Plaza México, ¿daños irreversibles?
Más fácil prohibir que acatar la ley
ontinúan los rumores –hace décadas este país se maneja por rumores sin bases, denuncias sin seguimiento, saqueos y fraudes sin castigo– de que tras la separación de Rafael Herrerías de la Plaza México, anunciada el pasado 6 de mayo, Miguel Alemán Magnani, principal inversionista en el coso, seguirá con esa plaza a pesar de que no es negocio
, en extrañas declaraciones de las que ya nos ocuparemos, por lo que hoy mejor nos ocupamos de ideas con sustento.
Mientras se comprueba si hubo cambios o disimulos, lo que parecieran daños irreversibles a la tradición taurina de la ciudad de México no lo es tanto, a pesar de 23 desastrosos años de una autorregulada cuanto ineficaz empresa postrada con las figuras importadas, que no sacó una sola figura mexicana del toreo pero sí logró sacar de la plaza al toro con edad y al público. Las opiniones de un experimentado funcionario a quien saludé a la salida de un restorán, no tienen desperdicio.
¿Qué le parecen los amagos de algunos desprestigiados partidos de prohibir la fiesta de los toros en la capital?
, pregunté tras el saludo.
“Es la falta generalizada de sensibilidad parlamentaria en las nuevas generaciones de políticos, demasiado especuladores y coyunturales, más preocupados de lo políticamente correcto que de defender los intereses de todos los ciudadanos, incluidos los aficionados al toreo, y de promover y gestionar la solución de problemas y necesidades colectivas ante las autoridades competentes. El asunto se agrava porque no hay instancias que vigilen, excepto la propia ciudadanía, a las autoridades y su responsabilidad en la observancia de leyes y ordenanzas. A menor involucramiento de las sociedad mayor negligencia y abusos de la autoridad. Cuando no hay mucha idea de la historia ni del estado de derecho es más cómodo prohibir sin analizar que darle sentido al cumplimiento de las normativas.
“Pero la posibilidad de rencauzar la fiesta de los toros en la capital –añadió– sigue siendo de los taurinos, de los gremios, de empresas profesionales y del público antes que de la autoridad, la mayoría de las veces, usted lo ha dicho, sin respaldo de los niveles superiores, ya por negligencia ya por compromisos, y en cualquier caso injustificable. Se requieren entonces empresarios con un sentido muy equilibrado de las utilidades y del servicio y, en este caso, además con sensibilidad suficiente para nutrir una tradición tan importante como la expresión mexicana del toreo.
“Cuando digo público me refiero a conocedores y a villamelones, a peñas y agrupaciones independientes, capaces de convocar a una revisión del reglamento taurino de la ciudad y una vez actualizado, aplicarlo con responsabilidad y compromiso a través de jueces suficientemente preparados y, claro, respaldados. Que las empresas se olviden de autorregulaciones y se acuerden del toro con edad y astas íntegras, de su responsabilidad con el público, de estimular la competencia entre los toreros y de difundir y promover la fiesta a través de las artes, los encuentros, concursos, congresos y publicaciones. En estas dos décadas se hizo tan poco que hay casi todo por hacer.
“Tenga usted en cuenta –remató cuando llegaban por él– que muchos comunicadores se han dedicado a quedar bien y a hablar bien de todos y no ha servido de nada. En el fondo perciben una situación del espectáculo que ellos también han propiciado. Lo que no debe tolerarse son empresas ineptas con poder pero sin capacidad para recuperar la grandeza de la tauromaquia mexicana” –y se alejó.