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Morir en Topo Chico
Guerra en la prisión

Motín por el control de la cárcel; 47 muertos y 12 heridos

“¡Vamos a reventar a los pinches zetas!”, fue el grito con que se dio inicio a la trifulca

El grupo de Iván Hernández atacó al de Pedro Saldívar, dice el reporte oficial

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Agentes policiacos vigilan desde el exterior del penal de Topo Chico, en Monterrey, mientras los internos observan desde el techo del penal, después del brutal enfrentamiento entre bandas rivales que dejó 49 muertos y 10 heridosFoto Ap
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 12 de febrero de 2016, p. 2

Monterrey, NL.

Primero fue un golpe seco de una piedra en la puerta de metal y luego un grito que rompió la calma de la madrugada: “¡Vamos a reventar a los pinches zetas!” Así empezó la mayor masacre de la historia de las cárceles de México.

Eran las 23:30 horas del miércoles y Mayela brincó del susto. Estaba de visita conyugal en el penal de Topo Chico y atestiguó el inicio de la riña campal que dejó 49 internos muertos y 12 heridos.

Eran como unas 80 personas que se fueron contra los de Ronda uno (un área del penal), taparon con colchones y aires lavados (enfriadores) las entradas (el ambulatorio) y los quemaron para poder golpearlos (a sus rivales). Les metieron palos de escoba por la boca y los ojos, los mataron a patadas y pedradas, recuerda la joven todavía con el gesto de repulsión en el rostro.

De acuerdo con las autoridades, el grupo comandado por Jorge Iván Hernández Cantú, El Credo, un multihomicida y secuestrador que operaba en la zona metropolitana de Monterrey para Los Zetas, se lanzó contra Juan Pedro Saldívar Farías, alias El Z-27, quien era comandante del mismo cártel en el área de Nueva Ciudad Guerrero, Tamaulipas.

La reyerta duró unos 40 minutos y además del fuego, pies y puños, se utilizaron bates, palos, tubos, navajas, puntillas y piedras, informó el gobernador Jaime Rodríguez Calderón.

Riña entre antiguos aliados

La disputa por el control del penal fue lo que enfrentó a los antiguos aliados y, de acuerdo con funcionarios de Seguridad Pública, Hernández Cantú estaba harto de reconocer la jerarquía de El Z-27 y decidió dar el volteón, es decir, desafiar su autoridad para apropiarse del negocio de la extorsión.

Desde 2012, las autoridades decidieron enviar al penal de Topo Chico a los integrantes del cártel de Los Zetas para separarlos de sus rivales del Golfo, a quienes se confina en el penal de Apodaca.

Esto es un pinche mugrero, todos sabemos cómo se manejan las cosas aquí. A todos (los internos) les piden cuota, les cobran a los familiares mil 200 pesos a la semana para no golpearlos, dijo a La Jornada un hombre que sólo dijo llamarse Martín para no perjudicar a su familiar preso.

El modo de operar, agregó, es investigar a las familias de los presos para conocer qué tipo de casa tienen y si poseen automóvil. Si ven que la persona no está tan jodida le suben la cuota, a algunos les piden hasta 5 mil pesos a la semana y a la familia no le queda otra que pagar.

Aunque al principio el gobernador negó que haya habido disparos, después dijo que sí los hubo. Primero contabilizó 52 muertes y más tarde señaló que habían sido 49, superando el récord de los 44 fallecimientos registrados en 2012 en el penal de Apodaca, también en Nuevo León.

Se escucharon cinco o seis detonaciones y empezaron a arrancar barandales, aires lavados, quemaron colchones, rompieron coladeras y con todo eso se atacaron. Por todo el campo vi cuerpos tirados, dijo Mayela, quien señaló que los guardias fueron formados en la pared por los reclusos para que no intervinieran.

Cerca de la medianoche, los vecinos del reclusorio escucharon los gritos y vieron alarmados las llamas donde quedarían calcinados cinco cuerpos.

Llamaron por teléfono a las autoridades, pero fue hasta la 1.30 de la madrugada del jueves cuando la situación quedó bajo control porque, de acuerdo con Rodríguez Calderón, si las fuerzas armadas hubieran entrado antes había riesgo de que ocurrieran más muertes y de poner en peligro a los cien custodios que vigilan a los 3 mil 800 internos.

En los pabellones C2 y C3 quedaron las huellas de la matanza. Las víctimas mortales y los heridos fueron trasladados al Hospital Universitario y a un centenar de internos les adelantaron su traslado al estado de Durango.

Aunque al principio se manejó que había mujeres y niños entre las víctimas, se confirmó que sólo fueron varones, todos reclusos.

El perímetro del Topo Chico fue cercado por elementos de la Marina, el Ejército, la Policía Federal y la Fuerza Civil.

En las dos puertas del penal la gente se arremolinó y algunos reclusos no aparecieron en ninguna lista.

Al menos tres mujeres aseguraron que sus familiares fueron golpeados durante la tarde, luego de que los vieron en buen estado por la mañana.

Sin embargo, como 70 por ciento de los internos está condenado por ilícitos relacionados con la delincuencia organizada, los familiares prefieren no dar nombres ni detalles, porque luego les va peor allá adentro.

El gobernador Rodríguez Calderón señaló que la masacre fue horrible, fue toda una tragedia y explicó que el penal tiene un sistema de seguridad muy viejo, que debemos de revisar.

A las 18 horas, aproximadamente cien agentes federales ingresaron a la penitenciaría para realizar una revisión, después de que ocurrió la mayor masacre en una prisión mexicana.

Para Mayela, la joven que tuvo la suerte de ser testigo de la riña y salir ilesa, todo es más simple: es que allí los que gobiernan son los presos, en Topo Chico nunca ha pesado la autoridad.