Opinión
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Infancia y Sociedad

Magisterio, UNAM

L

a sabiduría es cualidad que se obtiene con estudio y sobre todo con el andar por la vida: Más sabe el diablo por viejo que por diablo, dice el refrán. Sin embargo, los criterios neoliberales desprecian la experiencia y sobrevaloran la juventud; quieren gente joven, sangre nueva, competidora a ultranza; moldeables por la sumisión acrítica a modelos establecidos.

Lo sorprendente es que en la UNAM también se cuecen habas. Desde los tiempos del doctor José Narro, y ahora, al parecer, también con el nuevo rector, doctor Enrique Graue, se tiende a valorar al magisterio de acuerdo con criterios de la empresa privada. Se sabe que 80 por ciento de las clases en las facultades están a cargo de maestros interinos que, con 20 años y más de servicio, carecen de contrato fijo y garantías laborales. Muchos dirigen estupendas tesis que no reciben reconocimiento económico ni de otro tipo; lo hacen más que nada por su compromiso con los alumnos y la propia UNAM.

Según declaraciones del rector Graue, aparecidas en este diario el pasado 11 de enero, el envejecimiento de la planta académica es un problema que se necesita resolver, pero ¿en qué sentido se considera un problema? Con todo respeto, opino que es violento y equívoco referirse a la renovación de la planta académica como si se tratara del parque vehicular o de renovar el mobiliario de la UNAM.

En las más elevadas culturas prehispánicas los niños y los viejos participaban en la toma de decisiones. Los primeros por su intuición virginal, sin prejuicios, y los de más edad por su sabiduría. La juventud es tiempo más valioso para aprender que para enseñar (los Mozart no abundan). En mi segunda carrera universitaria, que acabo de concluir, padecí uno que otro maestro joven que con un doctorado exprés –y no por talento excepcional, sino por relaciones de amistad o familia– obtienen un contrato definitivo, y así se les ve profanar las aulas en que antes nos deslumbraron grandes docentes, como el doctor Adolfo Sánchez Vázquez, quien disfrutó dar clases hasta los últimos días que su edad le permitió.

Estamos frente a un tema que requiere consenso, rigor en el análisis y pulcritud de estrategias, para que la UNAM gane, en vez de perder, al dar preferencia a menores de 39 años y no valorar a los maestros (de entre 40 y 60 o más años), a quienes realmente debemos que la Universidad Nacional sea una de las mejores del mundo.