l terrorismo. El terrorismo islámico es el mayor peligro a la democracia. Los asesinatos a mansalva generan dos tipos de respuestas: el miedo y la sobrerreacción política y militar. Dislocar la vida cotidiana de los ciudadanos es el primer objetivo. Desarticular la normalidad democrática es el segundo objetivo. Lo primero busca inhibir las movilizaciones populares contra el salvajismo y paralizar a la ciudadanía cuando no inducirla a la demanda de mano dura.
Lo segundo se logra por tres vías. Exhibiendo la ineptitud de los gobiernos y sus servicios de seguridad. Incitando al discurso demagógico y xenofóbico. Desprestigiando la política como forma de solución de conflictos.
La forma y el fondo. Es probable que la fuerza de ISIS resida en su carácter descentralizado y en la formación de redes familiares aparentemente autárquicas. El ejemplo de los terroristas en el maratón de Boston sería un ejemplo. Pero aún en ese caso y sin duda en los atentados en París, Bruselas y en un sin número de países árabes y musulmanes, no sólo trasciende la brutalidad, sino el carácter estratégico de los atentados.
El caldo de cultivo. Un reciente reportaje en The New Yorker sobre Túnez después de la Primavera Árabe (www.newyorker.com/magazine/2016/ 03/28/tunisia-and-the-fall-after-the-arab-spring) confirma que el caldo de cultivo para los terroristas es la pobreza y la desintegración social, el racismo y el desencanto. La rabia y la convicción de que sólo a través de métodos excepcionales podrán romperse las barreras que los condenan a un ghetto. Son jóvenes de los cinturones de miseria en las metrópolis, pero también hijos de las élites y adultos jóvenes de zonas rurales.
El siglo XXI. Terrorismo ha habido en todas las civilizaciones y en distintos momentos de la historia humana. ¿Qué tiene de específico el terrorismo que hemos sufrido desde el ataque a las Torres Gemelas? Lo primero es desde luego la combinación de una visión fundamentalista, milenarista con expresiones tecnológicas masivas, utilizadas predominantemente por la población joven, pero convertidas por los terroristas en armas altamente sofisticadas de propaganda y de logística. Lo segundo es que se alimenta de la rabia y del desencanto juvenil acicateado por altas tasas de desempleo en el mundo. Lo tercero es que se trata de un producto de dislocaciones sociales ocurridas en un corto lapso y fuertemente vinculadas con la manera como distintos gobiernos han impulsado o se han adaptado a las dinámicas de la globalización económica-financiera, socio-cultural y geo-política. Lo cuarto es que el terrorismo enfrenta la carencia de un sentido estratégico de las élites económicas y políticas mundiales. Unas buscan continuar enriqueciéndose eliminando todas las barreras que se interpongan. Otras buscan mantenerse en el poder por cualquier medio. Las narrativas cambian, pero la gente que las ve desde fuera no distingue especificidades.
El terrorismo contemporáneo es el síndrome de la anti-política. Basta ver la mayor parte de las encuestas de opinión recientes en casi cualquier parte del mundo para encontrar varias tendencias similares. Desconfianza frente a todas las formas institucionales republicanas: Poder Ejecutivo, parlamentos, partidos, gobiernos. Bajos índices de confiabilidad en instituciones no estatales: iglesias, medios de comunicación, asociaciones. Escepticismo respecto de las formas tradicionales para resolver conflictos: pactos, acuerdos, arreglos. Narcicismo político. Intolerancia frente a quienes no piensan igual. Fascinación por la violencia.
Para algunos la respuesta es ignorar lo anterior cubriéndose con el velo de lo políticamente correcto. Para otros la salida es la demolición de cualquier barrera al prejuicio, la discriminación o la difamación. ¿Hipocresía o cinismo?
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