Oscuro animal
n país anímicamente devastado por décadas de una guerra interminable. Lo que presenta el colombiano Felipe Guerrero en su vigoroso largometraje Oscuro animal son algunos de los saldos morales del largo conflicto entre la guerrilla de su país y las fuerzas militares, y en medio de todo ello las experiencias, muy emblemáticas, de sus tres mujeres protagonistas.
Contrario a la representación habitual, lo que en su cinta prevalece, de modo ominoso, es el silencio: la incapacidad o renuencia de cada mujer a expresar su indignación y rabia frente a las humillaciones a que son sometidas, y que la cinta sugiere, de manera indirecta, las más de las veces, o mostrando, sin ambages, la brutalidad de una vejación sexual.
La imagen de una mujer desnuda, con el rostro tenso y derrotado, inspeccionada por su agresor, como un objeto o un animal, antes de proceder a su posesión carnal, es uno de los momentos más fuertes de la cinta.
En otro, el terror que padece un grupo de personas atrapadas en un camión asaltado por paramilitares se muestra de modo seco y elíptico, con las siluetas a lo lejos de los hombres armados que se aproximan, el sonido de una ráfaga de metralla, los gritos de las víctimas; luego las pintas rojas, indescifrables, sobre el camión, como rastros de sangre, y finalmente toda la violencia del suceso reflejada en el rostro de la protagonista.
Más que proponer una crónica de corte documental del largo conflicto armado, el cineasta explora en este notable trabajo de ficción el mecanismo que utiliza el autoritarismo de cualquier bando para doblegar y deshumanizar a poblaciones enteras, de modo especial, a las mujeres, el sector que identifica como más vulnerable.
Señala también cómo en el largo recorrido de las protagonistas que buscan huir de la selva donde están expuestas a la arbitrariedad y al abuso, hacia una ciudad que imaginan como refugio más seguro, se topan, con trágica ironía, con la misma mentalidad misógina y maltrato que vivieron en el terreno de batalla.
El oscuro animal al que alude el título de la cinta es justamente esa irracionalidad agazapada en cualquier rincón de una nación inhóspita y hostil. ¿Qué mejor manera de ilustrar este desasosiego femenino, esta aparente cancelación de toda esperanza, que a través de ese recurso al silencio que elige el director.
Un drama sin palabras, porque toda expresión verbal parece insuficiente para dar cuenta del horror cotidiano (las desapariciones forzadas, los allanamientos de moradas, las vejaciones sexuales, la impunidad de los agresores, el analfabetismo moral triunfante). Ningún informe de ONG sobre la violación de los derechos humanos posee, en su largo catálogo de agravios, el poderío elocuente de ese silencio que el cineasta maneja de modo vigoroso.
Resulta insuficiente colocar a la película las etiquetas de lo minimalista o lo contemplativo, cuando su logro evidente es suscitar en los espectadores la indignación frente a los burdos intentos de volver banal la agresión sexual, ese oscuro animal que con tanta precisión describen los relatos entrecruzados del colombiano Felipe Guerrero.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12:30 y 17:30 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil