derecha radical estadunidense representa riesgos insoslayables no sólo para los ciudadanos del país vecino, sino para el orden internacional. Baste recordar su amenaza de interrumpir las remesas de los trabajadores mexicanos en un momento en que tales recursos constituyen la segunda fuente de divisas de nuestro país.
Más allá de que por ahora la candidatura republicana parece desinflarse bajo el peso de su propio abanderado, es deseable que las reiteradas demostraciones de imprudencia política de Trump lleven a una honesta reflexión entre todos los sectores progresistas estadunidenses respecto a las consecuencias de que un personaje semejante alcanzara el poder en la mayor potencia mundial.