Opinión
Ver día anteriorLunes 25 de julio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Miseria de la política
L

a convención del Partido Republicano nominó formalmente a Donald Trump como candidato a la presidencia. Durante cuatro días la propaganda política que representan las convenciones electorales de cada cuatro años, se escucharon panegíricos de Trump. Especialmente exhaustivos fueron los de sus cuatro hijos y su tercera esposa, un verdadero culto de su persona.

En su largo discurso de aceptación, Trump ejecutó a la perfección la estrategia de la política del miedo. Trazó un escenario de su país como un área de devastación total.

Durante una hora y cuarto denostó al gobierno de Obama y fustigó hasta el extremo a su contrincante en las elecciones, Hillary Clinton, que parecía un personaje protagónico de la reunión de Cleveland, incluso por encima del mismo Trump.

En ese escenario, que culminó con la actuación del candidato mismo, las palmas se las debe llevar Ben Carson, antiguo contrincante en las primarias, y que de plano en un arrebato místico asoció a Clinton con Satanás ante el júbilo de los convencionistas. Ese es el desgraciado nivel del debate político.

Trump advirtió contra los peligros de la inmigración y la laxitud de las políticas de admisión de extranjeros, a quienes asocia directamente con la inseguridad pública y la violencia en las ciudades. Como si las tensiones raciales no fueran también un factor de degradación social.

Dijo que revocaría los tratados comerciales que han afectado negativamente los intereses de su país, que lo ha convertido en un perdedor en la economía mundial, como el TLCAN y el firmado con China.

Advirtió que cambiará las pautas de participación en la OTAN y que las otras naciones deberán cubrir los gastos en que se incurre. O sea, que le pondrá precio a la diplomacia y a la seguridad internacional, tal y como se definen hoy principalmente en Estados Unidos y Europa. Estas deberán tratarse como una manera más de hacer bisnes y maximizar las ganancias.

Dijo, sin ambages, que de llegar al gobierno pondría exclusivamente por delante los intereses de su país. Afirmó que éste debe recobrar el respeto internacional que ha perdido, pero que merece.

Así que protegerá las fronteras para frenar a migrantes, terroristas, delincuentes y el tráfico de drogas, incluyendo la construcción del muro con México; defenderá los empleos que las empresas de ese país trasladan a otras partes; replanteará los compromisos políticos externos; en fin, que se aislará de los demás.

La arrogancia del éxito de los negocios con la que se muestra orondo y la exhibición del éxito de su riqueza se traslada directamente al quehacer de la política. Claro está que para servir a los intereses de las personas de las cuales se brinda como paladín. El lema: Poner a Unidos primero y hacerlo grande de nuevo.

Pintando todo de manera oscura, únicamente la luz que él proyecta puede salvar a una nación que sólo puede exhibir en ruinas. En un momento revelador de su discurso, cuando hablaba de cómo funciona el sistema político con todo y los poderosos cabilderos de Washington y los esquemas fiscales para hacer grandes negocios, dijo con la expresión socarrona que lo caracteriza, que conoce muy bien cómo opera ese sistema y que por lo tanto sólo él puede arreglarlo. El candidato salvador. Aunque es parte de ese sistema, está en la cima del mismo y aún así se presenta como alguien de fuera, como un “outsider”.

En una propuesta de corte eminentemente nacionalista ofreció que la seguridad será restaurada y se propuso como el candidato de la ley y el orden.

Señaló como muestra el respaldo que recibió de la Asociación Nacional del Rifle, basada en la Segunda Enmienda a la Constitución, que dice: Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido. Hay lugares en los que se permite ya portar esas armas en espacios públicos. Volverán los empleos para los famosos sheriffs del viejo oeste.

También defendió el derecho de las iglesias a la libre expresión de su ideario político, en una referencia a los Evangélicos que lo apoyaron en las primarias. Aunque existe el derecho individual a la libre expresión. Esto refrenda la estrecha vinculación de la religión y el Estado, muy del gusto de los ultraconservadores actuales.

Las 10 mil personas, delegados a la convención y demás asistentes en la arena donde los republicanos lo nominaron como candidato, estaban exultantes y lo ovacionaron largamente.

Este fenómeno que se extiende por varias partes del mundo exige un tratamiento especializado. Es la demanda de una autoridad verdaderamente fuerte, el retorno del nacionalismo, la atracción de los postulados de la extrema derecha. Trump lo expresó con destreza en Cleveland y será la pauta de la campaña hasta noviembre.

Trump no representa una ideología política. Sus posturas evocan aquellas de los movimientos europeos ultranacionalistas de los años 1920 y sus renovadas expresiones desde finales del siglo pasado. La política se convierte, además, en otra manifestación del quehacer de los negocios, de lo que él mismo concibe como el arte supremo de lograr acuerdos (deals), en especial aquellos que él mismo hace.

La política se ha vendido como mercancía barata.