H
idalgo ha sido, es y será piedra de escándalo, de división y de tropiezo, sobre todo para quienes renuncian a comprenderlo: panegiristas incondicionales y patrioteros de ayer; iconoclastas y seudohistoriadores de hoy, mercaderes del morbo
(es muy claro quiénes son los destinatarios: los mismos mercaderes a quienes hemos denunciado en estas páginas como falsificadores de la historia
). Así se inicia la magistral biografía de Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo: maestro, párroco e insurgente (Clío, 2014), que ya circula en una versión accesible aunque aún demasiado costosa para el gran público, que debería circular profusamente en ediciones rústicas y económicas, porque es un libro que debemos leer.
Un trabajo concienzudo de investigación, en que se hace una muy sólida crítica de las fuentes ya trabajadas y que presenta también documentación hasta hoy desconocida; nos muestra a un hombre de su época, querido y respetado por la mayor parte de quienes lo trataron como maestro y sacerdote, proveniente de una familia reconocida por su generosidad y su sensibilidad frente al sufrimiento de los más necesitados (que él continuó) y, naturalmente, con enemigos y malquerientes.
Es sumamente ilustrativa la manera en que muestra sus intereses académicos, filosóficos y literarios, así como la evolución de su pensamiento político, junto con la muy aguda crítica de fuentes sobre algunos aspectos muy polémicos, como los relativos a su supuesta afición al juego (por la que habría perdido la posibilidad de obtener el grado de doctor), o a las amantes e hijos que habría tenido y que, según la investigación, parecen ser más bien resultado de oportunismos interesados que aparecen cuando ser hija
del padre de la patria
puede resultar en privilegios y canonjías (por supuesto, al autor de este artículo no le quitaría el sueño que en efecto hubiese engendrado descendencia a pesar de sus votos).
También se analiza con cuidado la evolución del pensamiento político de Hidalgo, donde queda claro que, si bien no de manera rectilínea, las ideas de autonomía, primero, y de independencia, después, van abriéndose paso en su mente. En septiembre de 1810, cuando con valor y decisión asume el liderazgo de un movimiento que parecía condenado al fracaso, no hay duda de que pretende la independencia absoluta de lo que él llamaba la América Septentrional
.
¿Gritó el 16 de septiembre de 1810: ¡Viva Fernando VII!
? No lo sabemos, nadie sabe qué gritó exactamente y Herrejón Peredo no consigna esa frase, pero aunque lo hubiera dicho, muy pronto aparecen en sus documentos y escritos expresiones en contrario (sólo queda la autoridad de la nación
, diría en San Miguel el Grande a quienes le preguntaban por el monarca; o más adelante, en Guanajuato, Fernando VII es un ente que ya no existe
).
El muy avanzado pensamiento económico, político y social del padre de la patria recibe una importante atención del historiador, que además sitúa esos pensamientos en su debido contexto: la abolición de la esclavitud (sin indemnizaciones de ninguna especie y so pena de muerte
a quien desobedeciera), la eliminación de los tributos de las castas y diversas propuestas que tienden hacia la formación de un gobierno representativo, la igualdad ante ley, así como la búsqueda de mecanismos que permitieran reducir los abismos sociales, como la devolución de sus tierras a los naturales
.
¿Qué dice el historiador de los temas más socorridos por los enemigos de Hidalgo? Sobre el saqueo y la matanza que siguieron a la toma de la alhóndiga de Granaditas explica que Hidalgo daba órdenes que en aquella inmensa muchedumbre apenas llegaban a algunos niveles. Muchas eran ignoradas
. Los asesinatos de gachupines
en Valladolid y Guadalajara los explica con subtítulos muy explícitos: asesinatos injustificables
y criminal condescendencia con la canalla
, aunque presenta también el contexto y las formas de esas ejecuciones: en Valladolid, una conspiración contrarrevolucionaria; en Guadalajara, la noticia de la orden de degüello dada por el realista Calleja tras arrebatar Guanajuato a Ignacio Allende. Como fuere, Hidalgo mejor que nadie sabía que no había justificación alguna
para tales acciones, y por eso, asienta, Rayón y Morelos se apartaron de ellas. También indaga Herrejón en las motivaciones personales de Hidalgo para tal condescendencia
, más allá del supuesto derecho de represalia
.
Herrejón desmiente la falacia de la supuesta confesión de Hidalgo y acompaña al prócer hasta la muerte, recogiendo las palabras que habría pronunciado frente al pelotón de fusilamiento: La mano derecha que pondré sobre mi pecho será, hijos míos, el blanco seguro a que habréis de dirigiros
, que lo pinta de cuerpo entero.
¿Logró Carlos Herrejón comprender a Hidalgo en su tiempo y en el nuestro? Creo que sí, pero usted lo dirá, lector amigo, si lee desapasionadamente su libro.
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