a constitución es lo de menos, para la gente lo que importa es la actitud de la autoridad que se comporta como si en cada citadino tuviera un enemigo al que hay que combatir. El miércoles fui testigo de un incidente menor que pinta de cuerpo entero la forma de actuar de la policía y la angustia y difíciles situaciones por las que tienen que pasar los habitantes de la capital.
No había mucho tránsito, un automóvil manejado por un caballero se detuvo por breves minutos frente a un conocido restorán de la calle de Palma en el Centro Histórico, eran como las 10 de la mañana y a nadie importunaba, no estorbaba el paso de otros automóviles o de los peatones, esperaba a un matrimonio de personas mayores que se despedían de amigos en las puertas del establecimiento y se acercaban pausadamente hacia el vehículo.
No se aparecen cuando se les necesita, pero en ese momento, sin que su presencia fuera necesaria para resolver un congestionamiento de tránsito ni un caso de peligro o de urgencia, llegaron dos policías montados en la misma motocicleta, como cuenta la historia acostumbraban hacerlo los caballeros templarios que montaban de dos en el mismo caballo; el más joven de los agentes, que iba en ancas, se bajó y con voz áspera y autoritaria ordenó al conductor que circulara, mientras tanto su compañero estacionó la motocicleta precisamente enfrente del vehículo, estorbando ostensiblemente la posibilidad de mover el automóvil; el conductor trató de explicar al primer policía que ya se acercaban los pasajeros que por su edad no podían caminar muy aprisa, tampoco era necesario que lo hicieran, el auto a nadie estorbaba.
Mientras discutían, el chofer y el primer uniformado, se apareció el empleado de la empresa que hace negocio con las arañas y los parquímetros, pretendió poner un inmovilizador al momento en que los pasajeros se disponían a abordar el automóvil, el chofer actuó con rapidez y salió del aprieto, se movió con habilidad hacia el arroyo vehicular, ahí se subieron los dos pasajeros y pudieron irse burlando la intentona de la policía y la compañía que era, no agilizar el tránsito, sino conseguir un ingreso más para los amigos de algún poderoso que lucran con el suelo urbano y que son apoyados por servidores.
La constitución hay que atenderla, pero con más razón a los ciudadanos; no se trata sólo de perseguir automovilistas, los policías constantemente también corretea en los barrios pobres de la ciudad a los muchachos que juegan en la calle o que la usan de lugar de reunión, sin tomar en cuenta que al mismo tiempo en las delegaciones se están privatizando los sitios de reunión y de deporte. Donde antes era gratuito entrar a campos de juego o a piscinas para practicar la natación, ahora se plantea esto como un negocio y a jóvenes y a adultos, que ocupaban sus ratos de ocio en prácticas sanas, se les echa materialmente a la calle.
Es muy importante precisar cómo serán electos los diputados de representación proporcional, de que manera se garantizarán derechos humanos y sociales, y como se harán respetar las garantías y las tradiciones de los pueblos originarios, pero es muy importante también cambiar la mentalidad de funcionarios públicos, inspectores, policías preventivos y de tránsito en su trato con la ciudadanía. El criterio crematístico de las disposiciones reglamentarias prevalece sobre el concepto de servicio público.
El gobernante que llegó al cargo público más importante de la Ciudad de México se debe a sus votantes y, en general, a los habitantes de la capital, que reclaman mejor atención y trato comedido y atento; mientras sus preocupaciones sean quedar bien con el poder federal y juntar dinero a toda costa, estará militando en contra de su propia imagen. Como decía Chesterton en un ingenioso cuento, el soldado que quiere salvar su vida tiene que arriesgarla
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