Opinión
Ver día anteriorMiércoles 3 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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l aparato de poder funcionó tal como esperaban los apostadores de gran escala. A pesar de algunos sobresaltos inesperados, la realeza del Partido Demócrata se impuso con determinación aun antes del inicio de las contiendas primarias. Hillary D. Rodham Clinton es la abanderada por excelencia del sistema, afirmaron exaltados los dirigentes. Y ahí la tienen, de cuerpo entero, arropada por los mejores oradores con los que cuenta Estados Unidos. Una criatura pública, moldeada siguiendo los estándares indicados para una obra acoplada a los intereses del poder. Ella será la encargada de llevar a cabo los cambios que el presente demanda, anuncian con fervor dependiente los innumerables propagandistas del statu quo que la apoyan. Sabrá, dicen, recoger e integrar las demandas que esa entusiasta cauda de seguidores que Bernie Sanders trajo y llevó por toda la campaña de las primarias. Su lucha por la presidencia se basará en la enorme coalición de fuerzas formada por el presidente Barack Obama.

Y por si las anteriores razones no fueran suficientes, apoyarla es indispensable para salvar, no sólo a esa dividida nación, sino a confines bastante más allá de ella. Y ese algo más incluye a buena porción de la élite mexicana que seguirá llevando sus negocios como de costumbre. Al menos a esa parte adicional que se apiña tras el mismo statu quo local: las huestes priístas y panistas y demás adláteres incondicionales capitaneados por la plutocracia. La alternativa de Donald Trump es inaceptable, se oye por doquier; un verdadero peligro para México y alrededores. Poca duda cabe acerca de la impropia figura del magnate de los bienes raíces como alternativa. Eso queda fuera de cualquier consideración remanente. Pero ello no implica que la opción por Hillary sea lo conducente y menos aún la salvadora. Tampoco será lo decente, dirían algunos otros. Esos que todavía sienten los apremios de una emoción democratizante que tan agudamente despertara el senador por Vermont con su prédica socialista.

La convención del Partido Demócrata hizo las veces de un mundo cayendo a plomo sobre la solitaria persona de un Sanders abrumado por la escenografía. Difícil resistir el peso de esa enorme masa crítica de dignatarios y oradores cuyos textos fueron cuidadosamente designados desde lo alto. Ni aún contando con los millones de seguidores de Sanders, dispuestos al sacrificio, fue posible alterar el designio superior del tinglado real de poder imperial. Ni los dañinos contenidos de los e-mails publicados días antes podrían modificar la sentencia: Hillary es, casi, una selección natural. Y así fue. Sanders y el enorme caudal de la energía protestaria que lo impulsó quedó a la deriva una vez más. Muy a pesar de los enternecedores llantos de esa juventud decidida a ir, con toda su inventiva, por la modificación de un sistema que entiende injusto, corrupto y desvinculado de la gente común. Todo un conjunto de partidarios del cambio que conformaban, ciertamente, casi la mitad (48 por ciento) de los delegados ahí reunidos. Nada fue capaz de alterar el dictado ya consagrado de antemano por los poderosos en turno.

Cada uno fue pasando al estrado: Bill Clinton, Michelle Obama, E. Warren, John Biden, Barack Obama, M. Bloomberg, Chelsie Clinton, hasta el cantautor Paul Simon y toda una pléyade adicional de personajes estelares contribuyeron. Selectos convidados a la fiesta del convencimiento masivo. Todos ellos portando un caudal de razones, cánticos y palabras bien ensartadas que sellaron el teatro de la política estadunidense. Nada que hacer, al menos por ahora, además de cabecear frente a la abrumadora imposición desplegada.

Pero el descontento con las condiciones impuestas por el gastado modelo imperante está casi intacto aún después de la lluvia de promesas vertidas, tanto por demócratas como republicanos. La sociedad estadunidense se desangra en la base de su pirámide poblacional. Ahí, en esa porción de mero abajo, se han incrustado los desajustes, las carencias, las imposibilidades de continuación sin ruptura ante los daños ocasionados por la concentración brutal del ingreso y la riqueza acumulada en pocas manos. Sanders no ha capitulado del todo, seguirá intentando su revolución política en ciernes, pero se dejaron en el camino trozos inmensos de su precioso capital adquirido en la lucha electiva. Fue Sanders quien hizo el hallazgo de esa tonada íntima que despertó a la juventud educada para infundirle el deseo de transformar a su país. Muchos de sus seguidores quizá voten por Hillary ante el rechazo que sienten por Trump. Pero una multitud se refugiará en el abstencionismo, enconchándose sobre sí misma. Las rutas futuras de esa juvenil energía se desconocen, pero seguirá ahí, dispuesta a una nueva aventura social y política futura. Hillary no responderá a tales urgencias y llamado. Ella es una pieza bien ajustada a la maquinaria del poder establecido y así seguirá funcionando por los venideros años de su periodo presidencial.