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Julia huyó luego que pandillas mataron a su hijo y a ella la amenazaron

La violencia en Honduras me hizo fugitiva y sin papeles

A pesar de que ya la deportaron dos veces, desde junio insiste en llegar a EU

Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 20 de diciembre de 2015, p. 26

Juchitán, Oax.

Julia, hondureña de 32 años, es una de las cientos de migrantes que pasan por México en su camino a Estados Unidos. Ella busca refugio por la violencia de las pandillas que mataron a su hijo de 14 años en octubre de 2014.

La acompañan sus tres hijos menores, con quienes deambula día y noche desde junio pasado, cuando abandonó su país por temor a que los maten. Ha sido deportada en dos ocasiones pero insiste en llegar al país del norte donde vive su madre.

La mujer no olvida el 2 de octubre de 2014 cuando envió a su hijo a comprar comida y nunca regresó; lo habían secuestrado las pandillas, quienes dos meses después lo asesinaron y arrojaron su cuerpo en un terreno baldío.

Con lágrimas y sus manos entrelazadas, sudando, Julia recuerda que antes de la muerte de Carlos, su vida giraba en torno del trabajo, y la de sus hijos era de la escuela a su casa.

Vivía en una zona media de Tegucigalpa, capital de Honduras, y a pesar de que escuchaba en los medios sobre la inseguridad y la violencia protagonizada por las pandillas, no creía que le tocaría, y mucho menos a su primogénito.

Mi madre y mi abuela siempre me decían que me fuera a Estados Unidos, pero mi necedad de vivir en mi país, ponerme la playera y hondear mi bandera eran mi vida; salíamos de paseo con mis hijos, vivía estable, ellos iban al colegio, pero ese mes de octubre, todo cambió; los pandilleros me quitaron a mi hijo, sólo me quedó el recuerdo de su bicicleta, que pude rescatar antes de que la tiraran y la guardo como un tesoro, refiere.

Enterré a mi hijo y dejé mi casa

Frente a una imagen de Jesucristo, Julia dice que se siente incompleta y triste de no poder llevarle una flor a su Carlitos.

Las amenazas comenzaron: primero con recados de que me iban a matar, posteriormente destruyeron el departamento y se llevaron mi pasaporte, cuando intenté solicitar uno nuevo, el consulado de Honduras me lo negó y ahora, junto con mis hijos, somos migrantes (indocumentados), la violencia me hizo fugitiva y sin papeles de nada, detalló.

Julia ha sido deportada en dos ocasiones: la primera vez cuando apenas cruzaba el río Suchiate. La regresaron a su país. Sólo lo pisó unas cuantas horas y retornó a México. Esta ocasión tomé precauciones. Me uní a un grupo de migrantes de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala, íbamos muy bien, pero por segunda vez nos detuvieron y trasladaron a la garita de Tapachula (Chiapas), una prisión donde abunda la discriminación y la intolerancia hacia el migrante, rememoró.

Allí estuvo 12 días. Comíamos tortillas y vegetales, arroz y frijoles, más de cien convivíamos en un espacio de cuatro metros cuadrados durante el día y en la noche nos encerraban con candado en unas celdas; mis hijos se enfermaron del estómago y la piel, mientras las autoridades simplemente nos daban agua y alcohol para curarnos. Los cuatro fueron deportados por segunda vez al trigésimo día.

Las ganas de sobrevivir la llevaron a regresar de nuevo a México. En esta tercera ocasión, creo, Dios me tiene una oportunidad: crucé caminos llenos de maleza, espinas y hasta dormimos en cementerios; pasamos días y noches caminando más de 10 horas; tomábamos agua y alimentos de lo que la gente buena nos regalaba hasta que llegué a Oaxaca, narró.

Julia y sus hijos encontraron protección temporal en el albergue Hermanos en el Camino, y a pesar de la ayuda que le brindó el sacerdote Alejandro Solalinde Guerra y Alberto Donis, coordinadores del refugio, el INM le negó la visa humanitaria pues no cumplió con dos requisitos.

Me pidieron documentos de la patria potestad del padre de mis hijos y unos partidas apostilladas (sellos) que sólo en Honduras pueden otorgarme; migración sabe de mi situación, que vivo refugiada en este país porque mi vida está en juego, no pude entregarle los documentos y solicité la baja de la visa humanitaria.

Julia concluye: Sé que mi destino y el de mis hijos están en juego, pero no puedo mirar atrás.