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Apuntes Postsoviéticos

Protestas en Moldavia

C

onsiderado el país más pobre de Europa y con una población que no supera los 4 millones y medio de habitantes, la república ex soviética de Moldavia, enclavada entre Rumania y Ucrania, está inmersa en una seria crisis política, a un paso del estallido de violencia.

Después de encabezar multitudinarias protestas contra el presidente Nicolae Timofti, los partidos de oposición exigen la convocatoria de elecciones parlamentarias anticipadas, reformas a la Constitución y destituir al gobierno del recién nombrado primer ministro Pavel Filip.

Por extraño que pudiera parecer, la oposición en Moldavia está formada por un heterogéneo bloque, donde confluyen fuerzas políticas con proyectos de gobierno antagónicos: por un lado, Nuestro Partido, de Renato Usatii, y el Partido de los Socialistas, de Igor Dodon, que son los dos principales grupos que con matices buscan un acercamiento con Rusia y, por el otro, Dignidad y Verdad, de Andrei Nastase, que promueve la integración del país en la Unión Europea.

Los une sólo la intención de derrotar al gobernante Partido Democrático, cuyos hilos maneja el magnate Vladimir Plahotniuc, a quien se acusa de ser dueño de casi toda Moldavia y no oculta su deseo de convertirse en presidente del país, elegido por el Parlamento –la legislación concede a los diputados varios meses para seleccionar candidato y dos intentos de votación– una vez que concluya el mandato de Timofti en marzo siguiente.

A raíz del enésimo escándalo de corrupción –la misteriosa desaparición de 915 millones de dólares de tres bancos en Moldavia–, el año pasado Plahotniuc consideró que era hora de romper su alianza con Vlad Filat, entonces primer ministro y líder del Partido Liberal-Democrático, encarcelado en espera de juicio.

La maniobra no reportó popularidad al magnate, que sigue encabezando los índices de rechazo en el país con 92 por ciento, y el amplio debate que desató la detención de Filat cual bumerang rebotó el tema de la corrupción en el rostro de Plahotniuc, acusado por los partidos opositores de ser el origen de todos los males en Moldavia y de la paupérrima existencia de sus habitantes.

Hay diferencias importantes entre lo que está pasando en Moldavia y lo que ocurrió en Georgia y Ucrania, donde la injerencia de Estados Unidos y la Unión Europea se tradujo en abierto apoyo a los grupos políticos –de ideología contraria a los gobernantes– que supieron capitalizar el descontento popular y tomaron el poder por la fuerza.

En esta ocasión, al hacerse de la vista gorda, Washington y Bruselas ignoran las protestas de los moldavos hastiados de la corrupción y tienen que soportar en Chisinau un gobierno impopular que nada quiere saber de Moscú.

La oposición, entretanto, acaba de lanzar un ultimato, cuyas exigencias puede darse por hecho no serán satisfechas. Hasta ahora, los líderes de la protesta han insistido en su carácter pacífico, pero agotado el plazo de 30 días ¿intentarán derrocar el gobierno legítimo del presidente Timofti?