Recuerdos XXIX
onsidero que ya me extendí en demasía acerca de mis experiencias y vivencias en España, con motivo de mis gestiones ante TV Española Canal 3 para ver la posibilidad de firmar una carta de intención con Sky Toro de Televisa –por instrucciones de don Emilio Azcárraga Milmo y del licenciado Miguel Alemán Magnani–, las cuales son parte importante de mis vivencias en el planeta de los toros, pero, la verdad sea escrita, es que fue mucho lo que aprendí y lo mucho que tuve que agradecer durante aquellas tres semanas y algunos días más.
Fue sensacional.
En anterior entrega mencioné la invitación de Jacobo Zabludovsky y Sarita, su esposa, a acompañarlos en la mesa que ocupaban en un famoso restaurante madrileño, lo que no acepté, ya que estaba yo más que dolido con él por razones que no tiene caso mencionar.
Mis tres alegres compadres
no se hicieron del rogar y me dejaron cuidando la mesa
hasta que Lombana y Gayou vinieron a decirme que la esposa de Jacobo insistía en que los acompañara, a lo cual no pude ya rehusarme.
Y, haciendo de tripas corazón
, me dispuse a acompañarlos.
Ni remedio.
Jacobo me recibió con un abrazo y Sarita con un gracias
, a lo que le respondí que era yo quien le daba las gracias a ella.
Y con mexicana alegría
se dieron a degustar un tintorro, que debió haber sido de primera, y yo a conversar hasta que, de pronto, vino la confesión.
A cargo de Zabludovsky:
–He querido reunirme con ustedes, ya que son las primeras personas, aparte de mi familia, a las debo explicarles el por qué de mis prolongadas ausencia del noticiero. Hace siete meses se me diagnosticó un cáncer de piel y apenas la semana pasada me dieron de alta y es por ello que estoy aquí, celebrando.
Abrazos, felicitaciones, nuevos brindis concluyendo aquello hasta altas horas de la madrugada, cuando muy amablemente se nos invitó
a salir, pues era ya hora de cerrar.
Todos decidieron tomar taxis y fui yo el único que dije nones
, ya que Gabino había comido y bebido tanto que temí fuera a indisponerse y, como pude, lo convencí de caminar. Tras de varias discusiones, por fin aceptó.
Y entre regaños, resoplidos y uno que otro respingo, tras unos 30 minutos de bamboleos, tomamos un taxi y al hotel llegamos, gracias a Dios. Nunca supe si mi amigo cayó redondo
a la ca-ma o si pudo ponerse la pijama, pero la verdad es que estaba yo exhausto, tras de una noche por demás sui géneris, y que impresa quedó en uno más de mis recuerdos ibéricos.
Obviamente, al día siguiente el único que dio muestras de seguir con vida fue AAB y los otros debían estar presos en brazos de Morfeo, así que me disponía a salir para caminar por aquellas inolvidables calles y avenidas cuando recibí una llamada del periodista Fernando Fernández Román, quien me invitaba para que esa tarde lo acompañara a la corrida a celebrarse en la Monumental de las Ventas del Espíritu Santo, y pa’ pronto dije que sí.
No faltaba más ni sobraba menos.
Y a las cinco de la tarde pasó a buscarme en un hermoso BMW y a la plaza llegamos.
Qué hermosura, qué fachada, qué instalaciones y qué asientos más incómodos.
Difícilmente puede uno acomodarse, ya que es sumamente estrecho el espacio disponible para las piernas, así que debe uno procurar irse encogiendo
para no molestar al vecino, hasta que, de pronto y yo no esperarlo, apareció Alejandro Gayou, que nunca supe bien a bien cómo supo de mi paradero
, y nos dijo que nos fuéramos hasta la última fila y ahí podríamos recargarnos en la pared; bendita solución y, obviamente, producto de los varios viajes de mi amigo a la Villa y Corte.
Y qué sorpresa.
El trapío de los astados, impresionante. Un sector del público, con sus amarguras y rechazos, pa’l gato. Parches y metales, si bien diferentes a los de aquí, harto chillones
.
Saltaron a la arena los tres primeros bureles y, más tardó en cantar el gallo, que los chillones
a gritar cojo, cojo
, lo que nunca percibí y el presidente (entre nosotros juez), les dio gusto a los protestantes
y dos se fueron pa’dentro y salieron unas reservas feas, enormes, con un pitacos como de aquí a Lima y con guasa
para dar y prestar. Obviamente, nada pudieron hacerles los dos primeros espadas, pero con el tercero, que no fue protestado, vi a un matador que me dejó con el ojo cuadrado.
Continuará...
(AAB)