Propone profesor ampliar el programa de educación binacional
Lunes 28 de marzo de 2016, p. 32
Tijuana, BC.
Bryan Jiménez tiene 16 años y nació en Los Ángeles. Cursa segundo grado en la secundaria número 5 Ignacio Manuel Altamirano, ubicada en Playas de Tijuana, el suburbio de esta ciudad donde se reúnen todos los fines de semana gran cantidad de migrantes para hablar con sus familiares a través de los enormes barrotes del muro fronterizo. Ir a la escuela no evita que Bryan se sienta atrapado en este extremo de México.
Llegó al país de sus padres hace un año de la mano de su mamá, quien decidió cruzar la frontera de regreso para ir a Michoacán –de donde es originaria– para el sepelio de su padre. Ella tenía 20 años en Los Ángeles, sin documentos.
El papá de Bryan radica legalmente en Estados Unidos. Ella no puede regresar. Ellos son una de cientos de familias separadas que recalan en Tijuana para verse a través de la muralla.
Hace un año no sabía hablar español, aunque su fisonomía es la de un mexicano promedio y se define como mexicoamericano
. Ansía volver al que considera su país porque no termina de acoplarse a Tijuana ni al sistema educativo mexicano. Ya perdió un año porque entre los días que estuvo con su madre en Michoacán y los trámites para validar sus documentos escolares no se pudo inscribir en el anterior ciclo escolar. Está convencido de que regresará a Estados Unidos para convertirse en médico.
Rafael Lara Patiño tiene 14 años. Estudia tercero de secundaria en la misma escuela que Bryan, uno de los planteles con mayor concentración de alumnos del Programa Binacional de Educación Migrante del sistema educativo estatal. Su historia es más complicada porque nació en Michoacán, se crió en Estados Unidos y la mayoría de los miembros de su familia no cuenta con documentos migratorios. Dos de sus hermanos, que regularizaron su situación, radican en Sacramento, California.
Llegó a Tijuana junto con su hermana Daniela, de 16 años, quien no puede ir a la escuela porque no le han validado sus estudios en Estados Unidos. Son hijos de Eduardo Lara y Rafaela Patiño, mexicanos que residían en California hasta que a Rafaela le diagnosticaron un tumor en la cabeza y como no pudo costear el tratamiento regresó a Michoacán para recibir atención.
Este adolescente contiene el llanto al recordar que cuando su madre enfermó y se fue a Michoacán, él y su hermana la pasaban solos en casa, a veces sin comer, porque su padre trabajaba todo el día. Rafaela se recuperó y de Michoacán viajó a Tijuana, donde consiguió departamento para que sus hijos estuvieran con ella y desde julio radican en esta frontera. El padre de los jóvenes está en Santa Rosa, California.
Rafael es mexicano por nacimiento, pero él se considera estadunidense y quiere regresar al país que lo vio crecer, pese a que carece de documentos migratorios. Habla inglés perfectamente, y cuando tuvo que cruzar la frontera para reunirse con su madre en Tijuana no entendía ni quería hablar el idioma de sus padres.
En esta escuela de Playas de Tijuana también estudia David Aarón Mejía Mendoza, de 15 años, alumno de tercero de secundaria originario de San Pedro Sula, Honduras.
Es alegre y apasionado del futbol. Llegó a Tijuana a los ocho años luego de atravesar cuatro fronteras, pues salió de Honduras con su padre, Santo Reinaldo Mejía Padilla. Recuerda el día que salió de su casa habían discutido con su madre. Llevaban mil lempiras en la bolsa.
Padre e hijo pasaron la frontera con Guatemala, luego a El Salvador de ahí a Belice hasta que cruzaron a Chiapas. Para entonces las mil lempiras habían desaparecido y tuvieron que vivir casi un mes en un cuarto, hasta que su padre consiguió dinero para continuar. Ahí los alcanzaron Mélida y los otros cuatro hijos de la pareja. Juntos tardaron una semana en llegar a esta frontera.
Santo Reinaldo tenía planeado llegar a Estados Unidos porque allá está toda su familia. Dejó mujer e hijos en Tijuana y cruzó a California. Pero allá empezó a sufrir los primeros síntomas de VIH. Regresó a Tijuana, donde su esposa no pudo cuidarlo y lo abandonó. David decidió quedarse con su padre hasta que éste murió, hace dos años.
A diferencia de sus compañeros, David no está en el Programa Binacional de Educación Migrante y el profesor Emmanuel Lozano, quien se encarga de la clase de inglés en la secundaria 5, considera necesario que los programas atiendan también a otros alumnos porque aquí llegan chinos y centroamericanos, además de los cientos de mexicanos deportados que encuentran en Playas de Tijuana un sitio –la mayoría creen que de paso– para esperar el momento de volver a cruzar.