s grave lo que pasó en Egipto a turistas mexicanos, varios muertos o heridos en un ataque confuso; es muy importante que hayan detenido a El Gil, sospechoso de ser el agresor de los jóvenes normalistas secuestrados y desaparecidos en Iguala; es un golpe a la credibilidad del sistema, uno más, y al prestigio del gobierno de Enrique Peña Nieto, el informe de los expertos sudamericanos que echaron a rodar la verdad histórica
sobre el mismo caso de Ayotzinapa.
Todo eso es importante, como que el precio del petróleo, que ya no es nuestro, siga a la baja o que en la delegación Gustavo A. Madero se confirme como válida la alteración de las elecciones. Es loable (aunque inocuo) que Miguel Ángel Mancera insista en una Constitución para la ciudad de México.
Sí, pero la batalla crucial en este momento, sin desconocer la magnitud de todo lo demás, es por la educación: quien controle la educación controla el futuro y en esta batalla, del lado patriótico, con autoridad moral pero con desventajas tácticas y recursos escasos, están los maestros de México, armados tan sólo de gran convicción –invencible convicción– y su experiencia en las aulas.
Entre los maestros los mejor organizados son los de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), pero han surgido grupos que en distintos niveles de conciencia y conocimiento del problema y diferentes grados de compromiso ya están participando, cada vez con mayor decisión. En estas luchas cívicas, como en las políticas, cada quien da lo que quiere y lo que puede, de tiempo, de sacrificio, de aportaciones materiales.
Del otro lado de la batalla está todo el sistema, los empresarios que se sienten y actúan como mexicanos de primera con su organización emblemática Mexicanos Primero; está también el gobierno en su conjunto y, como parte fundamental de éste, la Secretaría de Educación, ahora con un relevo generacional, pero no cualitativo.
A un priísta con carrera política le suple otro priísta más joven, más cercano a Peña Nieto, más dinámico y sin duda de carácter menos agrio y desagradable; sin embargo, tan ajeno como el anterior al universo de la educación y sus problemas. Ninguno de los dos, el que se fue y el que llega, es maestro; ninguno de los dos es experto en técnicas educativas, sistemas, literatura especializada. Ambos carecen de experiencia ante un grupo de niños o jóvenes de secundaria, desconocen la vida en planteles escolares y no tienen trayectoria en este campo.
A cada uno en su momento se le encomendó imponer una reforma política, de control, punitiva, como ha sido calificada, pero no tienen la encomienda de salvar el sistema educativo tal como está proyectado en el artículo tercero constitucional. Necesitamos superar muchas carencias e implementar muchos cambios, sí, pero bien pensado todo, con buena intención, con apego a la Constitución y con una convicción patriótica.
Para el sistema, desde su punto de vista, la culpa de las fallas en la educación radica en que hay maestros que se resisten a ser evaluados, que dedican demasiado tiempo a marchas y plantones y que no están bien preparados; no les reconocen sus críticos que están luchando por mejorar el sistema educativo, por mejores salarios para ellos y mejores instalaciones, y también en contra de la cúpula sindical que sustituyó a Elba Esther Gordillo, aliada al gobierno y enferma de corrupción.
Para los maestros, los padres de familia y buena parte de la opinión informada, los culpables del desastre son las autoridades que han descuidado los planteles, que han dejado en manos de lo peor del sindicato la organización de las escuelas, que toleran la corrupción y que ahora pretenden que sean los padres de familia y los mismos maestros quienes se hagan cargo de los gastos escolares indispensables para que los centros educativos funcionen.
Piden recursos y trabajo voluntario y gratuito, por una parte, y por otra desvían el presupuesto a sueldos muy altos para las cúpulas burocráticas y a otros dispendios tan o más inefectivos para la educación.
Estas dos visiones se enfrentan y mutuamente se culpan de lo mal que está el sistema educativo. Sin embargo, hay otro factor que ha quedado en la sombra, pero está presente y no se menciona ni se analiza a profundidad, aunque influye negativamente en la enseñanza, la formación y la capacitación de los educandos.
Es la televisión, ante la que muchos niños y jóvenes están más tiempo que el que pasan en la escuela; la tv les enseña la violencia como algo natural y cotidiano, y frecuentemente la violencia extrema. La televisión les trasmite valores equívocos, banalidades y tonterías, rebaja la dignidad de las personas, manipula, engaña, adormece y aturde a su abundante auditorio.
Una verdadera reforma no puede pasar de largo ante la pésima influencia que tiene la televisión en la educación pública; es un gran invento, un vehículo invaluable de comunicación, pero responsables de la educación, maestros, funcionarios y dirigentes sociales deben vigilar para que llene su programación de inteligencia, de valores sociales, de enseñanzas prácticas y de buenos ejemplos.