Manlio: derrota y futuro
¿Independiente
interno?
Prima, paisanaje y PRI
Galindo: emboscada histórica
unca gozó del aprecio ni la solidaridad del primer círculo del peñismo. El sonorense tampoco tenía consideraciones positivas del equipo gobernante, desde la base a la punta de esa pirámide. Fue un concubinato de mutuo interés, cada parte deseosa de aprovechar con riguroso sentido pragmático lo que necesitaba de la otra. Manlio Fabio Beltrones, el operador experto, pesado garante de cumplimiento de proyectos legis-lativos que Enrique Peña no podía poner en riesgo, apreciado por su denso expediente en los bajos y sobre todo en los altos niveles de la estructura del priísmo tradicional, recibió un trianual salvoconducto taimado (en San Lázaro, y luego en la dirigencia del partido formalmente en el poder) que, sin embargo, acabó poniéndolo frente al paredón electoral el primer domingo de este mes, aparentemente diluidas sus pretensiones de futuro electoral en 2018 por los malos resultados que en privado eran explicados como consecuencia del rechazo generalizado a la figura y las políticas del actual ocupante de Los Pinos, todo un Rey Midas electoral a la inversa.
Un primer efecto de la renuncia de Manlio Fabio Beltrones Rivera (Villa de Juárez, Sonora, 30 de agosto de 1952) es efímeramente favorable al peñismo: en medio del pasmo confesional de la administración federal ante los homicidios cometidos por agentes federales y sus mandos contra ocho oaxaqueños, el mutis del ex diputado y ex senador ofrece alternativas de crítica y opinión, una especie de distractor interno que dará materia para futurismo de élite respecto de su relevo, que en lo inmediato corresponderá a la secretaria general, Carolina Monroy del Mazo, mexiquense (pero, ¡por supuesto!), nacida en Atlacomulco (¡obviamente!) 10 años después (21 de agosto de 1962) que el sonorense.
Carolina, la cuña puesta con toda intención sucesoria a Beltrones, es prima de Enrique Peña Nieto y esposa de Ernesto Nemer, quien fue subsecretario de desarrollo social y actualmente llena alforjas (políticas, ha de precisarse) en la Procuraduría Federal del Consumidor. ¿Será Monroy del Mazo la sucesora definitiva de Beltrones, ya tomadas así las riendas del tricolor en términos de familia y paisanaje, o habrá una carta nueva, que busque disociar la deficitaria imagen de Peña de los resultados electorales del PRI? ¿Qué consecuencias tendrá este movimiento en la designación del candidato priísta a gobernador del estado de México para los comicios del año venidero, con Peña comprometido con una baraja familiar y grupal pero colocado así ante el riesgo de la derrota ante una alianza exitosa de PAN y PRD?
El adiós de Beltrones a la dirigencia nacional del PRI no ayuda, sin embargo, a la delicada situación de fondo del peñismo ante la matanza de Oaxaca. Los Pinos requiere dar muestras de fuerza y unidad ante las evidencias de que hubo una calculada operación de la policía federal para colocar a opositores a la reforma educativa
como piezas de un tiro al blanco social. Y la salida del ex gobernador de Sonora da muestra de discordias no resueltas y, eventualmente, de la construcción, acordada o forzada, de una especie de disidencia interna rumbo a 2018.
No se va Beltrones mediante el trámite de las loas abiertas al régimen en turno. Más bien, hay un aroma de reclamo (tufo o pestilencia abierta, cada cual decida la graduación) en algunas de sus palabras: lo que los gobiernos hacen, los partidos lo resienten
, citó al asesinado Luis Donaldo Colosio. También habló de la corrupción y la impunidad como demandas sociales que producen castigo en las urnas. Ya se verá si el momento y los términos de la renuncia de Beltrones corresponden a un acuerdo de continuidad del concubinato hasta ayer sostenido o permitirán al dimitente la construcción de una nueva etapa en su carrera política hasta ahora rudamente ortodoxa, acaso con la intención de crear un polo crítico
al interior del priísmo, una especie de precandidatura relativamente independiente
del peñismo pero aglutinante de inconformidades de tres colores ante los decadentes resultados de Peña Nieto.
Fueron ataques a mansalva. Sin riesgo alguno para los policías que bien parapetados, en algún caso con rodilla a tierra para ajustar bien la puntería, dispararon contra la masa de manifestantes contrarios a políticas gubernamentales. No había masas enardecidas cercando a algún puñado de agentes que en legítima defensa se hubieran visto forzados a usar sus armas como último recurso. Tampoco fueron disparos selectivos contra un grupo definido de personas cuyo exterminio a las fuerzas armadas les pareciera imprescindible para salvaguardar valores superiores, tal vez la integridad física y la seguridad de un colectivo puesto en peligro. Todo lo contrario: fue un tiroteo realizado a buen resguardo por policías federales que recibieron instrucciones superiores en ese sentido o que, en el poco probable caso de haber actuado por motivación propia, durante largas y fogosas horas fueron encubiertos, protegidos y promovidos a seguir con sus mismas prácticas por sus mandos inmediatos y por los máximos jefes. A fin de cuentas, lo que cometieron fueron homicidios; homicidios calificados.
El comisionado general de la Policía Federal, Enrique Galindo Ceballos, hubo de rendirse ante las evidencias gráficas inicialmente descalificadas. Como en tantos episodios de represión en que las víctimas son declaradas culpables de agredirse o de provocar el ser agredidas, este domingo 19 la maquinaria mediática oficial se puso en marcha para asegurar que iban sin armas los agentes participantes en los acontecimientos en que fueron asesinadas seis personas, según las cuentas oficiales (ocho o nueve, según las extraoficiales), y heridas de bala varias decenas más. Pero demostrado que sí hubo armas y disparos, Galindo tuvo que recurrir a declararse víctima de una celada (tal vez Murillo Karam haya entendido como un homenaje a su estilo narrativo la explicación del jefe Galindo al hablar de una emboscada, ¿la emboscada histórica
?). ¡Hasta mañana!
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