a temporada para la vendimia de votos ha, proféticamente, comenzado. Y todos, candidatos, ayudantes de campo, estrategas, administradores de fondos y burócratas partidarios presentan sus mejores caras al electorado. Unos 26 millones (listado completo) tal vez prestarán su oído o bolsillo a los melosos llamados. La estampida partidista sólo detendrá su parloteo hasta junio próximo. Mientras llega tal fecha de ácida prueba, todo se baña de promesas y deseos, necesidades y pleitos. Los votantes, al menos por ahora, siguen ensimismados en sus tareas cotidianas, sin mostrar preocupación alguna por lo que en los dos o tres meses venideros les caerá encima. Cuando hayan depositado sus ralos votos volverán, no sin cierto desengaño para aquellos ilusos, a sus quehaceres acostumbrados. El futuro que se les pondrá delante quedará, por cierto y en todo caso, bastante más corto de lo ofrecido.
La renovación de la esperanza, ya rebajada y maltrecha hasta la incredulidad, no despegará siquiera unos cuantos centímetros del suelo raso y boludo. No hay base para suponer que, aunque sea una minoría de incautos, podrán capear con donaire la lluvia propagandística en ciernes. La serie de plagas casi bíblicas que han azotado, una tras otra, a esta desamparada República, actuará como lápida en las espaldas de los ciudadanos. Once gubernaturas normales en juego, dos minigubernaturas más, 547 municipalidades y 398 atractivas diputaciones locales. Y, de complemento, un bonche de aguerridos fundacionalistas de la que será la nueva Ciudad de México. Toda una verdadera troupe de aspirantes a conducir o normar los ya maltrechos trabajos de ciudadanos casi sin aliento.
Pero poco del aire negativo amilana a los decididos aprendices (y otros más reincidentes) de políticos que desean entrar a la contienda. Llevan, sin titubeo alguno, toda su energía de constructores de paraísos inminentes. Todos ellos prepararon, con firme aliento de triunfo, sus respectivos roles para la liza electoral. Por ahí vaticina el líder de los priístas que se harán de, cuando menos, nueve de las gubernaturas en disputa. Ya controlan, precisamente, ese mismo número de las actuales que serán renovadas. Con seguridad querrán más, pero son cautelosos en sus medidas ambiciones. Aunque, tal vez abriguen, allá en sus recónditos adentros de sobrevivientes, aunque sea un tenue vahído de duda. Ciertamente confían en que los electores volverán, por su propia, libre, valiosa e inquebrantable voluntad, a votar por su irresistible apuesta electoral. No importará que sus candidatos (y las mismas ofertas) sean clones exactos de sus anteriores verdugos. O cómo llamarle al espécimen veracruzano del actual J. Duarte, sucesor a su vez del inolvidable negro F. Herrera, político de idéntica estirpe a la de P. Chirinos, hombre de agraciado perfil estadista. O el tamaulipeco E. Hernández que anda, junto con su antecesor (T. Yarrington) a salto de mata y que dejó, en solidario y adolorido designio, al despistado hermano (E. Torre Cantú) en torpe intento de prolongar algo del malogrado candidato asesinado por sicarios del narco. Se puede acaso predicar algo positivo para los chihuahuenses más allá de lo que les recetó ese otro priísta apellidado Duarte (César) por ser milagroso negociante de bancos. Y qué decir del órdago de la transparencia informativa (R. Borge) todavía encaramado en el mando de ese castigado lirón del Caribe para desde ahí perseguir periodistas y opositores, tal como hicieron toda una pléyade de antecesores de similar casta. Volverán acaso los poblanos sobre sus pisadas para caer en las manos de otro émulo del góber precioso (M. Marín) ¡Cómo negarles ese placer de recóndita mansedumbre! Los oaxaqueños, en cambio, laboran sin descanso para traer, al sillón del mando estatal, al retoño (A. Murat) hijo del insigne, inolvidable autor (J. Murat) de sonado autosecuestro, pergeñado al son de cósmica cruda.
En efecto, difícil será mejorar tan productivas y aleccionadoras biografías con los nuevos elegidos del frondoso tronco priísta. Un partido que todavía se permite donar uno que otro deshecho para que intente rehacerse dentro de otro partido dispuesto a recibirle. Pero muy a pesar del casi trágico presente nacional, donde destacan nuevos multimillonarios y haciendas públicas endeudadas hasta el delirio de los negocios impunes, los mexicanos saldrán alborozados a votar, sin quiebre alguno, para certificar la vigencia de su acendrado masoquismo. Reincidirán, sin duda, en elegir algo, o alguien, que será, andando el corto tiempo, peor a lo ya vivido. Mientras la película se rebobina en este 2016 la cruda realidad muestra, sin tapujos, el recrudecimiento de la hiriente desigualdad a la mexicana. Se engruesa así esa turbia, peligrosa, macilenta corriente de descontento abrazador que todo habrá de trastocarlo.