n unos días se inaugurará el 34 Marché de la Poésie en la plaza Saint-Sulpice, al pie de la imponente iglesia, una de las más vastas y ricas de París, que le da su nombre. Los estrechos estantes de 550 editores de poesía se aglutinarán alrededor de la fuente monumental de Saint-Sulpice (12 metros de altura) erigida por el arquitecto Louis Visconti entre 1843 y 1847, llamada también des quatre point(s) cardinaux (de los cuatro puntos –término que sin la s
final significa no
– cardenales), en referencia a las estatuas representadas de cuatro célebres predicadores que nunca tuvieron el rango de cardenal: Bossuet, Fénelon, Fléchier y Masillon.
Durante mayo y junio esta plaza recibe una serie de actos culturales y comerciales: en especial, los salones de la bibliofilia, la estampa, anticuarios, juegos matemáticos, fotografía y, sobre todo, el Marché de la Poésie.
Este Mercado de la poesía
ha coincidido otros años con la llegada del verano y algunos aguacerazos. Acaso el adelanto de la fechas sirva para evitar los chubascos. Los cuales, por cierto, no desalientan a los amantes de la poesía ni a los curiosos. El lugar, encantador, se sitúa en el corazón de París, a la sombra de árboles, algunos centenarios, cuyo ramaje atenúa los ardores del sol. Además, a diferencia del gigantesco Salón del Libro y otros aplastantes actos culturales, el Marché posee proporciones y calor humanos. Los visitantes pueden hojear los libros y revistas, platicar con los expositores, escuchar la lectura de poemas, hablar con el autor, asistir a conciertos de música…
Música que este año será la interpretada por el Mariachi Anáhuac, puesto que el invitado de honor es México.
Esta invitación presenta la oportunidad de dar a conocer al público francés la poesía mexicana. Pero también la de interesar a editores en la traducción de poetas mexicanos. El Marché, con sus apariencias miniaturas si se piensa en el Festival de Cannes o el Salón del Libro de París, puede tener repercusiones notables cuando se sabe aprovecharlo.
La poesía en nuestro mundo contemporáneo se encuentra en una situación paradójica. Se la invoca por cualquier motivo, ¡ah, qué poético!
, se escucha decir a menudo sobre un cuadro, una pareja amorosa o un guiso, y al mismo tiempo parece olvidarse cuando no se la ignora. Sucede incluso que la misma exclamación, ¡qué poético!
, sea expresada con desprecio como la prueba absoluta de su insignificancia. Raros son los editores que corren el riesgo de publicar los libros de poemas, obras que tienen la reputación de venderse poco. Así, crear un mercado de la poesía puede parecer una audaz locura. O un acto de resistencia, un desafío lanzado al mundo mercantil para recordarle que, a pesar de las presiones de toda especie que se ejercen en una sociedad de consumo, existe todavía una parte inexplicable de lo mejor y más enigmático del espíritu que sobrevive.
El mérito de los seis poetas invitados al Marche de la Poésie no es sino más difícil. Deberán representar a tantas otras voces que son nuestra poesía. Misión difícil y generosa. De ahí, mis conjeturas sobre la selección de los elegidos para este acto. Espero descubrir sus creaciones con gusto, pero hubiese deseado que se escogieran a poetas de lenguas indígenas, como lo habría deseado Carlos Montemayor o lo desearía Francisco Toledo. Poetas sólidos, capaces de levantar el entusiasmo del público recitando a Gorostiza, a Sor Juana, a Villaurrutia. Escuchar a David Huerta, Elva Macías, Elsa Cross, Tedi López Mills. Porque ellos saben qué es la poesía.
Por fortuna, dos excelentes homenajes se anuncian. Uno en la misma plaza de Saint-Sulpice en honor a Hugo Gutiérrez Vega y otro en la Maison de la Poésie dedicado a Juan Gelman, de quien tanto se acuerda Jacques Bellefroid cuando hablaron de Apollinaire junto a una alberca en Tepoztlán, en casa de Tere Franco. ¿Los poetas pueden hablar de otro tema que no sea la poesía?