n el horizonte una larga línea de cielo nuboso y frío, cual cristales opacos, recibía a los aficionados, al inicio de la temporada invernal de corridas de toros en la Plaza México. Escenario colorido en los tendidos, contrastado con las nubes caminos de arena que se escapaban.
En el redondel los contrastes se repetían entre toritos de Julio Hamdan y Xajay; débiles, sosos, arrodillados y toreros con ganas de ser, estrellados ante toros sin transmisión. Las ganas de ser de Joselito Adame acabaron por convencer a los aficionados que, enloquecidos, lo aclamaron apoteósicamente.
El tercer toro de Julio Hamdan fue una auténtica calabaza en tacha saturada de piloncillo y pepitas adornándolo. Este torito no se le podía ir a Joselito, que con capote y muleta toreó muy despacio al noble burel, fijo, dócil, débil que planeaba al envestir en circular recorrido. Al torero se le olvidó que no podía fallar con el estoque después de bordar todo tipo de adornos de espléndida orfebrería. ¡Cómo cambian los tiempos, arrastre lento al torito y oreja a José!
Volvió a repetir color el torero hidrocálido en el último de la tarde que se volvió noche. Toreo de rodillas y más adornos, pero, con una cualidad nueva; un color moreno poético. Expresión potente en su rostro y al final, tras la estocada recibiendo flotaba entre los labios semiabiertos los párpados húmedos. El dolor sublimado en la intimidad de una vida campera que trascendió al torero. Dos orejas y el delirio.
Joselito esperado por la multitud no le dejó espacio a sus alternantes sólo él y los aficionados. Perdido se quedó la elegancia, el oficio de José María Manzanares. Atrás quedaron su pase natural y el airoso contorno de un torear de abolengo aristocrático a un toro que llevaba jiribilla luciferina. Estoconazo y oreja ¿protestada?