uienes observamos el comportamiento cotidiano de los precios de crudo, gas natural, carbón y demás combustibles en el mercado spot –Nueva York y Rotterdam, por ejemplo– nos inquietamos por la pérdida acumulada de poco más de cuatro dólares que registró nuestra mezcla mexicana de exportación entre el miércoles 8 de junio y el pasado jueves 16. Los crudos de referencia West Texas Intermediate (WTI) y Brent acumulaban poco más de cinco dólares por barril. Sin embargo, el viernes hubo leve recuperación. De todos. Los precios de estos crudos de referencia subieron casi dos dólares. Nuestra mezcla mexicana poco más de un dólar por barril.
El absurdo de un derrumbe de precios es, en estos momentos y a pesar del nerviosismo económico y financiero que puede provocar la decisión del Reino Unido, eso, un absurdo. No vivimos, sin duda, el alto dinamismo de la demanda incremental de crudo de China y de India, como hace varios años. Tampoco el importante incremento de la demanda agregada de crudo de –a manera de ejemplo– finales de los años 70. No.
Pero la solvencia energética de la economía mundial sigue gravitando –para bien y para mal– en la producción mundial de petróleo. ¡Bendito o maldito transporte! Usted elija. Y una demanda mundial próxima a los cien millones de barriles al día no puede ser satisfecha con precios de petróleo tan bajos como los registrados en el pasado reciente. Tampoco –sin duda– con los absurdamente altos precios del verano de 2008, cuando el crudo WTI alcanzó precios diarios superiores a 140 dólares por barril, hoy equivalentes a cerca de 155 dólares. Ni más ni menos que cien dólares más que las cotizaciones de este viernes. Y todo –según consenso de muchos analistas– por la inevitable financiarización del petróleo. Se trata del efecto de la participación de nuevos actores (fondos de riesgo, fondos de pensiones, compañías de seguro, entre otros) en el mercado mundial de petróleo, que no tienen ningún interés –ninguno– en el uso físico del crudo. Sólo
A reserva de retomar pronto este delicado asunto, regresemos a nuestra reflexión sobre la electricidad y las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Preocupan las condiciones de cumplimiento de las metas formuladas en la nueva normatividad energética, eléctrica y ambiental, derivadas de las modificaciones constitucionales de diciembre de 2014. Para decirlo rápidamente se trata de generar 35 por ciento de la electricidad nacional
(que no sólo del tradicionalmente llamado servicio público, por cierto) en 2024, es decir, dentro de ocho años. Son muy pocos para ello. Déjenme decirlo de otra manera, refiriéndome a los datos oficiales de 2014 de combustibles y generación de electricidad para todo el país, en virtud de que el último balance nacional de energía publicado por la Sener es, precisamente, el de ese año. El consumo bruto total de electricidad en 2014 fue de 303 teravatios-hora (TWh, correspondientes a miles de millones de kilovatios-hora (kWh)). De estos 173 TWh (57 por ciento) se generaron directamente por la hoy empresa productiva del Estado. Otros 88 TWh (29 por ciento) por los denominados productores independientes de energía (PIE), que tiene y tendrán un contrato de entrega de su producción a la empresa productiva del Estado. Y, finalmente, 43 TWh (14 por ciento) por las diversas formas de autoabastecimiento, de los cuales sólo cerca de 30 TWh ingresaron a las redes nacionales de transmisión y distribución.
Por eso, el llamado consumo de la red –el que se proyecta en el Programa Nacional de Desarrollo del Sector Eléctrico– fue de 283 TWh, una vez que hacemos el balance neto entre exportaciones e importaciones de electricidad. Esto es importante considerarlo cuando se estiman las emisiones de GEI y, en consecuencia, los coeficientes respectivos por combustible o tecnología. Si usamos los índices del Panel Intergubernamental de Cambio Climático las emisiones totales derivadas del consumo nacional de electricidad fueron de 133.4 millones de toneladas de bióxido de carbono (CO2). El combustóleo representa 15 por ciento de las emisiones totales. El gas natural, 57 por ciento. El carbón y el coque de petróleo, 27 por ciento. Y el diésel, uno por ciento. Así, el Índice Nacional Unitario en kilogramos (kg de CO2) por kWh sería de 0.440. Es el resultado de 79 por ciento de energía fósil con un coeficiente unitario de 0.558 kg por kWh. Y de 21 por ciento de energía limpia con un coeficiente cero. (Así se mide hoy).
Concluyo hoy con una pequeña cuenta. Pensemos que, efectivamente, 35 por ciento del consumo nacional en 2024 proviene de energías limpias (renovables y nuclear, fundamentalmente). Y que el otro 65 proviene de generación equivalente a gas natural de alta eficiencia (el de menores emisiones unitarias). Así, el volumen de CO2 emitido sería de 94.3 millones de toneladas. Sería 30 por ciento menor que el emitido en 2014. Pero 47 por ciento menor al que se hubiera emitido con una energía fósil generada con el mismo coeficiente actual de emisiones, es decir, 0.558 kg por kWh señalados antes. El nuevo índice nacional unitario en kilogramos (kg) por kWh sería de 0.239 Kg por kWh. ¿Se cumplen las metas nacionales? Lo veremos. De veras.
NB. Ir a El Vicio los martes en la noche no tiene desperdicio. Está la obra Quique y Angie, La Pareja Imperial, con Leticia Pedrajo y Armando Tapia. Dirigen A. Cerezo y L. Rondero.