Mar
tonías. En sólo dos largometrajes la realizadora chilena Dominga Sotomayor (De jueves a domingo, 2012) ha conseguido plasmar un estilo propio, casi inconfundible. Una observación minuciosa, en clave minimalista, de los comportamientos de sus protagonistas, en ambos casos una pareja sentimental en crisis, durante un evento tan banal como lo es un breve viaje de vacaciones. Mar (2014), su cinta más reciente, retoma ese esquema narrativo, sólo que mientras en su primer trabajo el conflicto sordo de la pareja tenía de testigos a un dos niños casi adolescentes, con un énfasis en la pequeña Lucía, cuyo primer vislumbre de la sexualidad estaba marcado por esa confrontación de los padres, aquí, las dispu- tas de los cónyuges se escenifican frente a la madre del marido, Martín (Lisandro Rodríguez), mujer madura y muy libre, cuyo irónico desenfado irrumpe, como un chispazo de vida, en la morosidad del desencuentro afectivo.
A diferencia de su debut cinematográfico, la nueva película la rueda la directora en una semana, con un equipo de ocho personas, un costo de apenas 5 mil dólares, una duración final en pantalla de sólo 60 minutos, y un esbozo de guión abierto totalmente a la improvisación. El propósito declarado fue acometer un trabajo colectivo, donde los actores se sintieran en plena libertad para expresar sus inquietudes y su contacto epidérmico con las vivencias de sus personajes, como suele suceder en una experiencia teatral. Esta propuesta radical de experimentación obliga al espectador a compartir con los protagonistas el mismo estado de atonía, manteniéndose siempre en espera de un evento singular que pueda romper la calma: el anuncio de una tormenta, el intento de robo de un auto, un exabrupto verbal incómodo. Se trata, según la directora, de observar con atención la realidad, tomar distancias con su significación, estar atentos a la situación emocional del hombre y la mujer y detectar la fragilidad de la existencia y de todo lo inesperado que puede surgir en cualquier momento
.
El problema con esta drama- turgia del azar es la poca o nula empatía del espectador no só- lo con los personajes, sino también con el supuesto conflicto sentimental que están viviendo, y del que sólo se ofrece una información muy fragmentada. Cuando Vanina Montes, actriz que interpreta el papel de Eli, la esposa insatisfecha, le señala a la cineasta que no entiende a su personaje, esta última le confiesa: Yo tampoco
(entrevista con Cédric Lépine, Mediapart, 2015). Lo que importa, insiste, es vivir por completo el lugar donde sucede todo y quedar en espera de lo imprevisto. Magra recompensa para los espectadores que en materia de minimalismo han tenido mayores estímulos con el trabajo anterior de la directora, mucho más armado, y con el cine que ha sido una de sus fuentes de inspiración, el de la argentina Lucrecia Martel (La ciénaga, 2001), formidable trabajo de observación y precisión narrativa. Mar semeja así el esbozo, muy improvisado, de un trabajo futuro que se espera sea mucho más exigente.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 12 y 18 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil