a dominación vía la proyección de fuerza policial-militar, para-militar y de espionaje, no es suficiente para el ejercicio hegemónico. Si de la proyección de dominio Estados Unidos tiene en exceso, es aguda la debacle de su liderato moral e intelectual, el otro puntal esencial para llevar la batuta mundial y afrontar los grandes retos del siglo XXI: el colapso climático antropogénico (CCA) en curso, la hipermilitarización doméstica e internacional de Estados Unidos y la financiarización de la economía, con su cauda de desigualdad extrema, pobreza, descomposición y polarización, en centro y periferia capitalista. Ante estos retos hay carencias estructurales inherentes, por los límites planetarios a una acumulación capitalista centrada en la expansión para el aumento perpetuo de la ganancia, por lo que preocupan los síntomas de deterioro y de acoso de corte inquisitorial (bullying), contra ciencia, arte y humanidad.
Los límites del régimen político/electoral de Estados Unidos, de presencia patente (y patética) en París, no sólo impidieron a esa potencia ofrecer alternativas reales para frenar y mantener en niveles no-catastróficos el CCA, condición sine qua non para el consenso mundial, sino que fungió como obstáculo mayor a un acuerdo vinculante y efectivo ante lo que, junto a una guerra nuclear, representa el riesgo mayor antropogénico que enfrenta la biota global. En ese contexto están fuera de lugar el regaño del secretario de Estado de Estados Unidos a James Hansen por criticar la COP21, o el del primer ministro (PM) de Canadá, Justin Trudeau, exigiendo a Leonardo DiCaprio detener su inflamada retórica ambientalista
por su repudio a la codicia corporativa en la explotación de arenas bituminosas en Alberta. Hansen acertó porque los compromisos voluntarios en materia de emisiones de gases con efecto invernadero (GEI) se quedaron cortos de mecanismos concretos y lejos de la meta.
Si bien celebro el ascenso de Trudeau, que tome nota de la gran toxicidad de ese tipo de explotación y sus efectos sobre la salud de la población, además de la devastación de flora y fauna y de los efectos atmosféricos y climáticos, todo bien analizado por Tony Clarke (Tar Sands Showdown, 2015). Esas arenas deben quedar bajo tierra. De otra manera (Hansen dixit) acaba todo para el planeta
. En esto DiCaprio acertó.
En Estados Unidos el bullying a la ciencia climática y a la comunidad científica en general, a las humanidades y las artes cinematográficas, realizado por grupos y organismos negacionistas del CCA, cuenta con apoyos institucionales y financieros de las industrias y negocios de los combustibles fósiles. Un estudio sistemático del fenómeno, además de incluir los donativos –ahora ilimitados– a las campañas presidenciales y de senadores y diputados federales, estatales, así como a gobiernos locales, detectó la presencia abierta y encubierta del big oil. Las investigaciones sobre las fuerzas que sostienen al negacionismo y sus movimientos organizados, institutos de investigación (think tanks), cabildos de las industrias involucradas y centros como el American Enterprise Institute, la Fundación Heritage y el Instituto Cato, incluyen a fundaciones conservadoras y fondos secretos. Estudios más recientes (R.J.Brulle, 2013) analizan el universo más amplio del negacionismo, con financiamiento estimado en poco más de 900 millones de dólares anuales.
El negacionismo es más que un riesgo a la humanidad. Opera con sigilo en legislaturas estatales, el Congreso y en los pasillos del uno por ciento. Su sesgo inquisidor lo ejemplificó el físico teórico Lawrence Krauss: en valioso texto publicado por el Bulletin of the Atomic Scientists (23/7/14) narra que diputados republicanos promovieron enmiendas a la Ley de Presupuesto en Energía. Recortaron fondos a las energías renovables, al transporte sustentable y a la eficiencia energética más grave, dice Krauss, sus enmiendas prohiben a científicos del Departamento de Energía (DE) realizar investigaciones sobre los posibles impactos del cambio climático
. Una enmienda de J. Langford, de Oklahoma, prohíbe la aplicación de cualquier orden ejecutiva sobre el precio del carbón o que el DE estudie los beneficios de las leyes que restringen las emisiones de CO2. Paul Gozar, de Arizona, propuso prohibir al DE el desarrollo de mejoras al programa de modelos climáticos, con frecuencia criticados por los negacionistas. Una tercera enmienda republicana impediría al DE actividades de apoyo a la elaboración de la Evaluación Climática Nacional –de EU– y al Informe del IPCC de la ONU. Lawrence Krauss pregunta a los negacionistas: si fingimos que el cambio climático antropogénico no está ocurriendo, ¿desaparecerá?
El reto no es asunto menor. La ciencia social debe visibilizar al público y a las cortes, las bases financieras y corporativas que alientan la institucionalización del atraso de más de 20 años en el recorte a los GEI: la COP 21 fue otra zancada del big oil hacia el abismo climático.