l presidente cubano, Raúl Castro, realizará a partir del jueves próximo una visita de dos días a México, la primera de un mandatario isleño desde marzo de 2002, cuando Fidel, su hermano y antecesor en el cargo, sufrió un agravio injustificable del gobierno de Vicente Fox durante su presencia en la Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo que se realizó en Monterrey, capital de Nuevo León, presencia que fue condicionada por el guanajuatense a que el cubano se retirara después de la comida y a que se abstuviera de agredir a Estados Unidos
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Desde antes de esa patanería la política foxista hacia Cuba, diseñada por el entonces canciller Jorge G. Castañeda, había adquirido una marcada agresividad que se expresó, entre otras cosas, en el encuentro del propio Fox con miembros de la disidencia cubana durante su viaje a la isla en febrero de 2002. Y tras el desfiguro de Monterrey, la relación bilateral se siguió deteriorando a raíz de la detención en la isla del empresario Carlos Ahumada y su posterior deportación a México. En esos hechos quedó al descubierto la participación de destacados políticos panistas y priístas en la fabricación de los videoescándalos
dirigidos contra Andrés Manuel López Obrador. La virulenta reacción de Fox consistió en expulsar al embajador cubano en México y en retirar al mexicano en Cuba, lo que dejó la relación bilateral a centímetros de la ruptura.
Ciertamente, el declive de los vínculos no empezó con la primera presidencia panista sino durante la presidencia de Ernesto Zedillo, cuando la entonces canciller Rosario Green se reunió con opositores al gobierno durante una visita a La Habana, y apenas mejoró durante el sexenio de Felipe Calderón, a pesar de que éste había prometido una operación cicatriz y se logró el restablecimiento de representantes diplomáticos en ambas capitales. Pero la cicatriz
volvió a abrirse en abril de 2012, cuando el michoacano visitó la isla y se condujo más como vocero de las derechas internacionales que como jefe de Estado.
Después de tres lustros de desencuentros da la impresión de que ambos gobiernos han encontrado, por fin, la ruta para el restablecimiento de un vínculo bilateral que ha tenido momentos ejemplares y una significación histórica para los dos países. La mejoría ha tenido expresiones económicas concretas, como los acuerdos de inversión gestionados por el ex canciller José Antonio Meade y la condonación de 70 por ciento de la deuda cubana a México, así como encuentros entre los presidentes Castro y Enrique Peña Nieto. En enero del año pasado el segundo realizó una visita a Cuba y esta semana ambos se reunirán en Yucatán. En la agenda del encuentro están incluidos los asuntos migratorios y económicos.
Los pueblos de Cuba y de México están unidos desde el periodo colonial por estrechos lazos históricos, culturales, sociales y económicos y entre los años 50 y 90 del siglo XX sus respectivos gobiernos desarrollaron una relación de respeto por sobre las diferencias políticas, económicas e ideológicas que constituye uno de los capítulos más edificantes de la política exterior mexicana. Los recientes tres lustros de desencuentros constituyeron una anomalía absurda, causada por el extravío de la diplomacia mexicana, la supeditación de la cancillería a los intereses estadunidenses y una proyección dogmática y fundamentalista de la ideología neoliberal al ámbito de las relaciones exteriores.
Cabe esperar que la plena normalización de las relaciones entre México y Cuba sea duradera y que constituya un primer paso en la recuperación de la presencia diplomática de nuestro país en el mundo y de un liderazgo regional que fue prácticamente demolido en el curso de las presidencias anteriores.