umida desde hace años en problemas económicos y sociales, España ahora atraviesa por una profunda crisis política. Tras las elecciones generales del pasado 20 de diciembre es obvio que está llegando a su fin el sistema bipartidista PSOE/PP que prevaleció durante la llamada transición democrática.
A cuatro décadas de la muerte de Franco, los españoles están aprendiendo que la democracia puede ser canija. Y que la democracia cobijada por un capitalismo sin frenos y salpicada por corrupción puede resultar muy canija.
Acostumbrados a formar gobiernos con cierta facilidad, los dos principales partidos ahora tienen competencia. Dicho de manera un tanto simplista, la derecha (léase el Partido Popular) se encuentra con un rival surgido en Barcelona y que ahora es ya un partido nacional: Ciudadanos. Difícil de ubicar en el espectro político, suele ser identificado con posiciones de centroderecha. Su líder, Albert Rivera, cuenta hoy con 40 escaños de los 350 del congreso de los diputados.
Mariano Rajoy, el presidente (aún en funciones) del congreso, sufrió un enorme revés en diciembre, quedándose con 123 escaños (63 menos que hace cuatro años). Consiguió una mayoría simple y, supuestamente, debería ser mano para formar un gobierno. Pero no le será fácil.
El Partido Socialista Obrero Español, con el novato Pedro Sánchez a la cabeza, también sufrió un descalabro. De 110 escaños se quedó con 90. Aquí el rival fue una agrupación denominada Podemos, que obtuvo 42 diputados. Empiecen ustedes a sumar para llegar a 176 diputados.
Podemos apareció hace dos años y, según yo, es más bien un happening que un partido político. Su dirigente, Pablo Iglesias, se antoja un político hábil. Pero ¿qué hacer con 42 diputados?
Felipe VI debe, a la postre, designar a la persona que debería intentar formar un gobierno. ¿Pero qué pasa se nadie quiere a Mariano Rajoy, incluyendo a no pocos de su propio partido? Y así ocurrió en una primera ronda. Se trata de una repetición del síndrome de Artur Mas en Cataluña.
En efecto, pese a haber logrado una pluralidad, Mas fue rechazado. La consigna parece haber sido el que sea menos Mas
. Y en Cataluña optaron por el alcalde de Girona, Carles Puigdemont. Lo mismo le pasó a Rajoy, ya que Felipe VI le ha pedido a Pedro Sánchez que intente formar un gobierno.
En Cataluña el panorama político se antoja absurdo. Mas fue el enésimo delfín del eterno Jordi Pujol. Presidente de la Generalitat de 1980 a 2003, Pujol supo navegar dentro y fuera de Cataluña con su Convergència Democràtica, en alianza con Unió (CiU). En algunas elecciones generales apoyó al PSOE y en otras al PP, sacando provecho para su gobierno nacionalista moderado y de centroderecha. Pero CiU se derrumbó, y Mas decidió envolverse en la bandera independentista catalana para salvar el pellejo. Se agarró del escritorio y se hundió con su partido. Unió ha desaparecido del mapa.
España habrá de superar varios obstáculos para lograr un gobierno estable. Para empezar, los dirigentes tendrán que distanciarse de su ego. Artur Mas ya puso el suyo en un cajón. Ahora Rajoy tendrá que hacer lo propio y el arribista Sánchez deberá dar muestras de cierta visión de Estado. No le será fácil.
Para gobernar en coalición hay que ponerse de acuerdo en un plan de trabajo, en una hoja de ruta. Y aquí las diferencias entre los partidos son muchas. Piensen en qué hacer con los casos de corrupción. ¿Hasta dónde será factible perseguirlos? ¿Cómo aliviar el peso económico sobre la clase baja y media? ¿Quién debe pagar para asegurar la recuperación económica de España? En las pasadas décadas la desigualdad ha crecido. El PP insiste en más de lo mismo, pero los nuevos partidos tienen otras ideas.
Los problemas económicos y sociales son el primer gran reto del futuro gobierno español. Pero hay otra cuestión complicada que deberá afrontar: la fuerza de buena parte del electorado catalán que quiera la independencia de esa región.
El derecho a la autodeterminación ha sido universalmente reconocido. Fue uno de los principales logros de la segunda mitad del pasado siglo y uno de los triunfos tangibles de Naciones Unidas. Pero, ¿puede aplicarse en Europa del siglo XXI?
Los escoceses insistieron en que querían un referendo sobre su independencia. Londres lo autorizó y en 2014 optaron por quedarse dentro del Reino Unido. No creo que Madrid acepte que los catalanes puedan ejercer su derecho a la autodeterminación. Sería lo más sensato decir a los catalanes que hicieran lo que quisieran. Seguramente el resultado sería parecido al de Escocia.
No sé qué tienen en la cabeza los que piden la independencia para Cataluña. ¿Se dan cuenta que se quedarían fuera de España y de la Unión Europea? El comercio de un pueblo comerciante como el catalán se vendría abajo. A la postre votarían con el bolsillo, como hicieron los escoceses.
Pero no habrá referendo en Cataluña, aunque el tema seguirá sirviendo a los intereses de los distintos grupos llamados soberanistas
en Cataluña. Y la cuestión servirá también para complicar la formación de un gobierno estable en Madrid.
Los españoles están iniciando una nueva etapa política. La aparición de nuevos partidos y la remodelación de los ya tradicionales plantean retos a la sociedad en general, pero en particular a sus dirigentes. España está cambiando y muy pronto sabremos si hay acuerdo en el camino a seguir.