añana Barack Obama hará algo que ningún presidente estadunidense en funciones ha hecho: visitará la ciudad de Hiroshima, destruida el 6 de agosto de 1945 por la primera de las dos bombas atómicas que se han lanzado. La segunda aniquiló buena parte de Nagasaki tres días después. Desde entonces nadie ha recurrido a esas armas de destrucción en masa.
Desde que llegó a la Casa Blanca, en 2009, Obama ha pensado en viajar a Hiroshima. Cuando se anunció su visita se insistió en que no iría para pedir perdón, sino para promover el desarme nuclear. Sus críticos lo atacan por su supuesta tendencia pacifista, su oposición a las guerras en Afganistán e Irak, su pacto con Irán en el campo nuclear, su apertura hacia Cuba y otros ejemplos de su actitud conciliadora que algunos califican de debilidad. Lo tildan del presidente que pide perdón por ciertos aspectos de la conducta de Washington en el mundo.
Otros pensamos que sí debería pedir perdón a los japoneses cuando visite el Monumento de la Paz en Hiroshima. Debería reunirse con los hibakusha, los sobrevivientes de las bombas. El uso de las armas atómicas o nucleares en agosto de 1945 fue un acto criminal e inmoral en lo que fue el siglo más violento de la historia.
¿Cómo fue posible que seres humanos supuestamente racionales desarrollaran, ensayaran y utilizaran las armas más terribles jamás ideadas? He aquí una breve explicación.
Curiosamente todo empezó de manera tranquila, casi inocente. Los avances científicos a finales del siglo XIX dieron pie a una competencia saludable entre físicos, químicos y matemáticos, sobre todo en Europa, y en Alemania en particular. Deseosos de descubrir los secretos del átomo, los científicos se reunían en universidades, organizaban congresos, comparaban notas de sus estudios, divulgaban los resultados de sus experimentos y muchos de ellos acabaron siendo amigos. J. Robert Oppenheimer, quien habría de dirigir las actividades científicas del Manhattan Project en Los Álamos, Nuevo México, estudió en Harvard, luego pasó por la Universidad de Cambridge en Inglaterra y acabó en la universidad alemana de Göttingen, donde trabajó con Max Born.
Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, los científicos alemanes y británicos se estaban acercando a la posibilidad de fabricar una bomba atómica. Las victorias iniciales alemanas presagiaron una contienda militar sangrienta. Los soviéticos y británicos resistieron y el curso de la guerra cambió con la decisión del presidente Franklin Delano Roosevelt de declararle la guerra a Japón en diciembre de 1941. Hitler le declaró la guerra a Estados Unidos y abrió así la entrada de ese país en el conflicto europeo.
Poco después, Albert Einstein alertó a Roosevelt de que Alemania estaba construyendo una bomba atómica. Años más tarde, Einstein, tras Hiroshima y Nagasaki, se arrepintió de haberlo hecho.
Roosevelt habló con Winston Churchill y el primer ministro del Reino Unido estuvo de acuerdo en que los esfuerzos de los aliados por construir una bomba atómica se llevaran a cabo en Estados Unidos y que Canadá participara también. De ahí nació el Manhattan Project y los científicos (casi todos europeos) reclutados por Londres y Washington acabarían en Los Álamos.
La idea del proyecto era evitar una victoria alemana, y para ello era necesario construir una bomba atómica antes que los nazis. Hacia finales de 1944 se supo que Berlín había abandonado su propio proyecto (seguramente por razones económicas). Pero los científicos en Los Álamos continuaron trabajando con una sola excepción. Se trata de Josep Rotblat, un físico polaco que en 1939 había sido reclutado por el Reino Unido. Rotblat decidió abandonar Los Álamos ya que no habría una bomba atómica alemana. Años después sería el artífice de una declaración firmada por Einstein y Bertrand Russell en 1955, que condenó las armas nucleares y creó lo que hoy sigue siendo el Movimiento Pugwash.
Roosevelt murió en abril de 1945 justo con la rendición de Alemania. Harry S. Truman, el vicepresidente que había sido un discreto senador por Missouri, asumió la presidencia y se enteró de la existencia del Manhattan Project. Parece increíble que el vicepresidente de Estados Unidos no supo antes del proyecto atómico.
Estados Unidos seguía enfrascado en la guerra contra Japón. La Unión Soviética ofreció ayuda militar, pero Truman, que ya era bastante antisoviético en 1945, rehusó el ofrecimiento de Moscú pensando que quería hacerse de algunos territorios en el noroeste del Pacífico.
En julio de 1945, mientras navegaba hacia Europa para asistir a la conferencia de Potsdam. Truman fue informado de que se había ensayado con éxito un artefacto nuclear. Unos días después, en Potsdam informó a Churchill y Josef Stalin de lo anterior. El primero seguramente ya lo sabía y el segundo le aconsejó que hiciera buen uso
de la bomba.
A su regreso a Washington, Truman consultó con militares e intelectuales acerca del uso de bombas atómicas. Por lo general le dijeron que sí, y así se terminaría la guerra. Los soldados estadunidenses sufrían muchas bajas cuando invadían las distintas islas japonesas. Hubo otros que se opusieron por los daños incalculables que causarían a la población civil. El general Dwight David Eisenhower estuvo en contra argumentando que los japoneses perderían la guerra en muy poco tiempo. Truman nunca consultó a Eisenhower. Seguramente nunca consideró no utilizarlas.
En 1945 eran muy pocas las personas que no habían oído hablar de las decenas de miles de víctimas de los bombardeos con armas convencionales e incendiarias. Londres había sufrido dichos ataques, varias ciudades alemanas, incluyendo Dresden, fueron arrasadas por bombardeos de saturación (carpet bombing, en inglés). En el verano de ese año, Tokio también sufrió decenas de miles de muertes. La diferencia con las armas nucleares es que con una sola bomba lanzada desde un solo avión se obtenían los mismos resultados.
Obama debe pedir perdón y cerrar un capítulo nefasto de la historia de Estados Unidos.