Sergio Moro entrega a televisora conversaciones telefónicas de Rousseff con el ex presidente
El ex mandatario no intervendrá en cuestiones económicas; su tarea se limitará al terreno político
Jueves 17 de marzo de 2016, p. 22
Río de Janeiro.
En los primeros minutos de este miércoles la presidenta Dilma Rousseff y su antecesor, Luiz Inacio Lula da Silva, principal figura del escenario político brasileño, llegaron a un acuerdo final. Esta mañana se anunció oficialmente que Lula será el nuevo ministro-jefe de la Casa Civil, que en Brasil corresponde a la coordinación de todo el gabinete.
Desde hacía una semana Gilberto Carvalho, figura de proa del PT, hombre de confianza absoluta de Lula da Silva, de quien fue ministro, dedicaba largas horas en diálogos con interlocutores especialmente designados por Dilma Rousseff, de quien también fue ministro en su primer mandato presidencial.
El retorno de Lula a Brasilia está cargado de símbolos. Él ocupará un amplio despacho en el cuarto piso del Palacio de Planalto, sede de la presidencia. En una curiosa inversión de lo que normalmente ocurre, su despacho está un piso arriba del de la mandataria. Siempre ha sido así. Nunca hubo una explicación para que el ocupante del puesto máximo de poder en la nación tenga su despacho en un piso inferior al del coordinador de su gobierno. Además, es la primera vez en la historia republicana que un ex mandatario pasa a cumplir órdenes (al menos teóricamente) de un superior.
Simbolismos aparte, hay puntos muy concretos en el regreso de Lula al poder, ahora ocupando un puesto jerárquicamente inferior, luego de haber ejercido dos mandatos presidenciales y salido del poder con el más alto índice de aprobación jamás alcanzado por cualquier antecesor.
Se trata, además, de un desafío de alto riesgo, de la última carta puesta en la mesa para intentar salvar a Dilma Rousseff del golpe institucional cuya marcha se agudizó en los últimos días. El puesto ocupado por Lula será clave en la búsqueda de articular el gobierno con lo que le resta de partidos aliados.
Hasta los últimos minutos de la noche del martes, Rousseff y Lula trataron de llegar a un acuerdo que delimitara las áreas de actuación de cada uno en el gobierno. Formalmente, Lula no intervendrá en temas económicos; sus acciones se limitarán al campo de la política.
No será exactamente así. Además de una personalidad fuerte y carismática, en contraste con la de la mandataria, Lula es experto en batallas que la sucesora perdió de manera inclemente. No es tan absurdo comparar lo que será Brasil a partir de hoy con lo que ocurre en el Vaticano, que abriga a dos papas católicos, uno emérito
y el otro con poder.
Para empezar, y según lo que admiten –en conversaciones muy restringidas– asesores y consejeros de Lula, habrá cambios drásticos en otras carteras. Lula es un duro crítico de la política económica en vigor. Igualmente critica con insólita dureza la política externa de Rousseff. No será sorpresa el regreso del embajador Celso Amorim para el Itamaraty (palacio sede del Ministerio de Relaciones Exteriores). Otro cambio esperado está en el Ministerio de Comunicación Social. Las críticas sobre la incapacidad del gobierno para tender puentes de información con la sociedad y enfrentar a los medios golpistas llueven con vigor sobre el despacho presidencial desde hace meses.
El nudo, sin embargo, estará en los eventuales cambios en el equipo económico, con las consecuentes innovaciones en la política económica. También en la línea ejercida por el Ministerio de Justicia podrán surgir novedades. En fin, hay que esperar un tiempito para ver cuál Lula vuelve a Brasilia: el de siempre, y en ese caso la actual mandataria asume un lugar más bien decorativo, protocolar, o un Lula desconocido hasta ahora.
Un arbitrario
Sergio Moro, el juez de primera instancia que encabeza el operativo teóricamente destinado a investigar estructuras de corrupción implantadas en empresas estatales, principalmente Petrobras, extrapoló reglas de conducta del magisterio público, violó varios artículos de la Constitución y atropelló varias leyes al divulgar una llamada de la presidenta Rousseff al ex mandatario Lula. La arbitrariedad que viene caracterizando sus acciones, y que es blanco de duras críticas incluso de magistrados de la Corte Superior, dejó claro que desconoce límites.
Al ver que Lula sale de su jurisdicción al hacerse ministro, el mediático juez de provincias decidió vengarse. Envió al canal por cable GloboNews, que integra el mayor grupo de comunicación en América Latina y es parte esencial en el golpe armado contra Rousseff, el contenido de todas las conversaciones telefónicas del ex mandatario que fueron grabadas.
En un país tan polarizado como el Brasil de hoy, ese es un acto de elevada irresponsabilidad. ¿Será posible pensar que el meritísimo no temió desatar una convulsión social? ¿No temió la confrontación entre partidarios del gobierno y del ex presidente con manifestantes cuya visión es hartamente envenenada por los mismos medios golpistas que transformó el juez en símbolo de la clase media más ignorante y anestesiada?
Dilma llamó a Lula ayer, a las 13:32 (hora local). Hablaron 28 segundos exactos. La presidenta avisó que estaba enviando el decreto de su nombramiento como ministro, para ser usado solamente si es necesario
. La prensa en un segundo concluyó que la presidenta lo orientaba a usar el decreto en caso de que Moro ordenara su captura.
Era otra cosa: Dilma quiso dar posesión a Lula hoy, pero no sabía si podría presidir el acto personalmente. Por eso le mandó el decreto, para que lo firmara asumiendo el ministerio aun sin una ceremonia formal. De ahí el solamente si es necesario
.
La policía, ¿incontrolable?
Sergio Moro ordenó a las 11:20 de este miércoles que la Policía Federal suspendiera la vigilancia al teléfono de Lula da Silva. La Policía Federal grabó la conversaciones de él con la presidenta, que lo llamó a las 13:32.
Es decir, el juez atropella la ley, y la Policía Federal atropella al juez. Así las cosas.