a organización extremista Estado Islámico reivindicó ayer dos atentados ocurridos en Bruselas –capital de Bélgica y sede de la Unión Europea, la Organización del Tratado del Atlántico Norte y otras organizaciones internacionales–, que cobraron en conjunto la vida de 34 personas y dejaron decenas de heridos. El ataque se produce cuatro días después de que en esa misma urbe fue capturado Salah Abbdeslam, uno de los sospechosos de los ataques de noviembre en París en los que murieron 130 personas. Debe recordarse que, de acuerdo con los resultados de las pesquisas correspondientes, los atentados en París fueron planificados desde la capital belga.
El nuevo ataque efectuado por la agrupación yihadista constituye un desafío inequívoco para las autoridades de ese conglomerado de naciones y de las potencias occidentales en general, pero también una amenaza generalizada para sus respectivas poblaciones: la cercanía en las fechas de los atentados registrados en París y Bruselas, a los que se suman los ataques ocurridos recientemente en Estambul y Ankara, principales ciudades turcas, siembran un sentir generalizado de zozobra y temor entre los habitantes del viejo continente.
Por lo demás, el avance del EI de su zona de influencia geográfica –Irak y Siria– a las calles de París y de Bruselas habla de la inoperancia de las acciones europeas para contener el avance de esa organización, cuya planeación, ejecución y precisión logística distan de corresponder a las de un grupo acorralado o en declive.
Por lo contrario, a meses del involucramiento de Europa –a instancias de Francia– en la cruzada occidental contra el EI, es claro que ese continente vive una oleada de pánico y que sus poblaciones padecen el recrudecimiento de medidas autoritarias en perjuicio de la población. Para colmo, como era de esperarse, el conjunto de atentados reivindicados por el autoproclamado califato ha servido para reactivar y extender las posturas reaccionarias y xenófobas que nunca terminaron de irse en el viejo continente. Muestra de ello es la vigorización que han gozado grupos ultraconservadores –como el lepenista Frente Nacional en Francia–, entre cuyos postulados se encuentra el endurecimiento de la política migratoria en Europa.
No debe pasarse por alto que esta cerrazón europeísta y chovinista ocurre en un momento de crisis de derechos humanos vinculada al sufrimiento de miles de migrantes que buscan llegar al viejo continente desde el Oriente Medio y el norte de África. En el caso particular de los refugiados sirios, esa crisis está directamente relacionada con el impulso que se ha dado desde Washington y Bruselas a las facciones opositoras al gobierno de Damasco.
En ese sentido, los ataques del EI en Europa han logrado cimbrar el proyecto de integración regional del viejo continente, y no necesariamente porque socaven los principios de libertad, paz, inclusión y tolerancia en que supuestamente se funda ese proyecto, sino porque han evidenciado el doble rasero con que se aplican esos principios: en los hechos, las decisiones de los gobiernos europeos han generado un caldo de cultivo en que se gestan muchas de los fobias antieuropeas y antioccidentales que se expresan en ataques como el mencionado.
En suma, la barbarie expresada ayer en Bruselas amenaza con multiplicar la violencia y el encono antimusulmán en Europa y en afectar, sobre todo, a muchos sectores segregados y excluidos de esa región del mundo.