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Desigualdad y movilidad
D

e los seis contendientes que permanecen en las primarias de Estados Unidos (EU) hay disparidades notables en cuanto a sus orígenes. Una inicial, que es destacable, la apuntan aquellos que, siendo hijos de inmigrantes cubanos, ascendieron en la escala socioeconómica hasta llegar a pretender ser presidentes de ese rico país. Tanto M. Rubio como T. Cruz (republicanos) han llegado a ser senadores sin contar con algún empuje familiar digno de ser destacado. El padre de Rubio era cantinero, por ejemplo. Los acompaña también el actual gobernador republicano de Ohio, J. Kasich, cuyo padre era cartero. Por los demócratas Bernie Sanders es hijo de judíos polacos emigrantes que se asentaron en Brooklyn y de ese lugar emigró hacia el noreste hasta ser electo varias veces alcalde de Burlington y después diputado y senador por Vermont. Todos ellos tuvieron, además, la posibilidad de lograr niveles superiores de educación. Pero tales casos quizá sean, hoy en día, irrepetibles. Las probabilidades para que un niño estadunidense que nazca dentro del 20 por ciento de los de mero abajo, ascienda al 40 por ciento de los de arriba, apenas llegan a 18 por ciento.

La razón fundamental de tan escaso margen de maniobra que se tiene en ese país habla de la pronunciada desigualdad que, después de 30 años de estancamiento salarial y de ingresos familiares, padecen los trabajadores (y la clase media) en EU. La ya abundante literatura de investigación (Vincenc Navarro) muestra que, a mayor desigualdad menor fluctuabilidad social. El opuesto es también válido: a mayor igualdad mayor posibilidad de fluctuar en la escala socioeconómica. En los países nórdicos de Europa los indicadores permiten a un niño alcanzar, con entre 27 o 33 por ciento de chances, mejores niveles de ingresos. En México, con una desigualdad todavía mayor que la estadunidense fluctuar, para ese mismo niño, se reduce a márgenes todavía más estrechos. Bien se puede decir que, aunque el niño sea bien dotado, será casi imposible lograrlo. Juegan contra ello el acendrado racismo y la insuficiente oferta en la prevaleciente educación superior.

La competencia por las candidaturas, tanto demócrata como republicana, llegó a momentos definitorios. Los desenlaces, ya conocidos este miércoles, son claro indicador. El presente artículo se escribió antes de saber quién dentro de cada partido logró la mayor votación tanto Florida como Ohio, estados donde se aplica la norma de que el ganador se lleva todos los delegados. Es decir, no hay un reparto proporcional con los porcentajes alcanzados en la contienda. El resultado, por tanto, pesará mucho en el conteo final que se hará en las respectivas convenciones electoras.

Pero, a pesar de la centralidad de la desigualdad en los ingresos, oportunidades y la riqueza que aqueja a la sociedad estadunidense, el problema es desterrado de los medios por casi la totalidad de los analistas y demás candidatos (a excepción del senador Sanders, cuyo eje básico de prédica es, precisamente, tan crucial fenómeno).

La atención se centra, no sin ironía, en la figura, el discurso y las consecuencias que uno de los contendientes (Donald Trump) introduce en el panorama estadunidense y mundial. La facilidad con que se le denuesta en sesudos y múltiples artículos o pronunciamientos de variado pelaje y ocurrencia, desplaza la atención del publico (y los votantes) hacia esta persona: un magnate de segunda altura entre los muy ricos del mundo. Un vivo ejemplo de cómo trabajan los resortes y mecanismos incrustados en el sistema imperante.

En México, donde el gran capital domina el escenario público, se obliga a que la fuerza compensatoria del factor trabajo mengüe hasta volverse inocua. Desde esta perspectiva, no es posible esperar balances de mejoría social o económica. En aquellos sistemas (o países) donde la ciudadanía organizada, el sindicalismo y medios independientes de las visiones e intereses del empresariado tienen peso significativo, el reparto del ingreso y las oportunidades es mucho más equitativo. Es el caso de países como Francia, Alemania y, más todavía, en los nórdicos. De ahí que tanto en el contexto mexicano como en el de EU sea casi imposible resaltar a la desigualdad como un problema de urgente tratamiento. El bienestar colectivo, la confianza en el futuro y la misma democracia quedan, entonces, sujetados por este indebido e injusto rejuego.