n las elecciones primarias del Partido Demócrata de Estados Unidos celebradas el sábado pasado en Alaska, Hawai y Washington, el precandidato Bernie Sanders se impuso por márgenes holgados sobre su contendiente, Hillary Clinton, y redujo así la ventaja que sigue ostentando la ex secretaria de Estado, ex senadora y esposa del ex presidente Clinton. Tras conocer los resultados, el aspirante socialista señaló que éstos no sólo indican que su campaña conserva impulso sino que la coloca en el camino hacia la victoria
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La afirmación es riesgosa, pues hasta ahora Clinton se ha asegurado mil 690 delegados –de los 2 mil 382 que requiere para ser nominada– y Sanders sólo cuenta con 946. Pero cada demostración de viabilidad en la campaña del segundo amplía las probabilidades de un vuelco en su favor en el proceso de selección de la candidatura presidencial demócrata.
El acortamiento de la brecha entre Sanders y Clinton ha llevado a la segunda y a sus partidarios a presentarla como la mejor posicionada para enfrentar al republicano Donald Trump, quien continúa a la cabeza en las primarias de su partido, por encima del texano Ted Cruz y del gobernador de Ohio, John Kasich.
Tal argumento no es necesariamente válido si se considera el hartazgo de importantes sectores de los sufragistas estadunidenses ante políticos del establishment, como lo es la misma Clinton, representante del anquilosado aparato demócrata y de las grandes corporaciones que son, hasta ahora, los factores reales de poder en el país vecino. En esa circunstancia, Sanders, quien encarna los deseos de cambio real de millones de estadunidenses, bien podría ser un rival más adecuado que la ex secretaria de Estado para derrotar la ola de primitivismo chovinista y ultramontano sobre la que campea el magnate republicano.
Desde otra perspectiva, la causa de Sanders ha logrado ya una victoria formidable al dar un cauce de expresión y convertir en alternativa de poder a los sectores de la población que experimentan la otra cara de la moneda del sueño estadunidense
: la pobreza, la marginación, el desempleo, el creciente autoritarismo policiaco del gobierno, el racismo estructural, la corrupción y la simulación democrática del bipartidismo.
En este sentido, uno de los mayores factores de éxito del senador por Vermont es que en lugar de prometer cosas a los votantes busca comprometerlos en un proceso de transformación que –lo ha dicho claramente– no puede ceñirse al ámbito institucional sino que requiere de la participación directa de las bases ciudadanas.
Incluso si Sanders no lograra hacerse con la nominación en la convención de julio próximo, es claro que llegará a ella con la fuerza suficiente para imponer un corrimiento en las posturas tradicionales de Clinton y del aparato demócrata hacia actitudes más progresistas, sociales e incluyentes, y que ese solo hecho agregaría más probabilidades de triunfo frente a la descarnada barbarie del discurso de Trump.
Pero la moneda de la nominación presidencial demócrata sigue en el aire y es probable que en los meses siguientes, al acercarse la fecha de la convención demócrata, el mensaje de Bernie Sanders logre llegar a nuevas porciones de los electores y se refuerce con ello la causa de los ciudadanos y las colectividades frente a la inveterada alianza entre la clase política y las grandes corporaciones.