as elecciones que se realizaron ayer en España arrojaron, en lo general, resultados semejantes a los que dejaron los comicios anteriores, realizados el 20 de diciembre del año pasado, salvo por la novedad de que la formación de centro derecha Ciudadanos tuvo un severo retroceso con respecto a su desempeño anterior, regresión que acabó por beneficiar al gobernante Partido Popular (PP, derecha), y el avance de Podemos (izquierda), que en esta ocasión se presentó en alianza con Izquierda Unida, fue frenado de golpe, pues los electores frustraron su expectativa de pasar del tercero al segundo sitio como fuerza política más votada. En primer lugar permanece el PP y en el segundo el Partido Socialista Obrero Español (PSOE, centroizquierda), tal como se configuró el mapa político anterior. Un dato significativo es el incremento de la abstención en relación con los comicios de hace seis meses, prueba inequívoca del cansancio ciudadano y de la pérdida de credibilidad en la clase política.
Los resultados de la jornada de ayer se traducen en la prolongación del empantanamiento político en el que ya se encontraba la nación europea y que ha hecho imposible la conformación de un gobierno con mínimas garantías de viabilidad. Así sea la formación más votada, el PP no puede aspirar a formar gobierno por sí mismo ni en alianza con Ciudadanos, incluso si contara con la abstención de los legisladores del PSOE; tampoco podría lograrlo una coalición entre éste y Unidos Podemos, en tanto las combinaciones PP-PSOE o PSOE-Ciudadanos-Podemos pueden darse por descartadas, debido a la manifiesta incompatibilidad de programas e ideologías.
Pero el callejón sin salida de la política española es más que coyuntural: es una contundente expresión del agotamiento del modelo institucional instaurado tras el fin de la dictadura franquista, de la Constitución de 1978 y de poderes que han sido incapaces no sólo de solucionar sino hasta de encauzar su propia crisis de representatividad, las reivindicaciones nacionales de vascos y de catalanes, así como la pérdida de soberanía ante los dictados de instancias europeas que llevaron a la destrucción del Estado de bienestar y a la implantación de un neoliberalismo salvaje que rescata a los capitales y condena a millones de personas a la bancarrota.
Lo peor de la presente circunstancia es que no parece haber salida a los empates parlamentarios, pues los partidos no muestran capacidad –por no hablar de voluntad– para construir acuerdos de gobernabilidad ni pa- ra sumar a sus respectivas causas a porciones adicionales del electorado mediante propuestas creativas, novedosas y convincentes.
En tales condiciones, el futuro inmediato probable es el de un descenso en espiral hacia un gobierno débil y precario, condenado a desempeñar un papel meramente administrativo de la crisis en curso, o bien la repetición de comicios anticipados que sería desastrosa para la credibilidad de los políticos ante los electores.