stados Unidos atraviesa por otro momento de tensión racial entre sus habitantes. Cabe subrayar que el racismo y la discriminación racial han sido una constante en su historia. Existió entre las distintas tribus de indígenas que poblaron el territorio antes de la llegada de los europeos en los siglos XVI y XVII. La introducción durante la época colonial de esclavos negros complicó aún más las relaciones entre las razas. La esclavitud persistió en partes de Estados Unidos durante los primeros 80 años de su vida independiente.
De 1865 a 1965 muchos estados del sur promulgaron leyes llamadas de Jim Crow para segregar a la población negra de la blanca. En los últimos 50 años se eliminaron los vestigios de esas leyes, pero continúa la discriminación racial y persisten los barrios de negros en las ciudades.
La composición racial y étnica de los ciudadanos de Estados Unidos ha cambiado mucho en el último siglo y medio. La llegada de inmigrantes del sur y este de Europa, luego de latinoamericanos y caribeños y, más recientemente, de Asia y Oriente Medio, ha transformado lo que fue una pequeña población de anglosajones, indígenas y negros.
Poco más de 70 por ciento de los 330 millones de habitantes de Estados Unidos son blancos, luego siguen los latinos o hispanos y los negros.
En Estados Unidos hay más de un millón de personas dedicadas a tareas policiacas. Más de la mitad son policías urbanos cuyo uniforme es azul oscuro. Estos son los que han acaparado recientemente la atención de los medios de comunicación. Y la razón es muy sencilla. Una buena parte de la población tiene un teléfono móvil con cámara. Y últimamente se han difundido videos con sonido del uso de la fuerza excesiva, incluyendo el homicidio a sangre fría.
Desde hace décadas la brutalidad de la policía y la violencia de algunas organizaciones de negros han marcado la historia de Estados Unidos. No me remontaré al Partido Pantera Negra, ni listaré las últimas tragedias en diversos estados, como tampoco haré una descripción del recién nacido movimiento Black Lives Matter. Simplemente hay que insistir en la difícil tarea que tiene el presidente Barack Obama.
Hace ya unos años que un amigo historiador estadunidense me planteó algo sorprendente. Me dijo que hay quienes piensan que gran parte del entusiasmo de los estadunidenses por defender su derecho a poseer armas se debe a su deseo de defenderse de la población negra. Esa es –me dijo– la verdadera motivación de la segunda enmienda (aprobada en 1791) a la Constitución estadunidense. No se trataba de defenderse de un enemigo extranjero sino de una posible sublevación de sus esclavos. Por cierto, en México también existe el derecho constitucional de portar armas (artículo 10) aunque es un derecho mucho más restringido que en Estados Unidos.
Durante su primer mandato (2009-2013) Obama habló poco sobre el tema de raza. Estuvo muy ocupado resolviendo la crisis financiera y dos guerras que heredó de su antecesor y promoviendo con éxito una reforma al sistema nacional de salud. Cabe recordar, sin embargo, que durante su campaña presidencial había insistido en que Estados Unidos era un solo país, ni blanco, ni negro o latino. Y lo cierto es que él, como pocos, estaba en condiciones de reducir la brecha entre las razas. Pero no fue así.
Desde un principio hubo una reacción muy fuerte a su llegada a la Casa Blanca. Había un sector importante de la población blanca que sencillamente no aceptaba a un presidente negro. Su partido pronto perdió las mayorías que tenía en ambas cámaras del Congreso y se paralizaron los trabajos legislativos. Washington sencillamente dejó de funcionar.
Desde el inicio de su segundo mandato en 2013 Obama ha intervenido más en cuestiones raciales. La creciente violencia de la policía contra ciudadanos negros y la reacción, también violenta, de los negros contra los abusos de la policía así lo han exigido.
La relación entre blancos y negros en Estados Unidos sólo irá de mal en peor si no se logra reformar el sistema de justicia criminal, preparar mejor a los policías vestidos de azul y encontrar mecanismos en las diversas comunidades para fomentar una reconciliación duradera. Pero todo eso dependerá del sucesor de Obama y la campaña presidencial actual no da pie a mucho optimismo.
El racismo y la discriminación racial existe en todo el mundo. Aún en las sociedades más liberadas o progresistas se registran casos de intolerancia. Algunos estudiosos del tema han propuesto la idea de que en toda sociedad existen prejuicios implícitos (implicit bias en inglés). Se trata de reacciones inconscientes de las personas de una raza frente a individuos de otra raza. Piensen, por ejemplo, en el dueño blanco de una tiendita que ve entrar a unos jóvenes negros. El dueño dirá que no es un racista, pero la presencia de esos jóvenes lo pone nervioso.
Piensen también en las familias negras que viven preocupadas por lo que les puede pasar a sus hijos en la calle si se topan con un policía blanco. En esas familias se suele platicar con los hijos para insistirles que se porten bien y que sean respetuosos cuando se les acerque un policía.
En fechas recientes Obama y muchos otros dirigentes políticos han abogado por un vigoroso apoyo a la justicia al mismo tiempo que exigen reformas a las corporaciones de policías. La tarea es complicada y quizás los problemas derivados de un racismo secular no tengan solución.
Hace un cuarto de siglo un diplomático estadunidense me hizo un comentario insólito. Judío de Georgia, había estado en los juicios de Núremberg como joven abogado. Había militado en el Partido Demócrata hasta la llegada de Ronald Reagan, cuando se pasó a las filas del Partido Republicano. Ese individuo, que había luchado contra la segregación de los negros, me dijo que había llegado a la conclusión de que los negros eran una raza inferior y que la ayuda gubernamental que recibían no los ayudaría a superarse. Me sorprendió que lo dijera una persona educada e inteligente.