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Ver día anteriorDomingo 20 de marzo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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No Sólo de Pan...

De pulmones sanos y vialidad inteligente

L

a primera vez que estuve en París con mis padres me impresionaron indeleblemente dos cosas: por un lado la ciudad, coronada por Nuestra Señora con sus tonos grises, hasta el negro carbón que subrayaba los bajorrelieves de las fachadas y los pliegues carnales de las esculturas de las Tullerías. Por el otro, un medallón de filete de res con salsa bearnaise, papas infladas y un manojo de berros frescos, que comí en Fontainebleau.

Cuando, años después, me instalé en esa ciudad, fui testigo del apasionado debate entre quienes querían limpiarla, devolviéndole su aspecto de antes de la industrialización del siglo XIX, y quienes deseaban preservar la pátina del tiempo al que tanto trabajo le había costado imponer su huella. Confieso haber sido de este último bando falsamente conservador, porque los verdaderos conservadores querían volver un par de siglos atrás. Y fueron ellos quienes ganaron.

Vi, junto con los parisinos y turistas de ocasión, cómo durante años se pusieron andamios, que estorbaban el paso de peatones y autos, frente a una de las fachadas de Notre Dame, porque cuando habían acabado con la del poniente había que volver a limpiar la del norte o la del sur, según hubiera sido la primera en ser atendida y, por tanto, en volver a ennegrecerse. Era el cuento de nunca acabar. Y mientras algunos criticaban al alcalde de entonces por haber emprendido una tarea inútil y a contrasentido, si no del tiempo, del buen juicio, otros temían que tanta limpieza acabara por borrar los perfiles de los ornamentos centenarios, de la catedral en particular y de la Ciudad Lux en general.

Luego presencié cómo las cosas empezaron a cambiar milagrosamente. Porque el sentido común liberado de intereses personales, dondequiera que tenga lugar, es un milagro.

Las autoridades empezaron por deslocalizar fábricas contaminantes, no sin protestas de trabajadores que reivindicaban su derecho a vivir en París (o al menos quedarse a tiro de piedra) con sus familias. Siempre los comprendí porque también era mi deseo y pude cumplirlo durante 30 años. Otras industrias aceptaron invertir en volverse limpias y otras se fueron con expectativas de mejorar. Se acabaron los humos de chimeneas y los baños públicos, de los que sólo quedaron algunos hamman, emblemáticos de la hermosa cultura musulmana.

Otras novedades fueron el cambio de energía del parque vehicular público de superficie, de combustión a eléctrico. La ampliación de la red del Metro hasta conectarse con el RER, extensión ferroviaria a los suburbios circundantes y cuyo conjunto urbano y suburbano cuenta hoy con más de 900 kilómetros. Pero lo más sorprendente fueron, por sencillas e inteligentes, las medidas coordinadas que bajaron radicalmente la contaminación, cuyos residuos quedaban atrapados en los pulmones de los habitantes, las fachadas de los monumentos históricos y las hojas de los árboles, representando erogaciones insostenibles en salud, limpieza de edificios y mantenimiento de jardines públicos, para los recursos de la ciudad. Y que me escuchen a quienes van dirigidas las siguientes líneas:

1. Se hicieron carriles confinados para transporte público, algunos en contrasentido del tráfico y ¡ay del ciudadano que se atreviera a invadirlos! A lo que un ex defeño diría que eso ya hace años fue implementado en la Ciudad de México. Pero los parisinos, con un buen sentido del que han carecido nuestras autoridades del ramo, consideraron que existen dos tipos de transporte público: el colectivo y el individual, o sea, autobuses y taxis, cuya relación entre el prestador de servicios, sea de capital privado o gubernamental, y el usuario, es análoga. En consecuencia, dijeron, ambos transportes tienen derecho a usar los carriles confinados. Aunque con una diferencia no menor: los taxis, por su fácil movilidad, pueden rebasar autobuses, pero un autobús no puede rebasar a otro ni a un taxi. Resultado: los dueños de automóviles prefieren dejarlos en casa o a la entrada de la ciudad y tomar un taxi para llegar a tiempo a donde vayan y sin estresarse. Así dejaron de circular, sin presiones del gobierno, centenas de miles de autos nuevos o viejos. Por su parte, el gremio de taxistas quedó encantado, pues no les faltaba trabajo y consumían menos gasolina al circular con fluidez.

2. Otra medida, vinculada a las anteriores, fue sembrar la ciudad de espacios para estacionamiento de taxis (Tête de station), que ni son concesiones ni autorizan a aumentar la tarifa, y en cambio evitan que el taxi circule vacío, contaminando para encontrar pasaje. Al tiempo que se aseguró al usuario encontrar siempre un taxi donde lo necesitara (y a los taxistas un lugar donde tomar un respiro). Tanta sabiduría medioambiental se aplicó también permitiendo estacionarse en calles estrechas, con parquímetros, claro está, pero sobre todo con la visión de que coche que no circula y se estaciona rápido es coche que no contamina. Y aunque los parisinos siguen rabiando porque es parte de su carácter, nadie quiere abandonar su ciudad. Mientras que aquí la rabia sube como parte de la contaminación, por la falta de inteligencia y de humildad de las autoridades del ramo, para pedir consejo desinteresado a otras ciudades.