n el anuncio de política monetaria del 21 de septiembre pasado el Banco de México mantuvo el objetivo de la tasa de interés interbancaria en 3 por ciento. Es decir que las condiciones en las que se administra oficialmente del dinero y del crédito no cambian. Pero este dato tiene detrás una serie de comportamientos que repercuten en la evolución de la economía como son: los precios, el tipo de cambio, el ingreso disponible de las familias, la ocupación, la capacidad de ahorro o los incentivos para la inversión.
La decisión del banco central ocurrió luego de que se ratificó al gobernador Agustín Carstens en su puesto. Esto fue visto como una señal de certidumbre en la gestión no sólo de la política monetaria, sino de la política económica en su conjunto. Ello es así, sobre todo en medio de una creciente presión fiscal que lleva a la contención del gasto público según se ha planteado en la propuesta de presupuesto para 2016.
Se especulaba que el banco pudiese aprovechar las circunstancias para modificar los parámetros cada vez más estrechos en materia financiera. Los ajustes ante las presiones externas y el apocamiento interno se dejan prácticamente en el movimiento del tipo de cambio del peso frente al dólar que se ha depreciado en los meses recientes. Esta no es una decisión inocua y sus posibles efectos adversos se están echando para adelante. En todo caso habrá que pagar las consecuencias.
De la misma manera se argumentaba que el banco central podía aprovechar las circunstancias políticas para ganar algún grado adicional de independencia frente a la política fiscal. Es claro que el margen de acción no es muy amplio, pero aun así, el hecho de que la inflación se esté reduciendo no es un signo de fortaleza económica; no proviene de un incremento de la productividad; tiene que ver con la insuficiencia del gasto de consumo e inversión.
Esta es, en realidad, la interpretación que de manera abierta propone el mismo banco. El anuncio de política monetaria al que se hace referencia aquí es notable en cuanto al lenguaje y los adjetivos con los que caracteriza la situación prevaleciente. Esto resulta tan elocuente como las cifras que se ofrecen oficialmente como descripción de las condiciones económicas del país.
Dice el anuncio de manera textual que (el énfasis en cursivas es mío): La actividad económica en México ha continuado presentando un ritmo de crecimiento moderado. La información más reciente sugiere cierta mejoría en las exportaciones, al tiempo que la inversión ha mantenido un dinamismo modesto. Por su parte, diversos indicadores de consumo han continuado mostrando una recuperación, apoyados en parte por los bajos niveles de inflación y la evolución favorable del mercado laboral. No obstante, perduran las condiciones de holgura en dicho mercado y en la economía en su conjunto, por lo que no se anticipan presiones generalizadas sobre los precios provenientes de la demanda agregada, ni de los mercados de insumos. Derivado de lo anterior, se considera que el balance de riesgos para el crecimiento se mantiene sin cambio respecto de la decisión de política monetaria previa
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Mientras la actividad productiva no muestra un cambio positivo en el último trimestre, lo que se registra de modo significativo es la reducción del ritmo de crecimiento de los precios, según se mide por el Índice Nacional de Precios al Consumidor. Así, el Inegi informa que en la primera quincena de septiembre el INPC) presentó un incremento de 0.32 por ciento, así como una tasa de inflación anual de 2.53 por ciento. En igual periodo de 2014 los datos fueron de 0.32 por ciento quincenal y de 4.21 por ciento anual
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Esta tasa de inflación representa un mínimo histórico. Pero ahí está uno de los problemas clave de esta economía. Este no es un signo de fortaleza sino de debilidad por la famosa holgura
que sólo quiere decir en términos elementales que la demanda está muy por debajo de la capacidad instalada de oferta incluyendo la fuerza laboral.
El índice de los precios se mide por medio de una canasta representativa, habría que tener claro cuáles son los sesgos estadísticos y cuál es el impacto del comportamiento de los precios en diversos estratos de ingreso.
El asunto es relevante para considerar el efecto redistributivo de la baja general de los precios hacia las familias con menores ingresos y, también, el movimiento de los precios relativos para aquellos que gastan más. La repercusión de los movimientos de los precios en una estructura tan desigual de ingresos y tipo de consumo afecta finalmente al conjunto de la demanda agregada. Además hay un efecto adverso en las decisiones de inversión. ¿Qué pasaría si el banco central alzara la tasa de interés de referencia y cambiara el entorno para generar más gasto de inversión?
Lo que exhibe la política económica es una ingente necesidad de ajuste del gasto del gobierno, una restricción en igual sentido para acrecentar los ingresos públicos y una especie de entumecimiento en la administración del dinero y del crédito productivo con una sola válvula de escape que es el tipo de cambio. Todo esto sostenido en el apocamiento general de la economía, que mantiene su nivel de expansión del orden de 2.5 por ciento anual, con una tendencia a bajar y sin estímulos para revertirla. Este es el escenario de mediano plazo creado desde fuera y asimilado de manera pasiva internamente.